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“Ser sacristán es saber vivir”

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Sacristán, conserje, campanero, guardián de la iglesia, pertiguero: Josef Käser ejerce todos esos oficios en Bösingen. Este pueblo del cantón de Friburgo vive aún al ritmo del reloj y de las campanadas de la iglesia católica.

La jornada comienza temprano con los preparativos para el servicio religioso de las ocho, encender los cirios, servir la misa y leer los textos, antes de pasar la cesta de la colecta entre los treinta feligreses que asisten este miércoles al oficio religioso.

Hoy, es el día de Santa Ágata: el sacerdote, con una casulla roja, bendice y reparte el pan. Después de misa, se dirige a la panadería de al lado para bendecir la hornada del día. Una costumbre ancestral que prácticamente ha desaparecido, salvo en esta localidad germanoparlante del cantón de Friburgo, que parece aislada del resto del mundo y donde las tradiciones marcan el ritmo de vida.

Es una persona laica o religiosa encargada de la sacristía de una iglesia católica y de los preparativos para las celebraciones, como los utensilios y la vestimenta litúrgica que necesita el sacerdote para oficiar misa.

Su contratación y remuneración es competencia del Consejo Parroquial.

Antiguamente, solía llamarse al sacristán el Suizo, incluso en el extranjero: llevaba un uniforme de gala en las ceremonias religiosas y abría las procesiones, una reminiscencia de la Guardia Pontificia Suiza, que creó el papa Julio II en 1506.

Un compromiso espiritual

Josef Käser, de mirada despierta y sonrisa fácil, recorre su reino con swissinfo.ch. La bella iglesia barroca, dos capillas, la sacristía, el campanario, la visita concluye con un café en la residencia del párroco, deshabitada como muchas otras, porque escasean los sacerdotes.

 “Antes, solíamos oficiar misa todos los días. Hoy, solamente una entre semana, a parte de los sábados y los domingos. No está mal comparado con otras parroquias. Y luego están los entierros y las bodas. Yo prefiero las grandes celebraciones, como la Pascua de la Resurrección y la Navidad”. Las liturgias ocupan la mitad de la vida de Josef Käser. El resto del tiempo, se dedica a la limpieza y el mantenimiento del interior y exterior de la iglesia.

Ya lo dice la asociación profesional de este sector en su página web: El sacristán debe disponer de experiencia en un oficio, así como de un carácter fuerte. Además, tiene que formarse.

Un perfil que le va como anillo al dedo a Josef Käser. Le contrataron hace siete años, con 48 primaveras cumplidas y después de haber trabajado durante casi tres décadas como mecánico de maquinaria agrícola. Las extremidades que perdió en dos dedos de su mano derecha son una secuela de esa época. “De hecho, fue gracias a mi esposa, Lizeth, que acepté este trabajo. Ella llevaba años empleada en la parroquia. Solía ocuparse de las decoraciones florales, del mantenimiento de los objetos y de la vestimenta litúrgica”.

“Asumí un compromiso espiritual. Creo que es indispensable para encontrar su lugar como sacristán”, explica. “No es un trabajo cualquiera y tampoco se puede estar pendientes del reloj”. Un fin de semana libre al mes y cinco semanas de vacaciones al año. Lizeth y Josef Käser, que comparten este puesto, no suelen viajar mucho. “Lo que me gusta, es que me puedo organizar a mi antojo, soy independiente”, prosigue Josef o Sepp, como le llaman los lugareños. “Mi esposa tiene problemas de salud, uno de nuestros tres hijos padece fibrosis quística y he podido ocuparme de mi familia cuando los niños iban al colegio”.

Un nexo entre iglesia y feligreses

La enfermedad ha sido una constante en su vida desde la tierna infancia. Josef Käser, benjamín de una familia de ocho hermanos, perdió a sus padres cuando apenas tenía trece años. “Mi madre tenía esclerosis múltiple. Yo nunca la conocía sana. Una de mis tías, soltera, se ocupó de nosotros. Mi padre solía decir que de no haber sido por ella, habríamos terminado en familias de acogida”.

Cuando sus padres fallecieron en 1972, en un intervalo de tres meses, el mayor asumió el cuidado de los tres pequeños, que eran menores de edad. “Mi hermano y yo fuimos a un internado, el primer año por separado, y a partir del segundo juntos. Fue difícil…”. Le tiembla la voz, pero enseguida recupera la sonrisa: “Después de la tormenta siempre sale el sol, soy una persona positiva. Mi madre me decía que iba a ser sacerdote, como quiere la tradición para los benjamines. Me hice sacristán, algo es algo”.

“No es un oficio para hacer carrera, pero me ofrece mucha calidad de vida. Dispongo de tiempo libre que me permite ayudar a mis vecinos. Para mí, esto es saber vivir”.

¿Lo más difícil? Su papel de nexo entre la institución religiosa y la población. “Como prácticamente no hay sacerdotes en la morada, soy el destinatario de las críticas, los reproches, las preguntas. Hay que preservar la neutralidad, lo cual no siempre es fácil, no somos más que humanos”.

De las 3.350 que residen hoy en este municipio germanoparlante del cantón de Friburgo, entre 1.500 y 1.600 son católicos. Los protestantes rondan el 30% de la población.

En 2012, la iglesia barroca (finales del siglo XVIII) celebró una veintena de entierros, otros tantos bautizos y una decena de bodas.

El lenguaje de las campanas

El campanario de Bösingen mide 47 metros de alto y alberga 5 campanas de diferentes tamaños que cuelgan de un tejado puntiagudo cubierto de tablillas. Repican cada cuarto de hora, noche y día, para la misa matinal de las 6.30 horas, al mediodía y el ángelus a las 19 horas.

Las campanas se programan por ordenador, pero hay un sistema manual para las ocasiones especiales. Cabe señalar que desempeñan un papel importante para preservar las tradiciones del pueblo. Son una especie de medio de expresión, relata Josef Käser.

“La quinta campana, solo la he utilizado una vez: es la campana del tiempo. Los ancianos dicen que protege al pueblo de los rayos. Un día a las siete y media, una persona mayor me llamó por teléfono para decirme que había riesgo de tormenta. Al ver que el cielo estaba negro me puse a tocar durante 10 o 15 minutos. No ocurrió nada especial, pero no hubo rayos…”. Obviamente, no hay una prueba científica, pero el repique de esta campana debe tener un efecto especial…

Obviamente, no hay una prueba científica, pero el repique de esta campana debe tener un efecto especial…

Otra tradición que respeta escrupulosamente el pertiguero es tocar la campanita de la capilla para anunciar la llegada de un difunto. “La toco manualmente, durante 30 segundos. Es una costumbre que data de la época en que no existían los teléfonos: un repique significa que ha fallecido un niño; dos que se trata de una mujer y tres de un hombre. En general, apenas termino de tocar la gente llega para preguntar quién ha fallecido”. Para los funerales, es costumbre tocar una hora antes del servicio. Antiguamente, la gente se dedicaba a la agricultura y así disponía de suficiente tiempo para volver a casa y cambiarse para la ceremonia.

En una época en la que disminuye el número de sacerdotes y practicantes, cabe preguntarse si el oficio de sacristán está en peligro de extinción. “Es verdad que los sacerdotes cumplen cada vez más años, como el resto de los parroquianos, y cada vez más gente pierde la fe. Aun así, alguien tiene que ocuparse del mantenimiento de los edificios. Y después de todo, la fe católica gana terreno en otros países y continentes…”, dice, antes de regresar silbando a “su” iglesia.

(Traducción: Belén Couceiro)

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