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“¿Bici eléctrica? ¡Como subir al Everest con oxígeno!”

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Llegar al trabajo en bicicleta se pone cada vez más de moda en Suiza y en otros lugares. Pero Olivier Staub no es un ciclista como los otros: Suele acompañar con poesías el pedaleo de los 34 kilómetros que separan su hogar de su puesto de labor, y que recorre así haya viento, nieve o sol.

El despertador suena a las 4:30. Olivier Staub se levanta, desayuna un birchermuesli con fruta fresca, llena una botella de bebida, cierra la puerta y monta su bicicleta, más o menos arropado, según la estación y el tiempo. Enciende su potente linterna LED y sale hacia las 5:15. “Así puedo disfrutar del trayecto sin estrés”, dice, con un brillo en la mirada.

Carreteras secundarias lo conducen de Herrenschwanden, cerca de Berna, a Kriegstetten, en el cantón de Solothurn. Todo en una hora y cuarto, su mejor momento del día.

“Me encantan estos viajes porque estoy prácticamente solo en el camino”, confiesa este ingeniero eléctrico de 43 años. Pedalear permite no solamente moverse, sino también entregarse a sus pensamientos. Él piensa en su esposa Petra y en sus cuatro hijos, de entre 13 y 7 años y medio. O se concentra en la entrevista que lo espera ese día. “También recito poemas, por ejemplo, de Paul Éluard, mi poeta favorito”. Así es como la bicicleta se convierte en una especie de puente entre los dos mundos de Olivier Staub, la familia y el trabajo. Los  separa, pero al mismo tiempo, crea una cierta armonía entre ellos.

Responsable de desarrollo de una sociedad internacional de telecontrol desde hace once años, llega a la oficina alrededor de las 6:30. Toma una ducha para empezar el trabajo con la cabeza y las ideas claras. Pero para él, la bicicleta no es un mero medio de transporte. En invierno, cuando descubre a través de la ventana que todo afuera está blanco, su corazón late más de prisa, “porque el trayecto a la luz de los faros sobre la nieve fresca es una pura maravilla”. Pero entonces, cambia su bicicleta de carreras por una todoterreno con  neumáticos especiales. “Si está muy congelado y resbaloso, es un poco peligroso”, reconoce.

Por la tarde sale de la oficina a las 17:30 y llega a casa a las 19 horas, con un total de 70 kilómetros en las piernas. Cuando hace buen tiempo, recorre unos kilómetros más, solamente por placer.

Sin dogmatismos

Olivier Staub cuida lo mismo su estado físico y mental, que su equipamiento. No se permite caer en dogmatismos. Se define más bien como el prototipo del usuario de una movilidad mixta e inteligente, concebida en función de sus  posibilidades y necesidades. Si tiene delante un largo día de trabajo y su esposa, que trabaja a tiempo parcial como arquitecta, no necesita el coche, opta entonces por las cuatro ruedas, con lo que reduce a 25 minutos su trayecto. Otros días combina tren y bicicleta.

No le gusta quedarse tranquilo, porque se aburre rápidamente. Habiendo crecido en Lausana, cerca de la ribera del Lago Lemán, pasó su infancia al aire libre. Recibió su primera bicicleta a los 8 años, y cuatro después ya era el orgulloso propietario de su primera bicicleta de carreras. Más tarde se lanzó a las carreras y al esquí de fondo y ha participado en competencias de senderismo, en particular en la famosa Patrulla de los Glaciares.

Conoció a su esposa mientras estudiaba en la Escuela Politécnica Federal de Lausana. Ambos amaban los mismos deportes, pero también las salidas sin horarios de retorno. “Descubrimos que funcionaba”, anota Olivier Staub, sonriendo.

El coche es práctico, pero aburrido

No es de extrañar que los trayectos vacacionales de la familia sean en bicicleta.  En 2011, fueron en tren a Dinamarca, donde pedalearon de Copenhague a Ostende. Recientemente, fueron de Viena a Budapest vía Bratislava, las capitales de Austria, Hungría y Eslovaquia. Cada vez, totalizan cerca de 500 kilómetros en casi tres semanas.

Las etapas de 30 a 60 kilómetros eran seguidas por un día de pausa. Además, ayudaban a los niños, la mamá tirando a los más chicos y papá empujando a los mayores. Olivier Staub no niega que a veces los muchachos tenían la moral en el suelo y se requería mucha imaginación para animarlos. “Pero al final del viaje, los niños estaban orgullosos y felices”, narra.  

Cada dos años, Olivier Staub emprende un viaje de tres días para conquistar las colinas con sus antiguos compañeros de clase. La victoria da al ganador el aura de mejor escalador. “Pero también hay una clasificación para los que han sufrido derrotas o tenido las peores fallas”, precisa. Por la noche hay una fiesta como es debido. “Aquel que va por delante el primer día no necesariamente sigue así el segundo”.

Si le gustan particularmente los paseos en bicicleta, es porque nunca hay dos días iguales y nunca se sabe qué va a pasar. “El ritmo pausado permite tener conciencia del paisaje y se puede disfrutar plenamente. El auto, por el contrario, es práctico, pero aburrido”.

¿Y bicicleta eléctrica? ¿La ha considerado para racionalizar sus trayectos? No, porque eso sería demasiado simple, técnicamente. El camino le tomaría cincuenta minutos solamente, una ganancia de media hora. “¡Pero, ir a trabajar en bicicleta electrónica, sería para mí un poco como escalar el Everest con una máscara de oxígeno!”

(Traducción, Marcela Águila Rubín)

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