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Cuando la muerte llega para quedarse en una aldea de Italia

Imagen de casas dañadas en Casale, un pueblo del centro de Italia afectado por un terremoto que dejó más de 200 muertos, el 26 de agosto de 2016 afp_tickers

En pocos lugares de Italia la muerte y la devastación ha golpeado tan duro como en Saletta, un remoto y apacible rincón en el centro de la península que para muchos nunca se recuperará de las heridas sufridas.

En una región con muchos pueblos abandonados, Saletta, con 20 residentes permanentes, el futuro parece haberle cerrado las puertas.

El miércoles, rebosante de turistas por la temporada de vacaciones de verano en Italia, 22 personas murieron bajo los escombros del terremoto.

Stefania Nobile, una anciana residente de cabellos blancos, figura entre las pocas que sobrevivió.

“Este lugar ha sido arrasado, no queda nada, nada”, reconoció a la AFPTV.

“Esto es una tragedia, no quedó nada y no creo que haya un futuro”, dice desconsolada.

“¿Quién va a querer gastar dinero aquí para la reconstrucción?”, se interroga.

– Una aldea muerta –

Marco Beltrame, un joven de 28 años de edad que perdió a sus tíos el miércoles, está de acuerdo.

“La aldea ha muerto”, sentenció triste.

“Nadie va a pensar en Saletta, se concentrarán en Amatrice (la cercana ciudad), porque es más grande. Saletta desaparecerá como otros caseríos pequeños. Se acabó”, sostiene Beltrame, que se salvó por casualidad.

“Se suponía que debía haber llegado esa noche, pero a último momento cambié de idea”, cuenta.

“Cuando me enteré del terremoto corrí hasta aquí. En esa casa, allá abajo, entre esas piedras torcidas, estaban mi tía y mi tío. Nunca quisieron irse”, rememora.

– Tomates maduros –

Saletta es el tipo de lugar que fácilmente podría desaparecer. Un camino estrecho lleva a un puñado de casas que resaltan entre las colinas.

El único espacio común aparente es una parada de autobús de madera, donde un grupo de supervivientes se protege del sol abrasador mientras equipos de la Protección Civil trabajan del otro lado de la carretera.

Un poco más adelante un hombre trata de poner orden con tristeza a los pedazos piedra y cal esparcidos en la entrada de su propiedad medio derruida.

En un huerto cercano, los tomates han madurado muy bien, brillan, pero todo parece indicar que nadie va a probarlos.

En el jardín del único hotelito de Saletta, la ropa cuelga de un alambre para que seque con la brisa. Probablemente nadie la recogerá.

Los habitantes de Saletta eran todos abuelos, que en verano reciben a los nietos que están en grandes ciudades, especialmente en Roma.

“Hasta 250 personas llegan para la temporada de verano, pero afortunadamente muchos ya se habían ido”, cuenta la señora Nobile.

“Los residentes permanentes se conocían todos, por supuesto. Había parejas de edad avanzada, todos muy buena gente. Creo que ninguno sobrevivió”, lamenta.

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