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La noche de los peregrinos del papa en Cracovia

Miles de peregrinos encienden velas durante la vigilia en el Campo de la Misericordia de Brzegi, a las afueras de la ciudad polaca de Cracovia, el 30 de julio de 2016, durante la Jornada Mundial de la Juventud afp_tickers

Música, cantos, charlas y hasta amoríos marcaron la noche bajo las estrellas de los peregrinos en el inmenso Campo de la Misericordia de Cracovia, donde no se bebe ni se fuma, pero sí se puede encontrar el amor.

“Conocí tres parejas que decidieron casarse aquí durante las jornadas”, comenta divertido el colombiano Alejandro Girón, un trabajador social de la conferencia episcopal de su país quien viajó junto con un grupo de unas 40 personas entre menores de edad y adultos.

La llamada JMJ de Polonia podría ser la más internacional de las ediciones de este encuentro, ya que llegaron peregrinos de países remotos, logrando todo un récord de 187 países representados, una torre de Babel moderna.

Intercambiar canciones, banderas, gritos de aliento y rivalizar con el nacionalismo ha sido el mayor entretenimiento de esos jóvenes, que viajan acompañados por párrocos, monjas, seminaristas y se alojan en casas de familias y escuelas.

“Me voy de Polonia con otra mamá. Ahora tengo dos”, dice Alejandro, que no tiene palabras para agradecer la amabilidad y generosidad de la familia que lo hospedó.

La música electrónica con letra religiosa fue clave para esa noche especial, ni fría ni calurosa, en la que jóvenes iraquíes, coreanos, centroafricanos, chinos, australianos y libaneses se mezclaban con argentinos, brasileños y numerosos europeos: polacos, italianos, franceses, españoles.

“Es que aquí encontramos gente que tiene nuestros mismos valores”, confiesa la polaca Aleksandra, de 18 años, que se enamoró del español Ignacio, de 22, mientras conversaban acostados sobre el prado en medio a los toldos improvisados de todos los colores.

“Nosotros sabemos que sin fe es más duro para una pareja. Tanta gente se divorcia hoy en día”, reconoce la joven francesa Sophie Jubin, de 20 años, quien viajó con su novio suizo, Jeremie Savoy, de 22.

“Es nuestra primera JMJ juntos. Nos permite vivir momentos de oración”, sostiene Sophie.

“Hay amigos que bromean con que la JMJ es una agencia matrimonial. Pero no es verdad, hay 50 chicos para 150 chicas”, comenta divertida.

Pero más que una fiesta, los jóvenes abandonaron por una noche toda comodidad para dormir e intercambiar ideas y vivir en primera persona eso que el papa ha pedido de abandonar “el sofá de la felicidad”.

Con sus mochilas a cuestas de todos los colores, rojos, azules, amarillos, los peregrinos que se quedaron en el campo esperaron el amanecer después de haber pasado un atardecer especial, rojizo y casi mágico, con Francisco sobre el inmenso palco, dando consejos como un anciano sabio.

“No se dejen embobar”, “no vivan como vegetales”, abandonen el “sofá-felicidad”, dejen “su huella” en la historia, un lenguaje y una visión que sacudió las consciencias de muchos.

“Su mensaje cae como anillo al dedo”, reconoce Alejandro.

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