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España se merece un Gobierno colegiado

Redacción de Swissinfo

Hace cuatro años tuve ocasión de explicar en un programa de televisión español el modelo político de Suiza, las cosas que suenan raras como la democracia directa, los políticos milicianos o los Gobiernos colegiados. Nunca hubiera pensado que dar a conocer algo tan cotidiano, como el modelo en el que uno mismo vive, se podría convertir en uno de mis hobbies.  

Tras pasar por otros medios con el mismo fin, un editor español me pidió que escribiera un libro que se publicó bajo el nombre ‘España se merece… democracia directaEnlace externo’ (Zumaque, 2012).

En docenas de conferencias y presentaciones para las que me desplacé a España la gente me escuchaba y hacía preguntas, me daba la razón, pero acto seguido me decía que eso en España sería imposible. No lo quería creer, y cuatro años después me sigo negando a creerlo.

Fruto de estas conferencias, de centenares de discusiones en Twitter y en Facebook y de debates intensivos con gente que entiende más de esto que yo, nació el segundo libro, ‘España se merece una… Re-ConstituciónEnlace externo’ (Zumaque, 2013). Juan Cortizo, mi amigo de la facultad fue coautor y ‘sparring’ en largas noches de debate, reproche y redebate.

Daniel Ordás, analista político
Daniel Ordás, abogado en Basilea, es analista político y promotor de Reforma 13. Milita en el Partido Socialista Suizo. Rodrigo Carrizo Couto, swissinfo.ch

El segundo libro no tiene nada que ver con Suiza, es solo una propuesta concreta de reforma constitucional para España, en una época en la que hablar de reforma constitucional era poco menos que blasfemia. La propuesta de ‘España se merece una… Re-Constitución’ la denominamos #Reforma13Enlace externo, porque pensábamos que no tendría aún efecto en 2012 y se podría empezar a debatir seriamente en 2013. Ya es 2016 y no ha pasado nada. Podría estar frustrado, pero no me da la gana. No estoy frustrado, porque sí han pasado muchas cosas.

En las conferencias después del segundo libro la gente me felicitaba con una mezcla entre sorna y pena. Por un lado les gustaba la idea y por otro lado debían pensar “¿Qué se cree este ingenuo abogado suizo, que aquí va a cambiar algo?”.

Era una época en la que todo encantaba. Todo era tan surrealista e imposible que se aplaudía sin cuestionar. Me alegro muchísimo de que ahora empiecen a discutirme cosas y contraponer alternativas, porque significa que mis amigos y seguidores de repente creen que es posible y quieren hablar de matices.

En los últimos dos años de campaña electoral continua en España se han sacado ideas de todos los colores; la gente siente que son tiempos de cambios y todos quieren aportar ideas. Sus ideas. El problema es que, cuando nada era posible, nos poníamos de acuerdo con facilidad, porque había consenso en que “esto no va bien” y “hay que cambiar mucho”, pero según se va acercando el horizonte se van bifurcando los caminos y, sobre la marcha, vamos cambiando el banderín de la meta. El capricho de “ahora que se puede me impongo yo” es uno de los factores que casi siempre acaba estabilizando el sistema antiguo o fomentando los disparates y el radicalismo. En un sistema en el que no podíamos participar ni aportar, no teníamos costumbre de llegar a compromisos generosos. El esfuerzo de la primera fase de la Transición pasó al olvido cuando el sistema se estancó en el “hasta aquí hemos llegado”.

Un Gobierno colegiado

Una de las propuestas de #Reforma13 que ya generaba controversia es sus inicios era la de la elección directa de un Gobierno colegiadoEnlace externo. Ya en las primeras presentaciones de #Reforma13 la gente me decía que sería imposible un Gobierno formado por un ministro de Izquierda Unida, uno de Convergència i Unió, uno de UPyD [Unión Progreso y Democracia], tres socialistas y cinco del PP. En aquel momento parecía imposible, de hecho dos de los partidos de los que se hablaba entonces ya ni existen como fuerza parlamentaria y, sin embargo, no estaban ni se esperaba a Podemos y Ciudadanos.

Cuando explicaba que un Gobierno se puede elegir directamente presentando cada partido o coalición los candidatos que considere adecuados para ser ministros, que en una primera vuelta salen elegidos aquellos que obtuvieran el 50%+1 de los votos y que en la segunda vuelta se rellenan los puestos vacantes con aquellos que logran la mayoría simple en la segunda votación, la gente me miraba como a un loco.

Las otras propuestas gustaban más. La de un Gobierno colegiado, legitimado en las urnas, parecía demasiado de otro mundo. La pregunta que me solían hacer era “¿y quién decide la política del Gobierno?”. Respuestas tan simples como “los nueve ministros se tienen que poner de acuerdo” no se daban por válidas. Nadie entendía que en un Gobierno colegiado los ministros se deben al Ejecutivo y al país y que, además, sabedores de que tanto el Parlamento como los propios votantes les pueden controlar mediante iniciativas y referendos, no se atreven a chulearse de sus compañeros.

Resultaba bizarro imaginarse a Cayo Lara en un Gobierno presidido por Mariano Rajoy, sentado en el Consejo de Ministros entre Pepe Blanco y Rosa Díez. A todos les parecía raro, nadie podía explicar por qué prefieren que gobiernen cuatro años los unos a su antojo y luego los otros vuelvan a deshacerlo todo, pero a todos les parecía raro que, en el fondo, todas las decisiones del Gobierno fueran pequeños pactos de Estado, equilibrados y a largo plazo.

Han pasado cuatro años y todo ha cambiado mucho. La mayor mudanza se ha dado en las urnas. Los españoles han decidido que no quieren Gobiernos de chulerías ni caprichos. Lo que también ha pasado es que hemos constatado que los políticos no han llegado aún al nivel de los votantes. Mientras estos han optado por la diversidad y el fin de las arbitrariedades, aquellos (viejos y nuevos) siguen en el mundo de las líneas rojas, los vetos personales y las cegueras ideológicas. El circo desde el 20 de diciembre ha demostrado que no están dispuestos a aceptar los resultados de las urnas o por lo menos, que cada uno solo acepta la parte que le gusta. Son capaces de forzarnos a volver a votar el 26 de junio y luego otra vez en noviembre, si no cedemos a sus caprichos.

Lamentablemente si se siguen negando a formar un Gobierno de unidad nacional sin líneas rojas ni chulerías, no será posible hacer ningún tipo de reforma, pero tengo la esperanza de que esta vez los votantes vamos en serio, no tiene pinta de que haya rendición, lo resultados del 26J pueden volver a ser un claro mandato de pluralidad, incluso mayor que el del 20D.

Quizás en las próximas elecciones generales, o las siguientes, o las de la primavera que viene, nos dejen elegir a nosotros el Gobierno que nos dé la gana y el que no esté dispuesto a gestionar el país con el que le pongamos de compañero, que no se presente a las elecciones, que nadie le obliga. Los españoles queremos ser un poco de derechas y un poco de izquierdas, un poco emergentes y un poco tradicionales, lo que ya no queremos ser es cuatro años de derechas y cuatro de izquierdas, que así hemos arruinado el país.

(Este artículo se publicó originalmente en el diario digital bez.esEnlace externo)

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