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“Pensar y actuar con alegría van juntos”

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Como muchos de sus alumnos, Karin vivió de niña muchos mundos y fue el puente entre su propia realidad en Suiza y las de sus padres, sobreviviente uno de la II Guerra Mundial, en Alemania, y otra de la Guerra Civil española. Pero esta feminista, licenciada en Etnología y técnica en Psicodrama, no se amilana. Apuesta a la resiliencia y hace de la alegría su ‘leitmotiv’.

“Me sentía afortunada. Era ‘especial’. Mis padres venían de otras partes. Todos los años íbamos a Valencia o a Barcelona. Comíamos paella y tortilla”, recuerda Karin de Fries al desvelarnos su historia personal, ese lienzo que entreteje sin tropiezos vivencias en Suiza, donde nació en 1963, Estados Unidos, España, México y El Salvador.

“Son muchos los mundos míos”, dice mientras nos muestra un zapato de papel cartón y tirro, pintado en naranja y verde, y una caja pequeña de madera con un paisaje colorido y la inscripción El Salvador.

El primero “es mi pie y me significa mucho: caminar”. Está hecho a mano, con reflexión y en colores vivos “porque pensar y actuar con alegría van juntos”. Ese zapato, advierte, busca otro “porque no podemos ir solitos, tenemos que ir en colectivo para hacer una marcha que cambie al mundo”.

Sobre la cajita, nos explica: “es como la mochila que todos llevamos y en la que cabe todo: lo que nos aporta y lo que nos duele. Sus colores también son alegres, porque en El Salvador – y es uno de mis grandes aprendizajes-, las personas han vivido tantas situaciones difíciles, han perdido a tantos de los suyos… pero lo que nunca perdieron es la alegría de juntarse y de seguir construyendo”.

Tarde de verano, Karin acude radiante a la cita: Gabriel, su hijo, se acaba de graduar de peluquero. Estuvo entre los mejores y ahora proyecta viajar y conocer mundo, “pero con sus pilares bien puestos, sobre todo profesionales, y es muy bonito para una madre ver esa apertura con una base tan sólida”.

Nos instalamos en el jardín del restaurante donde labora Miguel, su compañero, con el que comparte también sus eventuales incursiones periodísticas en la alternativa Radio Lora. Estamos cerca de Auzelg, en los suburbios de Zúrich, donde se ubica la primaria en la que da clases. Es un barrio modesto. “Los adultos tienen menos oportunidades y, en consecuencia, también los niños”.

Karin de Fries

Uno no puede cambiar al mundo, pero puede fortalecer a los seres humanos para que juntos puedan ir cambiándolo

Chicos con fardos de grandes

Para ellos, la diversidad no es siempre una fuente de entusiasmo. “Hay hijos de personas procedentes de regiones en conflicto armado que tienen muchos traumas, con otros valores, otras religiones… esos niños tienen que hacer puentes mucho más complejos. A los 8 o 9 años llevan mochilas de adultos”.

La respuesta, alerta Karin, no es compadecerse y resignarse, sino encontrar la manera de encarar esas dificultades y proporcionar las herramientas para que los niños puedan manejar mejor su vida y su futuro.

“Tengo la suerte de trabajar en una escuela que realmente tiene esa visión y está muy comprometida en ofrecer a toda la comunidad posibilidades iguales”.

Amén de las lecciones de matemáticas, alemán o ciencias, la maestra enseña a los niños cómo expresarse para reivindicarse, para cambiar sus realidades, defenderse y crear colectivamente. “Son objetivos que coinciden con el plan oficial de estudios, que busca formar a los jóvenes para la democracia”.

Para alcanzarlos, la profesora aplica también técnicas aprendidas en El Salvador de su compatriota, la psicoanalista y psicodramatista Ursula Hauser, al lado de ex guerrilleras y luchadoras sociales vinculadas con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

El Salvador, una experiencia de vida

Karin de Fries Carceller se estableció en San Salvador en 1992. Para entonces ya había trabajado en St. Louis, Missouri, como niñera; explorado (y descartado) los estudios de Lingüística en la Universidad de Zúrich y la Complutense de Madrid: “No me gustó nada, sentí que era una cirugía del idioma”, y había concluido los cursos de Etnología en la Universidad de Zúrich. “Tenía que hacer una investigación de campo para mi tesis y para mí era claro que tenía que ser en El Salvador”.

Su militancia en los movimientos de solidaridad la había llevado en tres ocasiones al país centroamericano “para romper el silencio” sobre lo que realmente sucedía in situ “porque como hoy en día en tantos lugares, los medios publicaban lo que interesaba a los poderes políticos y económicos”. En 1991, luego de un infructuoso intento por ingresar de nuevo, se había ido a México, donde trabajó  un año con los refugiados salvadoreños.

Tras los acuerdos de paz, pudo finalmente deshacer sus maletas en ese pequeño país de la mitad de América que habría de convertirse en un hito en su historia. “De ese año de investigación de campo, al final se hicieron 9 años de vivir y de trabajar y de amar y de parir y de todo”.

La lucha de las mujeres

Durante los dos primeros años, Karin trabajó con el FMLN en el campo educativo. “La guerra duró 12 años y mucha gente no pasó ni un día en la escuela”. Ingresó luego en Las Mélidas, una organización feminista cuyas integrantes, procedentes casi todas de la lucha armada o social, reivindicaban la inclusión de la perspectiva de la mujer en el proceso de transformación del país.

Karin evoca con fervor aquellos tiempos de esperanza, pero también de incertidumbre. “No sabíamos si volvía la guerra y el gobierno manejaba una propaganda de miedo. Todavía en los 90 seguían cantando: El Salvador será la tumba de los rojos”. En esa época, y en ese contexto, la joven suiza logró también descifrar las claves de su propia historia. “A miles de kilómetros, aprendí de la vida de mis papás”.

Romper el silencio

Huérfana a los 5 años, su madre, doña Josefa, logró vencer la miseria y el tifus en la España de la postguerra. Su padre, Hans, fue el único sobreviviente de los 12 muchachos que, junto con él, intentaron cruzar a nado el Elba para escapar al reclutamiento forzoso de los nazis. Tenía 17 años, pero el horror lo atenazó hasta su muerte.

Josefa y Hans se conocieron en Glattbrugg, en la periferia de Zúrich, y ahí crearon ese espacio de seguridad en el que concibieron a sus tres hijas, María de las Mercedes, Jacqueline y Karin. “Daban todo para su familia, pero mi papá tenía sus espacios terapéuticos: su trabajo en la huerta y su música clásica. Y nunca contaba nada”.

Solamente con su propia vivencia en El Salvador, y su formación psicológica, Karin logró que rompiera el silencio. “Mi papá me envió una carta de unas 10 hojas y luego hablamos en persona, y en una catarsis tremenda, tuvo la gran valentía de meterse en su dolor más profundo y contármelo todo. Fue el mejor regalo que me hizo”.

Entre la ciencia y la poesía

En 1999 y luego de un proceso de reflexión de dos años, Karin retornó a Suiza. La movía la inquietud de que Gabriel empezara acá sus estudios, “la educación salvadoreña era todavía muy estricta y poco creativa”, y de concluir la carrera de Etnología.

La redacción de su tesis la llevó por un nuevo derrotero: “Tú no me escribes científicamente. Haces una mezcla”, le dijo su asesora. En efecto, amén del trabajo académico, de la decantación surgió Encuentro, un libro de poemas escrito en alemán y en español. “Está publicado sin traducción, con ese entender de que no hay que entender todo. Nunca podemos entenderlo todo”.

Ya en Suiza continuó durante 11 años su labor para El Salvador en el seno de la Ayuda Obrera Suiza. Se formó luego como maestra y hoy, con sus niños en la escuela, sus compañeros en la creación del grupo Suiza-Alba (Alianza Bolivariana para las Américas)  y sus colegas de la troupe de Furore (teatro espontáneo), Karin de Fries sigue construyendo puentes y bordando el tejido de su historia, siempre con los mismos hilos.

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