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Una carga de historia y de futuro

En la curva de Montebello se abre una vista espectacular sobre el Bernina y el glaciar Morteratsch. © Rhaetische Bahn, Chur/ Foto: Andrea Badrutt

La línea ferroviaria del Bernina tiene 100 años, pero nadie lo diría. ¿Cuál es el secreto de su eterna juventud? Atravesar un paisaje alpino de rara belleza y haber logrado conquistar el corazón de millones de personas. Hace dos años, la UNESCO reconocía a este tren como patrimonio mundial de la humanidad.

Es el 5 de julio de 1910 y hay fiesta. Por vez primera, el tren logra unir St. Moritz y Tirano: Suiza e Italia. Apenas han pasado 12 años desde el momento en que el ex ministro federal Numa Droz lanzaba la idea de construir un ferrocarril en el paso del Bernina. El inicio de las obras fue hace sólo cuatro años…

Y enseguida llega el éxito. Ya en agosto, 92.000 turistas toman el tren. Para los habitantes de la región, los billetes tienen un precio prohibitivo, pero les importa poco. Esta línea de ferrocarril, sin lugar a dudas, la han querido y deseado. Pues este tren es sinónimo de desarrollo, trabajo y electricidad: la de la central hidroeléctrica de Campocologno, construida principalmente para alimentar la locomotora.

Cien años más tarde, siguen los festejos. Y no es en absoluto una celebración para nostálgicos. El tren del Bernina ha sobrevivido a dos guerras mundiales, a recesiones, a la competencia de las carreteras y a la miopía de quienes no llegaban a ver su excepcionalidad. En suma: este ferrocarril tiene futuro.

Técnica y paisajes

Los amantes del ‘trenecillo rojo’ se encuentran diseminados: algunos en Suiza, otros en Italia o Alemania… o incluso en Costa Rica. Es allí donde desde el año 2000 se encuentra una reproducción del viaducto de Brusio. La idea se le ocurrió a un suizo residente en el extranjero, quien decidió incorporar un puente helicoidal en los 3,5 kilómetros de vía turística construida para unir su hotel con un restaurante panorámico.

El original, un puente de nueve arcos que dibuja una espiral a cielo abierto para vencer el desnivel, se inscribe de forma elegante en el paisaje caracterizado por la presencia de rocas y castaños. Si bien no representa una solución sin precedentes desde el punto de vista técnico, ha logrado conquistar fama internacional, convirtiéndose en el símbolo del ferrocarril del Bernina. No es por casualidad que haya sido elegido como logotipo del centenario.

Pero no es sólo una vuelta en tren lo que esta vía férrea ofrece a los viajeros. Quien recorre este trayecto ve pasar ante sus ojos los bosques de la Engadina, las nieves eternas del Bernina (que con sus 4.049 metros de altura es la cima más elevada de los Alpes réticos) o Valposchiavo y el santuario de la Madonna de Tirano.

“¿En qué otro lugar es posible pasar en apenas dos horas de los glaciares a las palmeras, atravesar tres regiones lingüísticas y una frontera internacional?”, pregunta Silvio Briccola, vicedirector de los Ferrocarriles Réticos, la sociedad que gestiona la línea del Bernina.

La locomotora de la UNESCO

El estrecho vínculo entre técnica ferroviaria, paisaje y cultura ha convencido a la UNESCO para inscribir las vías del Bernina y del Albula (que desde St. Moritz llega a Coira, capital de los Grisones) en el patrimonio mundial de la humanidad.

Para la UNESCO, las dos líneas se inscriben “de una forma especialmente armoniosa en los paisajes alpinos” y representan “una construcción ferroviaria ejemplar que rompe el aislamiento de los Alpes”.

El año pasado, también gracias al reconocimiento de la UNESCO, los pasajeros del Bernina superaron el millón. “Es difícil cuantificar el efecto UNESCO”, explica Briccola, “pero es innegable que ha tenido mucho que ver, pues hemos notado un incremento de la frecuencia y el volumen de los negocios”.

El miedo de convertirse en un museo

Hoy los Ferrocarriles Réticos se muestran orgullosos del reconocimiento de la UNESCO y lo utilizan hábilmente para atraer a la región visitantes y periodistas. El primer acto de los festejos por el centenario de la línea del Bernina ha sido seguido con interés por muchos medios de comunicación extranjeros. Aunque es interesante anotar que, al comienzo, varios directivos de la empresa se mostraron escépticos ante la idea de presentar el tren a la candidatura de la UNESCO.

“No teníamos ejemplos sobre los que basar la posible repercusión de una tal elección”, recuerda Silvio Bricola. “Pero para nosotros era importante evitar el convertirnos en un ferrocarril de museo, sin posibilidades de desarrollo. Por otro lado, no podíamos permitirnos incrementar aún más los costes de mantenimiento, ya de por sí muy elevados”.

Es por esto que en 2004 los Ferrocarriles Réticos decidieron presentar la línea del Albula, considerada como más interesante desde un punto de vista técnico, a la candidatura del patrimonio mundial.

Pero a la hora de esa decisión, no contaron con la opinión de los habitantes del Valposchiavo! “No se podía dejar fuera la línea del Bernina, con su belleza y sus peculiaridades”, recuerda Cassiano Luminati, presidente del ente turístico de Valposchiavo. “Para evitar esto, fundamos un comité que movilizó a todos nuestros contactos en Berna e Italia. Hemos insistido hasta que las autoridades del ferrocarril cambiaron su punto de vista”.

Amar el tren sin tomarlo

Hoy en día nadie pone en duda lo razonable de esas reivindicaciones. “Fue una reacción justa de orgullo por parte de una región periférica, habituada a luchar por aquello en lo que cree”, reconoce Silvio Briccola.

El apego de la gente de Valposchiavo a ‘su’ línea ferroviaria tiene un aspecto paradójico: apenas unos pocos la utilizan. “Es cierto”, admite Cassiano Luminati, “el tren lo tomamos sólo cuando no tenemos otra alternativa”. ¿Cuál es su principal defecto? Es demasiado lento: a 30 kilómetros por hora, para subir al Bernina se necesitan dos horas; mientras que en coche 45 minutos son suficientes.

Pero el tren no sirve sólo para desplazarse, sino que también aporta trabajo y turistas. Casi todo el mundo conoce a alguien que trabaja o ha trabajado para la línea del Bernina, y lo ha hecho con pasión, como los jubilados que están restaurando gratis la ‘cocodrilo’ Ge 4/4 182, una de las locomotoras históricas. Pasión y reconocimiento que explican las innumerables manifestaciones (exposiciones, espectáculos teatrales, fiestas) que acompañan el jubileo.

Fue construido entre 1906 y 1910. En 2008 fue declarado patrimonio mundial de la humanidad de la UNESCO junto con otra rama de los ferrocarriles réticos: la del Albula.

La línea une St. Moritz, en la Engadina (cantón Grisones), con Tirano (Italia). Atraviesa el Valposchiavo, uno de los cuatro valles de los Grisones italianos.

El trazado ferroviario, de poco menos de 61 km, va desde 1.850 metros sobre el nivel del mar en la Engadina hasta 2.253 metros en el Hospicio Bernina para volver a bajar hasta 429 metros a la altura de Tirano.

El tren es capaz de superar, sin ayuda de cremalleras, pendientes del 70 por mil. Esto convierte la línea del Bernina en una de las vías de adhesión más empinadas del mundo. Es además la única en superar los Alpes sin pasar nunca por debajo.

Con una clara vocación turística, el ferrocarril del Bernina reviste un rol importante también para el transporte de mercancías. Actualmente transporta sobre todo madera (del norte al sur) y derivados de petróleo (del sur al norte).

Pensada inicialmente para su utilización en la temporada de buen tiempo, el Ferrocarril del Bernina comenzó muy pronto (ya en 1913, tres años después de su inauguración) a trabajar durante todo el año.

De hecho, para rendir homenaje a esta vocación, los festejos del centenario se han distribuido a lo largo de las cuatro estaciones. La fiesta comenzó en St. Moritz y prosigue el 8 y 9 de mayo en el otro extremo de la línea: en Tirano (Italia).

Al comienzo del verano (del 18 al 20 de junio) Valposchiavo estará bajo la luz de los reflectores y contará incluso con la presencia de la presidenta de la Confederación, Doris Leuthard. El punto central de los festejos será el viaducto de Brusio.

Para el acto final de las celebraciones, el 18 y 19 de septiembre, se volverá a la Engadina, a Pontresina.

Traducción: Rodrigo Carrizo Couto

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