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“¡Tenemos en nuestras manos el alimento, la vida!”

Martha proviene de un país donde los grandes productores agrícolas y los consorcios de producción de semillas se imponen, mientras que la comunidad rural, la más pobre, se deja a su suerte. swissinfo.ch

Hay que identificar a la mujer paisana como digna productora de alimentos, es el reclamo de Martha, que ha dejado su huerto en los Andes de Colombia para establecer un diálogo durante diez días con sus iguales de Suiza, Chad, Myanmar y Canadá.

Es una mañana soleada en las praderas alpinas, en pleno corazón de la Suiza central. El lago de Sarnen, verdes praderas y el monte Pilatus forman parte del escenario que se despliega ante los ojos de Martha Cecilia Pinto.

La campesina, de 49 años de edad, lo compara con el paisaje de su tierra, Mongua, a 2.900 msnm en Boyacá, uno de los departamentos más pobres del país sudamericano, aunque sea el primer proveedor mundial de esmeraldas y cuente con muchas otras riquezas naturales. “Allá tenemos mucha más vegetación, más diversidad, más agua”, dice en voz baja, mientras se hace las trenzas.

Durante su visita a la comuna de Kerns, en el cantón Obwalden, la madre de familia viste un colorido traje tradicional andino, con aplicaciones en lentejuelas en la falda. Debajo lleva una doble enagua. “La roja, nos protege el frío, y la blanca significa la pureza de la mujer”. Es una tradición vestirse así para encuentros con personas de otros poblados, y que Martha aplica también aquí, en Suiza.

Martha al lado de su compatriota, de Sucre, y sus compañeras de Myanmar, son recibidas en la granja de la familia Röhtlin, en Kerns, con flores, por un puñado de niños y muchos interesados en la vida de las invitadas extranjeras. swissinfo.ch

En Kerns, la campesina suiza Irene Röthlin es su anfitriona. Recibe a Martha, junto a sus otras siete compañeras de viaje, otra paisana colombiana, dos de Chad, dos de Myanmar y dos de Canadá, con los brazos abiertos. El objetivo: establecer un diálogo entre mujeres campesinas, para comprender y reforzar su lugar como pilares de la alimentación, cuando hoy 800 millones de personas no tienen suficiente para comer.

Por la mañana, Irene las conduce cerro arriba, donde pastan sus vacas. “Hablamos mucho de la vida en nuestros países. Tenemos tantas semejanzas, y un problema que resulta ser el común denominador: la dificultad de llevar al mercado nuestros productos”, comenta a swissinfo.ch la campesina helvética.

Además, todas, incluida Irene, se destacan en sus comunidades como labriegas comprometidas en reforzar las oportunidades de la mujer en la producción agrícola. Participan en organizaciones con vínculos con SwissaidEnlace externo, que sostiene esfuerzos de autodesarrollo de grupos de los pueblos más pobres del mundo, ubicados, sobre todo, en zonas rurales.

Las campesinas de Chad, curiosas y abiertas, miran las danzas que les ofrecen los pequeños de Kerns. swissinfo.ch

Irene Röthlin describe el funcionamiento de su granja y responde a las preguntas, muchas, de sus invitadas.

Martha cree que su anfitriona olvidó mencionar, a parte de sus vacas y cerdos, a sus conejos. Y es que la mujer andina, al verlos, se ha entusiasmado. Ella recién ha iniciado la cría de algunos para consumo familiar, “porque tenemos muy poco acceso a comer carne”.

La paisana suiza le explica que no los citó porque, en realidad, esos conejos hacen las veces de mascotas para sus pequeños. En el rostro de Martha se dibuja una sonrisa… En el de la canadiense Monia Grenier, también.

“Las diferencias entre nosotras son inmensas: ¡Martha tiene apenas media hectárea de tierra! ¡Irene debe subir sus vacas a pastar en los altos!”, exclama la quebequense, con 160 hectáreas para el cultivo y 120 cabezas de ganado. Y, sin embargo, observa, “cada una de nosotras, en nuestros contextos, representamos a la mujer campesina y sus desafíos ante la globalización y la exigencia de alimentar cada vez a más gente, con los mismos recursos y con una presión para reducir los precios de nuestros productos”.

Si bien con muchos desafíos, la situación de las representantes canadienses y la de la suiza Irene Röhtlin, su anfitriona en Obwalden, es mucho menos complicada: tanto Canadá como Suiza tienen legislaciones que fortalecen el papel de la comunidad campesina en la producción alimenticia. swissinfo.ch

Significación decisiva 

“En este viaje me he dado cuenta de que no solo las campesinas colombianas hacemos frente a dos problemas esenciales: la seguridad alimentaria y el reconocimiento de nuestro aporte a ese objetivo global. En el mundo, hay que identificar a la mujer campesina como tal, como digna productora de alimentos. Sin nosotras, la humanidad sería distinta”, agrega.

“Nos llaman ignorantes a los que tenemos menos de una hectárea de tierra, pero nosotros tenemos en nuestras manos la ciencia esencial, el alimento, la vida. A veces nos discriminan, no nos valoran. Se da prioridad a los agricultores extensivos, no al agricultor pequeño, y menos si se trata de una mujer”, subraya Martha. 

“Nos llaman ignorantes a los que tenemos menos de una hectárea de tierra, pero nosotros tenemos en nuestras manos la ciencia esencial, el alimento, la vida”: Martha C. Pinto

Michel Mordasini, director del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), en una reciente entrevista con swissinfo.ch, confirmaba, justamente, la importancia de conjugar la microagricultura en femenino: “Los pequeños negocios agrícolas dirigidos por mujeres tienen una significación decisiva en el desarrollo rural. Cuando mejoran sus ingresos a través de su producción, mejoran la calidad y la cantidad de la alimentación en su entorno. Por ello debemos invertir en su desarrollo”.

Martha heredó de sus padres 0,6 hectáreas de tierra. “Es un espacio tan reducido, que debo aprovecharlo bien. Siembro papas, maíz, leguminosas. Y con el apoyo de SwissaidEnlace externo construimos un invernadero”. De este modo ha podido cultivar también tomates, lechugas, coliflores, calabacines y pepinos para consumo propio, “matas que antes ni sabía cómo se cultivaban”. Veinticuatro familias tienen ya su microinvernadero en Mongua. 

Como programa previo al Día Mundial de la AlimentaciónEnlace externo, este 16 de octubre, la ONG Swissaid estableció un diálogo entre campesinas suizas y ocho contrapartes extranjeras.

Durante diez días este intercambio de ideas se realizó a través de un recorrido por diversas granjas de Suiza. El periplo de las ocho campesinas de Colombia, Chad, Myanmar y Canadá inició en Ginebra, el 6 de octubre, y culmina en la feria agrícola y alimenticia OLMAEnlace externo en San Gall, dedicada este jueves a la mujer campesina.

En 2050 se prevé que haya 9 mil millones de habitantes en el mundo. Para alimentarlos se requiere aumentar un 70% la producción agrícola. El pequeño agricultor será clave en este reto alimenticio.

Martha agradece la capacitación en cultivos que recibió con el apoyo de la organización helvética. “Con asesoría de los técnicos, los miembros de mi organización –unas 60 familias campesinas- intercambiamos semillas, aprendimos eficientes modos de cultivo, la elaboración de fungicidas, cómo implicar a nuestros jóvenes -estudiantes de carreras tecnológicas agropecuarias- en nuestro desarrollo.

También recuperan hierbas aromáticas que antes se daban en la región y y otros cultivos que ya no podían sembrarse en sus tierras, a causa de la erosión. “Nuestra zona es minera. Las multinacionales reciben permiso para explotar nuestro subsuelo, lo que daña el suelo y los yacimientos de agua. Debemos actuar para evitarlo”.

Y lo hacen. Desde hace 3 años se ocupan de limpiar de basura sus fuentes hídricas. “Integramos a las fuerzas militares, a las alcaldías, para que se multiplique la participación para proteger la tierra”.

¿Qué falta aún para fortalecer el trabajo de la mujer campesina? “Lo ideal sería que surgieran incentivos para aquella que se dedique a la agricultura juiciosa, orgánica”, responde Martha, orgullosa de trabajar con las manos, “y no con químicos y aparatos que destruyen nuestra tierra”.

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