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La ciudad libia de Sirte vive un infierno tras otro

Las fuerzas leales al gobierno apoyado por la ONU se concentran en Sirte para expulsar a los yihadistas del Estado Islámico de la ciudad libia afp_tickers

En Sirte, no queda nadie, las balas silban entre edificios reventados: la ciudad natal del exdictador Muamar Gadafi fue reconstruida mal que bien después de la revuelta de 2011, pero vuelve a estar devastada.

En este paisaje desolador, los combatientes libios estrechan progresivamente el cerco en torno a los últimos miembros del grupo yihadista Estado Islámico (EI).

Arrinconados en el barrio número 3, a orillas del mar, los yihadistas se niegan a capitular, pese al asedio y a los bombardeos estadounidenses.

Durante más de un año, la bandera negra del EI ondeó en los edificios públicos de esta ciudad portuaria donde decenas de personas han sido encarceladas, crucificadas o decapitadas.

Ahora, en los muros que siguen en pie, los lemas a la gloria del EI dan paso a un lacónico “Bye Bye Dáesh” (acrónimo en árabe del EI).

Los yihadistas han dejado su sello negro en todas las fachadas de los comercios, enumerados y estampillados: “Oficina de los servicios generales” – escrito en árabe y en inglés-, en referencia al órgano encargado de la recaudación de impuestos.

Los combatientes que intentan reconquistar la ciudad sospechan de que el asentamiento de los yihadistas en Sirte, en junio de 2015, fue posible gracias a la connivencia de la población.

Por eso expulsaron a los habitantes y les impiden volver a las zonas liberadas, explica Hedi, el comandante de un grupo procedente de Trípoli.

“Nos quieren castigar una vez más acusándonos de haber acogido a Dáesh con los brazos abiertos, cuando en realidad estábamos abandonados a nuestra suerte”, lamenta un responsable local de Sirte, obligado hace unos meses a huir del infierno yihadista con su familia.

Desde la caída del régimen de Gadafi, “Sirte es como una ovejita débil entre lobos”, lamenta este hombre que pide conservar el anonimato por medidas de seguridad.

Allí fue donde el dictador libio libró su última batalla antes de morir el 20 de octubre de 2011 en circunstancias turbias.

“Después de 2011, cada mes o dos meses desembarcaba una nueva milicia en nuestra ciudad”, recuerda. “Estábamos desarmados y obligados cada vez a someternos a su autoridad. Finalmente, (en junio de 2015) llegó Dáesh”, agrega.

– ‘Se lo tienen bien merecido’ –

Sirte es una ciudad fantasma, sin electricidad ni cobertura telefónica en un radio de más de un centenar de kilómetros.

“No queremos asumir riesgos dejando un enemigo potencial a nuestras espaldas”, añade Hedi, quien vino a combatir a los yihadistas “con la esperanza de morir como mártir”.

Aunque la mayoría de los combatientes son de Misrata, ciudad a medio camino entre Trípoli y Sirte, casi todas las regiones enviaron a hombres, explica.

Hedi acompaña a un herido al supermercado Al Tarabot for Shopping, uno de los pocos edificios intactos que fue transformado en hospital de campaña, antes de marcharse de nuevo al frente.

Desde su lanzamiento en mayo, la operación de reconquista de Sirte ha causado más de 550 muertos y unos 3.000 heridos entre las fuerzas antiyihadistas.

“Cuando vemos el número de mártires y de heridos que dejamos liberando la ciudad de Gadafi en 2011 y todavía ahora, se puede decir que los habitantes de Sirte se merecen lo que les pasa”, afirma Mohamed, un combatiente de Misrata.

Su compañero de armas tampoco parece preocuparse por el estado de la ciudad: “Es la guerra. No se puede impedir y además se lo tienen bien merecido”.

Después de la batalla de 2011, Sirte fue reconstruida y se indemnizó a los habitantes por los destrozos en sus comercios o casas, explica Mohamed, un residente actualmente refugiado en Trípoli.

“Hay gente que justo acababa la reconstrucción de sus casas. Ahora vuelven a estar destruidas”, lamenta este padre de tres hijos.

“Y lo peor de todo es que después de la etiqueta de gadafistas nos pegaron la de Dawaeshs (simpatizantes de Dáesh)”, añade. “Podemos olvidar la destrucción, la pobreza, el hambre… Pero la humillación no. Quedará grabada de por vida”, declara.

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