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Cuatro destinos

Cuatro miembros de la Asociación Dongari, que permite que se encuentren coreanos que fueron adoptados por suizos.
Cuatro miembros de la Asociación Dongari, que permite que se encuentren coreanos que fueron adoptados por suizos. swissinfo.ch

Corea del Sur es, posiblemente, el país que más niños ha dado en adopción a países extranjeros.

La historia de Elena

Elena forma parte de los primeros niños coreanos que se integraron a un hogar suizo en 1970. Entonces tenía seis años. Vivía en un orfelinato coreano en condiciones de pobreza y pasaba hambre. La estadounidense Mary Holt, de la Fundación Holt, se hizo cargo de algunos de esos menores, entre los que se contaba Elena.

La niña sufría de anemia y tenía el estómago hinchado cuando se encontró con sus nuevos padres en el aeropuerto (quienes sufrieron una gran decepción porque la niña que llegó no respondía a sus expectativas). Sus padres suizos la adoptaron solo para que su hija de 10 años tuviera una hermana y para “atraer la atención de los vecinos hacia un niño exótico”, dice Elena.

Adopciones de niños coreanos

Todo comenzó después de la guerra de Corea (1950-1953): misioneros estadounidenses entregaron en adopción a los niños que eran producto de relaciones entre los soldados y las mujeres locales, o que habían quedado huérfanos durante la conflagración. Más tarde, se sumaron menores nacidos fuera del matrimonio. Algunos padres también decidieron dar en adopción a sus hijos mayores porque pensaban que con ello les ofrecerían un mejor futuro.

Más tarde, su padre y su hermana terminaron en la cárcel. Y, según Elena, su madre adoptiva, quien sufría de alcoholismo y se fue empobreciendo tras la muerte de su esposo, ha caído en la mendicidad. “Hace poco la hallé mendigando por las calles y le di dinero”, narra.

Elena jamás encontró a sus padres biológicos. Piensa que su expediente fue falsificado, razón por la que no sabe siquiera su verdadera fecha de nacimiento. El orfelinato en donde vivía le oculta la verdad. “Imagino que hay detrás una historia trágica y no quieren empañar su imagen como institución, así que prefieren guardar silencio”.

La historia de Myra

Myra nació en 1974 en el seno de una numerosa familia de Corea del Sur. Cuando era muy pequeña cayó sobre la rudimentaria calefacción que había en donde vivía. Era una suerte de fogata que le provocó serias quemaduras.

Casi simultáneamente, en Suiza, la esposa de un pastor leía un libro de Pearl S. Buck, un misionero estadounidense radicado en Asia, que describía las condiciones de vida de las familias chinas. Esa obra conmovió tanto a esta madre de dos hijos que se dijo: “No puedo ayudar a todos los niños del mundo, pero sí a uno”.

En Corea del Sur, la madre de Myra debía tomar una difícil decisión: llevar al orfelinato a su hija, marcada con numerosas cicatrices, argumentando que el padre había abandonado a la familia, o darla en adopción.

Como la suiza ya tenía dos hijos, no quisieron darle un “intacto”, que eran muy demandados en aquella época. Así, Myra, que tenía dos años en aquel momento y estaba llena de quemaduras, aterrizó en la familia del pastor helvético.

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La historia de Rhea

Rhea llegó a Suiza en 1974, cuando tenía seis años. Venía acompañada de su hermano biológico, que tenía dos. Sus padres pensaban adoptar a dos niños huérfanos. Y eso es lo que afirmaban los papeles de adopción.

Por ello, las padres estaban conmocionados cuando supieron que Rhea y su hermano sí tenían padres biológicos vivos. “Pero, claramente, ya no podían dar marcha atrás y decir que no nos aceptarían en esas condiciones”, dice Rhea. Así que ella y su hermano se quedaron en esa familia suiza.

Rhea considera que su infancia fue feliz. Sus padres adoptivos soñaban con tener hijos, así que la presencia de estos niños los llenó de gozo. “Nos dieron mucha seguridad”. Recuerda que su madre adoptiva iba cada noche a su habitación para asegurarse de que seguía ahí.

Rhea y su hermano investigaron y visitaron a su familia biológica. “No comprendo porque nuestros padres biológicos nos dieron en adopción. Yo tenía tuberculosis, pero ciertamente, esa no debió ser la única razón”.

En opinión de Rhea, posiblemente fue una decisión tomada por los abuelos para darles un mejor futuro. “Mi padre venía de Corea del Norte y bebía y jugaba mucho”, afirma Rhea.

La historia de Tom

Los padres adoptivos de Tom no podían tener hijos y hubieran adoptado con gusto a un niño suizo, pero ante la falta de menores helvéticos en adopción, voltearon la mirada hacia la Corea del Sur. Una pequeña llegó en 1970 y, dos años más tarde, fue Tom quien se incorporó a la familia.

Pero sus padres adoptivos ignoraban que Tom llegaría con papeles falsos. El descubrió la verdad hace solo tres años: era otro niño quien debía llegar a esa casa suiza. Pero en el último momento, los abuelos biológicos intervinieron e interrumpieron el proceso de adopción. “Me enviaron a mí para compensar el vacío que se creó”, dice Tom. Estima que tenía cuatro años y medio cuando todo esto sucedió. Pero ante la falta de información fidedigna, Tom sigue festejando su cumpleaños en la fecha “falsa”, es decir, la que corresponde al cumpleaños del niño que originalmente debió llegar de Corea del Sur. ¿Cómo se llama aquel niño que jamás arribó a tierra suiza y dónde se encuentra? Tom lo ignora por completo.

Traducido del francés por Andrea Ornelas

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