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“Es como vivir en un hotel sin libertad”

Una puerta las separa de la libertad y de lo más preciado para ellas: sus familias. swissinfo.ch

En Hindelbank, el único centro penitenciario para mujeres en la Suiza de habla alemana, purgan condenas veinte latinoamericanas.

Tres de ellas relatan a swissinfo sus vivencias, sueños y pesadillas entre rejas.

María Pérez, de 42 años, es boliviana. Cindy Castillo y Tania Ruiz son dominicanas y tienen 34 y 42 años, respectivamente. Sus nombres son ficticios. Las historias de las que son protagonistas son reales.

“No soy lo que dicen, jefe de una banda de narcotráfico. En mi casa en Zúrich encontraron 700 gramos de cocaína, pero me sentenciaron por poseer 12,5 kilos. Yo sólo conocía a los involucrados en el narcotráfico, pero no participé directamente”, alega María.

Esta boliviana fue arrestada en 2002 y sentenciada en Ginebra a 9 años, 9 meses y 20 días de cárcel. “No entiendo esta condena, no maté a nadie. Sólo faltaba que me pongan horas y minutos en la cárcel”, agrega irónicamente. Ya cumplió 3 años y 7 meses en prisión.

María llegó a Suiza en 1997 para trabajar. “Hice de todo, cuando me arrestaron cuidaba a niños y ancianos. Mi hijo tenía cuatro años”, cuenta. El niño, hijo de padre suizo, vive bajo la tutela de su hermana y su cuñado.

Drogas para combatir la depresión

Por consumo y venta de droga “en pequeñas cantidades” también fue sentenciada Tania. “Consumía y a veces vendía cocaína, porque no trabajaba”, dice. Esta dominicana que en su país era peluquera, llegó a Suiza en 2000 “de vacaciones, pero un hombre se enamoró de mí y me casé con él. Él es africano, trabaja en la construcción”.

Tania empezó a consumir drogas “para enfrentar mis depresiones, porque en este país, donde todo es tan caro, es terrible no tener trabajo”. Condenada a 25 meses de cárcel, ha purgado 16. “Ya cumplí dos tercios de la pena, pronto voy a salir”, dice con poco entusiasmo.

Cindy también estuvo involucrada en tráfico de droga. “Transporté cinco kilos de cocaína desde Dominicana. Me descubrieron en Francfort y me sentenciaron a cinco años”. Ella pidió cumplir su pena en Suiza, para estar más cerca de sus cuatro hijos, de 16 y 13 años, y dos gemelas de 9 años. “Mi ex esposo no podía llevarlos con frecuencia a Francfort. Por eso pedí mi traslado, aun cuando perdí un año de libertad”, se lamenta.

‘Me dejé llevar por los lujos’

Aunque el dinero no le faltaba, se dejó “llevar por los lujos”. Y aunque su familia en Dominicana no le pedía dinero, “con hermanas estudiantes, quería dar una mano a mi madre. En fin…”, suspira Cindy.

La vida aquí es mejor, responde María sobre las condiciones en Hindelbank. Ella fue juzgada en Ginebra, donde pasó varios meses en prisión preventiva. “Allá hablaba con mi hijo sólo dos veces al mes. Aquí lo llamo todos los días”, explica.

María se permite este ‘lujo’ gracias al dinero que gana en la lavandería. “Ganamos entre 600 y 700 francos mensuales, pero nos quitan el 40%”, agrega. En realidad, ese 40% es retenido por las autoridades penitenciarias, quienes lo reembolsan cuando las internas salen de prisión.

Las tres latinoamericanas no tienen más que palabras de elogio sobre las condiciones de vida materiales en el penal. Tienen suficiente espacio en sus habitaciones, la higiene es impecable, la comida “demasiada y de alta calidad. ¿Acaso no se nota?”, preguntan señalando sus medidas.

Latinas y suizas se sienten postergadas

Pero se sienten discriminadas en el penal. “Se acepta que una suiza escuche música a todo volumen, a nosotras siempre nos piden bajar el volumen”, dice María. Y Cindy se queja de que una vez le dijeron que apague la radio, cuando ella ni siquiera tiene ese aparato.

Si hacemos una pausa porque acabamos el trabajo antes, nos mandan a otra área a seguir trabajando, coinciden las interlocutoras. “A veces no vemos ni escuchamos nada para evitar problemas”.

Al respecto, Marianne Heimoz, directora de Hindelbank señala: “Con frecuencia nos vemos confrontadas con declaraciones de mujeres que se consideran discriminadas por su origen. También hay suizas que se sienten postergadas frente a las extranjeras”.

Sobre los aparatos de radio, cada interna posee uno en sus celdas, instalado fijamente. El personal interviene porque a menudo hay reclamos de todos los grupos y nacionalidades a causa del alto volumen, aclara.

“Qué es ‘muy’ alto, es discutible, pero con seguridad las latinas no son tratadas de otra manera”, apunta Heimoz. Sobre las pausas laborales, precisa que “nuestro sistema de peculio (dinero efectivo que ganan las internas por trabajar) fluctúa entre 500 y 700 francos mensuales y toma en cuenta el empeño”.

“Las latinas son en general muy diligentes y correspondientemente reciben alto peculio. Y entre las suizas hay muchas drogadictas que no son capaces de trabajar o lo hacen parcialmente y, por tanto, ganan menos que una latina o suiza con buena salud”.

Multiculturalidad: un enriquecimiento

Heimoz enfatiza que la composición multicultural en Hindelbank es, “desde nuestro punto de vista, un enriquecimiento y una oportunidad para confrontarse con otras culturas y otras formas y visiones de vida, tanto para el personal como para las internas”.

El trato igualitario está sobrentendido en Hindelbank. Ello significa acceso abierto para todas a los servicios, la formación y actualización profesional. “La experiencia con latinoamericanas nos muestra que casi no hay problemas con ellas. Además, gran parte del personal habla español o portugués”, sentencia.

Heimoz reconoce que la reinserción tiene límites en tanto las extranjeras sin permiso de residencia deben regresar a sus países tras purgar la condena. “Sólo quienes permanecerán en Suiza tienen clara la situación de vivienda, trabajo y finanzas”.

“El dinero que gané no me cae nada mal”

Tania abandonará pronto Hindelbank, que comparado con los penales de su país, “es la gloria, es como un hotel”. Aquí hizo cursos de computación y costura que “con seguridad” le servirán en Dominicana. “Aquí tuve un empleo, trabajé con empaques de cartón y el dinero que gané no me cae nada mal”.

Lo que no acepta es tener que abandonar Suiza cuando salga en libertad. “Yo no tuve un pasado criminal, pero me deportan por estar casada con un africano. En Dominicana no hay dinero para él, tengo que dejarlo”, repite.

Para Cindy, de nacionalidad dominicana y suiza, “lo peor fue estar lejos de mis hijos, que sufrieron por lo que hice”. Cindy está ya bajo un régimen semiabierto. Desde que cumplió un tercio de la condena puede salir cinco horas cada mes; y cada seis semanas, un fin de semana.

Cuando salga definitivamente de prisión, estará junto a sus hijos, recuperará el tiempo perdido. El dinero que ganó trabajando en la lavandería será para sus hijos y “algo” para su familia en Dominicana.

Tania extrañará Hindelbank. “Agradezco a la persona que se ocupó de mí. El personal intenta poner de su parte para hacernos sentir bien”. Como ella, María y Cindy se proyectan al futuro y dicen que sentirán la ausencia de todo eso que por momentos les hizo olvidar que habían perdido la libertad.

swissinfo, Rosa Amelia Fierro

En Hindelbank purgan penas actualmente 13 latinoamericanas: 8 brasileñas, 2 venezolanas, 1 boliviana, 1 colombiana y 1 peruana.

A ellas se suman 7 dominicanas que antes de su detención vivían ya en Suiza y que en su mayoría poseen pasaporte suizo.

La más joven de las internas tiene 26 años, la de más edad 49.

De las 13 internas, 6 son madres. Sus hijos no viven en Hindelbank.

En la mayoría de los casos, la duración de las condenas asciende de dos a 3 años. Una interna cumple una pena de nueve años. Otra está bajo custodia.

Los delitos por los que fueron condenadas: principalmente violación de la ley contra estupefacientes (transporte de drogas) y robo; una ha sido encarcelada por asesinato.

Desde hace varias décadas, las extranjeras son parte de la imagen de Hindelbank. Sin embargo, el porcentaje de mujeres de otras nacionalidades en esta cárcel ha ido decreciendo.

A diferencia de las prisiones cerradas para hombres, en Hindelbank se cumplen todas las penas posibles: desde la prisión de alta seguridad A, pasando por la prisión cerrada normal, hasta la prisión abierta y de semilibertad.

En Hindelbank y en Thorberg se encuentran personas de más de 40 países.

Dos tercios de los internos no disponían antes de su internamiento ni de permiso de estadía ni de residencia, por lo que deben abandonar Suiza después de purgar su condena.

Las mujeres sin permiso se dedicaban, en su mayoría, al transporte de droga.

De los hombres sin permiso, un tercio estaba registrado como solicitante de asilo antes de su detención. Ellos, en general, también deben abandonar Suiza después de salir de prisión.

En la mayoría de los casos, las personas que han cometido delitos graves también son expulsadas, aun cuando tengan un permiso de estadía o de residencia.

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