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Croacia, tierra bella y herida

Dubrovnik, una de las más bellas ciudades del Mediterráneo. Su casco viejo forma parte del Patrimonio de la Humanidad desde 1979. Keystone

Croacia ingresa el 1º de julio a la Unión Europea, veinte años después de la guerra, con sus bellezas naturales, su riqueza cultural y sus heridas mal cicatrizadas. Bitácora de siete días y mil kilómetros a través del país, desde el esplendor de Dubrovnik hasta las grietas de Vukovar.

Entre los tonos verdes y turquesas de la costa de Dalmacia, en el extremo de un promontorio rocoso que se adentra en el mar, la ‘Perla del Adriático’ no hurtó su nombre. Quien busca el paraíso en la tierra debe venir a Dubrovnik, escribió George Bernard Shaw en 1929. Ese paraíso es primero de piedra. Extraído, modelado, montado por el hombre a través de los siglos. Piedra inmensa en toda su simplicidad, con toda su fuerza, alzada en las fachadas de las iglesias y de los palacios de almenas y de estatuas góticas y barrocas. Y por todas partes en las calles, esas dalas lustradas por 1400 años de andanzas humanas, sobre las que la suela resbala a traición.  

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Ragusa, república milenaria

La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo, enuncia la divisa de la antigua Ragusa, fundada 120 años después de la caída de Roma. Y para preservarla, la ciudad construyó el más formidable sistema de fortificaciones aún visibles hoy en el Mediterráneo. Un cuadrado de 400 metros por 400. Nuevamente miles de toneladas de piedra. Inexpugnable. Ragusa fue la  república de Europa que duró más tiempo. Más que Venecia, su rival. Resistió a todos los invasores antes de sufrir la ocupación napoleónica y luego la austriaca.  Hoy es patrimonio mundial de la Unesco.

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“Sin el turismo, aquí no somos nada”, advierte Pero, de una compañía de alquiler de automóviles del aeropuerto. En invierno hay tres vuelos al día, todos internos, mientras que en verano pueden llegar a 50 o 60, de toda Europa”.

A todos esos visitantes que en verano pueden llenar su calle principal como un andén del metro en horas pico, Ragusa. (hoy Dubrovnik) no solamente ofrece su esplendor. La ciudad no quiere que se olvide su sufrimiento. A través de los siglos, por supuesto, pero eso es historia. No, lo que aún está en la memoria es la brutalidad de la guerra de independencia, que de 1991 a 1995, opuso a Croacia a lo que entonces quedaba de la gran Yugoslavia.

Desde la primera estación alrededor de las murallas, la audioguía recuerda “la bárbara agresión serbio-montenegrina”. La ratificará varias veces. En todos los accesos a la ciudad, un plan detallado pone de manifiesto el impacto de cada obús, cada incendio, cada techo roto. Por no hablar de los 114 mártires, cuyos retratos muestra una galería. Y los monumentos y las guirnaldas, las velas, los carteles y las exposiciones.

Thomas Kern, swissinfo.ch

Belleza todavía salvaje

De Dubrovnik, en el extremo sureste del país, remontamos esta costa de 1165 islas. ¡Nuevo impacto estético! Aquí, la naturaleza es casi virgen todavía del  hormigón de los hoteles que los inversionistas rusos han infringido a la vecina Montenegro. El turista se aloja más bien en casa de los parroquianos. Los anuncios ‘Apartamento’ y ‘Sobe’ (habitaciones) florecen por todas partes.

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Barbarie contra patrimonio de la humanidad

Este contenido fue publicado en 1º. de octubre de 1991: La electricidad, las líneas de teléfono y el agua son bruscamente cortadas. Los barcos de guerra yugoslavos bloquean el acceso a la ciudad. Serbios y montenegrinos no quieren la independencia de Croacia. El sitio comenzó. Los peores combates tendrán lugar el 6 de diciembre, cuando los sitiadores lanzan cerca de…

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“Tuvimos la suerte de no tener dinero”, ironiza Zeljko Jembrih, ingeniero que trabajó para la cooperación suiza. Más diplomático, el embajador suizo en Zagreb, Denis Knobel, señala que “la guerra frenó el desarrollo del turismo”. Pero, por su parte, espera que la entrada a la UE atraiga inversionistas, lo que generaría puestos de trabajo, y tal vez mejores salarios. Actualmente, gana 700 euros por mes.

Inversionistas que deberán poseer una conciencia ecológica local. El último fin de semana de abril se llevó a cabo un referéndum contra el proyecto de un campo de golf y un complejo inmobiliario de lujo por mil millones  de euros en la región de Dubrovnik. “Un acontecimiento raro para los Balcanes, organizado después de una feroz resistencia”, subraya el embajador Knobel. Sin embargo, solamente 31,5% de los ciudadanos acudió a las urnas, mientras que la ley exige al menos el 50%. Los promotores israelíes podrán entonces construir su “gueto para millonarios”, como dice Zeljko.

Knin, la fortaleza perdida

Al dejar la costa en dirección tierra adentro, topamos de nuevo con una naturaleza esplendorosa. Vastas extensiones rocosas, salpicadas por una incipiente vegetación, donde se levantan bloques pétreos monumentales. Los pueblos están esparcidos y pronto no son sino dos grupos de dos o tres casas, a menudo abandonadas, indicados kilómetros antes con anuncios amarillos,  marcas insólitas de presencia humana en medio de la nada. Y los rieles del ferrocarril siguen hasta el infinito.

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Knin. A los pies de la montaña, en la carretera a Bosnia, el gran burgo vive a la sombra de una fortaleza que corona su colina desde hace al menos mil años. Antes de la guerra, la mayoría aquí era serbia. Knin, antigua ciudad real croata, se convirtió en la capital de la efímera República de Krajina.

Después de la reconquista, no regresaron todos los serbios que habían huido, y fueron reemplazados por los croatas de Bosnia. En todas partes la misma historia, en Croacia, Bosnia o Kosovo. La guerra expulsa poblaciones de ambos lados, y cuando las armas callan y son fijadas las fronteras, muchos no las franquean de regreso para evitar volver al lugar del enemigo de ayer. No es fácil en estas condiciones reasignar la vivienda.

En la ciudad, el ambiente es bastante sombrío. Marija, la joven camarera del café que da a la avenida, agobiada por el trabajo, responde con una sola palabra cuando se le pregunta lo qué espera de la UE, “¡Nada!” ¿Y las inversiones? “Sabemos a qué bolsillos se van …” ¿Sabe que a dos cuadras de su terraza, una flamante casa anaranjada, en medio de edificios ruinosos fue reconstruida con fondos suizos?

COSUDE, la Agencia Suiza para la Cooperación y el Desarrollo, gastó 24 millones de francos en la región después de la guerra, para reconstruir casas, cavar canales de irrigación, apoyar a las cooperativas agrícolas o comprar ambulancias. Pero Zeljko, que ahora tiene una empresa de consultoría en Zagreb con su amigo Igor Sustic, químico en aditivos para cementos, se pregunta si algunas prioridades eran las buenas. “Debimos reconstruir primero las fábricas. Después de todo, las personas estaban alojadas. Habría sido mejor darles un trabajo antes de un nuevo techo”. Y es que aquí el futuro se antoja empantanado.

A pesar de eso, es la ciudad de Croacia con el mayor número de jóvenes y de niños. “Es normal. La gente está desempleada y con cuatro hijos se puede vivir de las asignaciones familiares”, explica Igor. Algunos niños juegan a la pelota bajo el arco del memorial a los mártires de la independencia, único monumento rutilante en medio de toda esta bruma.

No se olvide ….

Ante Gotovina – Heroj!

Ante Gotovina – Heroj!

Croacia no olvida a su general. Imposible soslayar su imagen. Se halla al borde de las carreteras, sobre los muros, incluso en los mugs (jarros) que vende Lana en su tienda de recuerdos en Zagreb. Para ella es simple: “Liberó al país. Es un caballero”.

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Su vida es un escenario real de película de acción. “Antiguo miembro de la Legión Extranjera, antiguo agente secreto vinculado a la extrema derecha francesa, instructor de paramilitares en América Latina, Ante Gotovina tiene un pesado expediente criminal: robos, toma de rehenes, extorsión, por lo que fue condenado por la justicia francesa”, resume el Courrier des Balkans.

 

Desde 1991, Gotovina asciende los peldaños del nuevo ejército croata. En 1995, la operación de reconquista denominada ‘Tempestad’ lo convierte en héroe. Pero no hay una guerra limpia. En abril de 2011, el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, lo condena a 24 años de prisión por crímenes de guerra. Luego, en noviembre de 2012, y tras una apelación, el mismo TPIY lo exime de todos los cargos. En Belgrado reina la indignación, inclusive entre los anti-nacionalistas. Carla del Ponte, ex fiscal del TPIY, estima que la credibilidad del Tribunal queda en entredicho. Es cierto que hasta ahora ha condenado prácticamente a puros serbios.

El caso podría no estar totalmente cerrado. A principios de junio, un juez del TPIY manifestaba su “decepción” luego de una serie de exculpaciones. El procurador Serge Brammertz admitió “errores graves” y se comprometió a reabrir algunos expedientes. Estudia en particular la posibilidad de pedir una revisión del proceso de Gotovina.

“Los trabajos de la justicia internacional están en curso y también los historiadores juzgarán”, recuerda Denis Knobel. Pero aún así, ¿ese nacionalismo exacerbado no estremece a su excelencia? “Al ver así al país, uno se creería en Europa, pero no olvide que lo que lleva más tiempo para cambiar son las mentalidades”. 

Vukovar, ciudad mártir

Otra ruta. Desde la costa, atraviesa los modestos Alpes Dináricos antes de llegar a la extensa llanura de Eslavonia. Bajo un cielo inmenso, como el de todos los países bajos.

Al final de este camino, el puerto de Vukovar, sobre el Danubio, marca ahora la frontera con Serbia. Vukovar, que vive en el verano del 91, cuatro años antes de Srebrenica, las peores atrocidades cometidas en suelo europeo desde el 39-45. Asedio de tres meses a uno contra 20, cerca de 1100 muertos del lado serbio y 5000, del lado croata, la siniestra limpieza étnica, refugiados por decenas de miles y el esplendor barroco de una ciudad otrora multicultural, reducido a un campo  de ruinas.

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Hoy en día, vemos que el dinero de la reconstrucción ha fluido. Los monumentos están como nuevos, pero las fachadas coloridas luchan para ocultar las heridas. El ferry que conecta las dos orillas del Danubio solamente fue puesto en servicio una vez, en noviembre de 2010, por el presidente serbio, Boris Tadic, quien vino a presentar las excusas de su país por los crímenes cometidos veinte años atrás.

A principios de año, decenas de miles de croatas protestaron en Vukovar y Zagreb contra la reintroducción del alfabeto cirílico en las señales de tráfico. Es que la ciudad todavía tiene casi 35% de serbios, y la ley impone el bilingüismo cuando una minoría supera el 33%. Una coalición de veteranos y de partidos de derecha pide una moratoria de 30 a 50 años sobre el bilingüismo y el 29 de abril, el cardenal arzobispo de Zagreb, Josip Bozanic, acudió a manifestarles su apoyo. “Vukovar merece una sensibilidad especial, que debe ser expresada con normas especiales sobre temas sensibles”, dijo su eminencia.

Mientras tanto, el monumento que Vukovar erigió “a las víctimas de la Croacia libre” es bilingüe. Salvo que la segunda inscripción no está en cirílico, sino en glagolítico, la antigua lengua croata que los sacerdotes de la Edad Media utilizaban en sus oficios en lugar del latín, con un permiso especial del Vaticano.

La economía en ruinas

Alrededor de Vukovar, las cicatrices son todavía bien visibles. Granjas y  plantas procesadoras en ruinas, campos en barbecho, aldeas despobladas. Eslavonia, que fue el granero de Yugoslavia, vive ahora por debajo del nivel promedio de Croacia. “Un desastre, suspira Zeljko Jembrih. Eslavonia está casi muerta, los campesinos envejecen, los jóvenes parten cuando podríamos cultivar suficiente comida para alimentar cinco veces al país. Pero tenemos lobbies poderosos de importación y exportación, que compran los productos locales y los venden muy caros en la UE”.

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Biševo, isla salvaje y lejana de Europa

Este contenido fue publicado en Después de la Segunda Guerra Mundial, la isla se convirtió en zona militar, prohibida a los extranjeros. La mayoría de la gente que todavía la habitaba se fue entonces a tierra firme o emigró a otros países, principalmente a Estados Unidos. Esas décadas de aislamiento forzado tuvieron un efecto benéfico sobre el entorno. Biševo es…

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¿Y con la adhesión? “Vamos a perder aún más, responde el ingeniero”, que votó en contra en 2012. “La Unión nos chantajea. Mira los húngaros, se convirtieron en una suerte de esclavos. Y Bulgaria. Produce excelentes frutas y ahora tiene que importar”.

Menos pesimista, el embajador Knobel revela, sin embargo, que la economía croata, que perdió con la independencia el mercado interno yugoslavo “sigue vulnerable a las crisis externas. Pero, el país ha adoptado medidas de reforma estructurales y debe aumentar rápidamente su competitividad. El Gobierno espera una recuperación en 2014 gracias también a los fondos de apoyo a la cohesión de la UE. (a los cuales debe participar Suiza)”.

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“¿Pero las inversiones cuyos beneficios van al exterior, de qué nos van a servir?, pregunta  Zeljko sin rodeos. Para él, la apertura de las fronteras hará partir a los croatas más calificados. Él no es candidato a la emigración. No más que su colega Igor Sustic. “No somos optimistas, pero trabajamos”, afirman ambos.

El suyo es un sentimiento que parece ser ampliamente compartido. Sean Nevenka, Zdravko, Ana, Román, Bojka o Branko, no encontré durante los siete días de reportaje, alguna camarera, estudiante, comerciante o recepcionista, que soñara con Eldorado europeo o suizo. Los jóvenes que se muestran  euroescépticos e incluso abiertamente hostiles a la UE, son principalmente los  croatas. Y los croatas aman a su país.

Y su capital.

Zagreb es también el lugar donde debo reencontrar a Mario, veterano de Vukovar. Después de todos estos años.

 

Remembranza: 1974. Es entonces un país llamado Yugoslavia y Mario, la primera persona que me hace ver el polvorín balcánico sin el barniz federalista. Tiene 23 años, yo, 15. Había llegado a trabajar en una cantera de la Plaine du Rhône y alquilaba una habitación en la casa de mis padres. Recién egresado de la Facultad de Derecho, habla francés, inglés, italiano y ruso, y estaba en Suiza para picar piedra.

 

Nos enseña el tenis y a los Rolling Stones. Pero cuando habla de su país, le brillan sus ojos de azul acero. Ya no reímos. En el curso de largas veladas nos ofrece un curso de actualización en historia y geografía, versión nacionalista croata. ¡Porque él es croata, no yugoslavo! Orgulloso de serlo y dispuesto a tomar las armas por su patria.

 

No son palabras vacías. En 1991, cuando Croacia proclama su independencia, se une a las tropas blindadas. Ascenderá hasta el rango de coronel, en favor de una guerra que nunca ha querido contarme.

 

Esta noche me está esperando en el segundo piso de la imponente casa patricia de mediados del Siglo XIX en la que nació, cerca del parque principal de Zagreb. Al final de un largo pasillo con las puertas cerradas, su esposa me conduce hasta su oficina, grande y de techo alto, pero oscura, como todo este apartamento de 150 metros cuadrados donde el tiempo parece haberse detenido.

 

¡Cómo ha cambiado! Es más que el ultraje que los años nos infligen a todos. “Mi cabeza es demasiado pequeña para todas esas lenguas”, justifica la adquirida precariedad de su francés. ¿Y si tu cabeza fuera demasiado pequeña para todos esos horrores, mi viejo amigo? Siempre decimos “comprendo”, pero ¿qué sabe de una guerra aquel que no la ha vivido? “¿Por qué fue esa guerra?” pregunta con los ojos en el vacío. Hace 1000 años teníamos un rey. Ahora tenemos un país. ¿Y luego qué? Un país amputado: “Bosnia es nuestra”. Bosnia, esta gran nuez en el mapa, como encerrada en la pinza que forma el actual territorio croata.

 

¿No hablará de Vukovar, de Gotovina? Lo conoce personalmente. Cinco generaciones atrás, tienen un ancestro común. Era el jefe. Por supuesto, un héroe. “No estaba en el terreno cuando se produjeron los horrores. Estaba en Bosnia. ¿Te acuerdas de Srebrenica? En Bihac, salvó a la ciudad rodeada por los serbios. Si no hubiera estado allí, habría habido 30.000 muertes, y no 7000”. ¿Europa? Votó en contra. “Tienen razón en Suiza de permanecer afuera”. ¿El futuro? De sus dos hijos, uno es profesor en la universidad, el otro ingeniero, pero viven frugalmente y no tienen todavía hijos.

 

Y mientras arremete contra los jóvenes que gritan en la calle su fiebre de sábado por la noche, Mario, con mano temblorosa, termina su magnum de cerveza barata. “Ya ves, me tengo que contentar con cerveza serbia”, dice con una sonrisa amarga, que se convierte en una sonora carcajada cuando la tromba se abate de repente contra el pavimento. “¡Es primavera!”

Zagreb, ciudad de arte

“Una bella campesina que estudió Humanidades”. La fórmula de Ramuz encaja perfectamente en Zagreb. Alrededor de la catedral, llena de fieles arrodillados durante la misa, las calles sinuosas son aún las de un burgo medieval. Y, al pie de la colina, Zagreb se da aires de la Viena de Strauss. Con una preferencia por las fachadas amarillas y parques sin fin que atraen a los perros, tan consentidos en los países que envejecen.

Desde la ventana de mi hotel, a la hora del crepúsculo, observo el gran ventanal de un estudio de baile. Un grupo de niñas ensaya un ballet jazz. Muy profesional, muy potente. Y es que Zagreb es también una ciudad de arte. Está llena de teatros, salas de conciertos, museos, galerías, escuelas de música, y el presidente Ivo Josipovic es un reconocido compositor de música clásica. Los músicos de la calle aman la canción local, pero también pueden tomarse por  Charlie Parker o Mark Knopfler. La noche en que vuelo, el fundador de Dire Straits toca en la Arena de Zagreb.

Lo anterior, sin olvidar el tema de orgullo compartido, el fútbol. 4º en la  clasificación mundial de la FIFA, la selección del logo con cuadros rojos y blancos es de lejos el mejor equipo de la ex Yugoslavia. Sus estrellas juegan en el Real, el Olympique de Lyon y el Bayern.

La grandeza de Roma

“Lo único bueno del país es el fútbol”, me decían la víspera Igor y Zeljko. ¿En serio? Es bueno su fútbol, seguramente, pero Croacia es mucho más. Y también en los pequeños detalles.

El país que inventó la corbata tiene calles notablemente limpias, mousse de cappuccino y helados con la untuosidad italiana, bombillas de bajo consumo y WiFi gratuito por todas partes, grandes parques eólicos, filetes para hacer palidecer a un restaurador parisino, conductores que detienen el motor ante la luz roja del semáforo y una población amigable, discreta y muy culta, como lo son siempre en los antiguos países comunistas.

En Split, otra perla de la costa dálmata, el corazón del casco antiguo se une a los contornos del palacio que Diocleciano, emperador de Roma e hijo del país, se hizo construir, a inicios del siglo IV, para su vejez. Roma, la primera UE, que aseguró a Europa 500 años de paz. Hoy en día, el Viejo Continente no tiene ni 15 años sin agitaciones. Sin embargo, Europa está en marcha. Y guste o no, Croacia está en Europa.

“Ya en la época del referéndum sobre la adhesión (aceptada con 66% de los votos en enero de 2012), los croatas no eran unánimes. Así que hoy, dado el estado de la UE, es evidente que no están muy entusiastas de amarrarse a  un barco que hace agua por todas partes”, señala André Liebich, profesor del Instituto de Estudios Superiores  Internacionales de Ginebra.

“Pero el problema, para Croacia como para otros países ex comunistas, es que no hay otra solución”, prosigue el experto en Europa central y oriental. “No hay Alleingang (vía solitaria) para Croacia. Entonces, se piensa que hay que seguir adelante, que no va a ser peor en el interior que en el exterior”.

“En términos de ventajas concretas, Croacia podría convertirse un poco en lo que España era hace 30 años: una playa para los ricos europeos del norte. La adhesión va a favorecer seguramente la inversión, pero es el destino que el país quería? ¿Qué va a pasar con sus fuerzas vivas? Todos estarán en los hoteles, el turismo? No es una solución viable cuando se quiere el desarrollo de un país moderno con una economía diversificada”.

No es muy optimista, André Liebich observa que la única ex república yugoslava que se ha unido hasta ahora a la Unión Europea, Eslovenia, “un verdadero modelo, germánica en sus tradiciones y aparentemente protegida contra las malas corrientes, es ahora, al parecer, al próxima candidata para una ayuda extraordinaria. Así que, si Eslovenia no lo logra, qué futuro hay para Croacia?”

Croacia ha pasado las negociaciones más duras impuestas hasta ahora a un país candidato a la adhesión europea. Más de seis años, recuerda el embajador suizo en Zagreb. La Comisión Europea (CE) añadió capítulos, como la justicia, el Estado de Derecho y la lucha contra la corrupción, y en esas áreas el país hizo los mayores progresos. Una generación de políticos y toda una clase de dirigentes económicos están en la cárcel. Es, por supuesto, solamente la punta del iceberg, y todavía hay problemas en la base y en el tejido económico, pero el proceso, de acuerdo con la CE, es irreversible”.

La CE señala, efectivamente, en su Informe Final de Monitoreo de Croacia (octubre de 2012) que el marco jurídico está en vigor y que “los cuerpos de aplicación de la ley se mantienen proactivos, especialmente en los negocios de alto nivel”.

El ciudadano común espera una aplicación más estricta de las leyes del país, calcadas en gran medida de la legislación europea. “Tenemos leyes excelentes, pero no son aplicadas”, se escucha a menudo, al abordar el tema.

En el Índice de Percepción de la Corrupción (2012) de Transparencia Internacional, Croacia ocupa el sitio 62 entre los países menos corruptos (de un total de 174 encuestados), con un índice de 46 (en una escala de 0 para los peores y 100 para los mejores). Menos bien que Eslovenia (37, índice 61), pero mejor que todos los demás países de la antigua Yugoslavia, y que su vecina y principal socia comercial, Italia (72, índice 42).

Relaciones económicas. El volumen del intercambio, modesto y con tendencia a la baja, fue de alrededor de 300 millones de francos en 2011. Suiza exporta principalmente productos farmacéuticos y maquinaria, e importa maquinaria y productos elaborados con madera.

Apoyo a la cohesión. El Gobierno suizo propondrá al Parlamento una contribución de 45 millones de francos, cantidad proporcional a la atribuida a los doce Estados que ingresaron en la UE desde 2004.

Inmigración. Unos 40.000 croatas viven en Suiza, donde en general están muy bien integrados. Más de 1300 suizos viven en Croacia. Muchos son hombres que se casaron con croatas.

Ninguna invasión a la vista. Según el embajador Denis Knobel, “la mayoría de los expertos no espera grandes olas de emigración después de la adhesión de Croacia a la UE”, incluso si no se puede excluir el hecho de que existe “una disponibilidad latente en la población, especialmente entre los jóvenes”, además de que en Suiza “la diáspora croata podría jugar un papel, en ambas direcciones, ya que recientemente ha habido más croatas que salieron de Suiza que nuevos inmigrantes”.

Prudencia. La libre circulación con Suiza, no miembro de la UE, no es automática. Es el resultado de acuerdos bilaterales que deben ser adaptados a cada nuevo miembro. En cuanto a Croacia, la UDC y los medios nacionalistas, que habían lanzado un referéndum contra la ampliación de la libre circulación a Rumanía y Bulgaria (finalmente aceptada por casi el 60% de los votantes) han amenazado con hacer lo propio respecto a Croacia.

Traducción, Marcela Águila Rubín

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