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Un ingeniero suizo en el valle de Hezbolá

Lucas Beck en la oficina de COSUDE en Zahlé. 
Lucas Beck en la oficina de COSUDE en Zahlé. swissinfo.ch

Lucas Beck trabaja en la llanura de Becá en un proyecto hidrológico suizo. swissinfo.ch ha acompañado al experto del Cuerpo para la Ayuda Humanitaria. Un relato sobre zonas rojas, cloro y prudentes conversaciones, a la libanesa.

 El automóvil de Lucas Beck adelanta a dos coches. El ambiente se llena de ruido y polvo, se escuchan cláxones atroces y todo pasa a una velocidad peligrosísima. Me agarro de la manija de la puerta y trato de ignorar el camión que con su zumbido se cruza con nosotros. “Bienvenidos al tráfico libanés”, exclama Beck. Nos encontramos en la carretera nacional entre la metrópolis de Beirut y Zahlé, la capital de la llanura de Becá. Es el recorrido que el suizo hace cada día para acudir al trabajo. 

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Zwei Männer in Leuchtwesten diskutieren

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Un “ejército permanente” para la humanidad

Este contenido fue publicado en Organizan la atención médica inicial en caso de catástrofes naturales o se encargan de que las tiendas de campaña lleguen a su destino. Documentan los procesos de la ayuda humanitaria internacional, establecen proyectos de tratamiento de aguas residuales o ayudan a la construcción de casas a prueba de terremotos. Las actividades de los miembros del…

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El ingenieroEnlace externo de la Escuela Politécnica Federal es especialista en la gestión de conflictos y de los recursos hídricos y vive desde hace dos años en el Líbano. Hasta hoy su trabajo lo ha llevado a lugares como Sudán del Sur, Ruanda y Haití. “Comparativamente, se vive de forma bastante relajada aquí”, sonríe. Beck dirige un proyecto de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDEEnlace externo) en colaboración con el ‘Bekaa Water Establishment’ (BWE), un órgano del Ministerio de Energía libanés.

Suiza apoya a las autoridades locales en el ámbito de la gestión de los recursos hídricos, de la calidad del agua potable y de la depuración de aguas residuales. El proyectoEnlace externo de tres años de duración —uno de doce proyectos en curso en el país— está dotado con cuatro millones de francos suizos. Los desafíos más grandes son la falta de infraestructuras y el elevado número de refugiados siriosEnlace externo en la región.

Beck, de 44 años de edad, acude todos los días al valle de Becá, que se encuentra en la parte oriental del país, en un área fértil donde se cultivan viñas y hortalizas, además de cannabis de forma ilegal. Se estima que la población alcanza cerca de medio millón de habitantes; el último censo nacional data del año 1932. La región es también un baluarte del Hezbolá chií, que intercede como milicia, partido e institución de beneficencia social, y que cuenta con un respaldo popular importante.

Panorama de la llanura de Becá.
Llanura de Becá. Detrás de las montañas se encuentra Siria. swissinfo.ch

Al igual que el resto del país, el valle lucha con una infraestructura desastrosa. Incluso los barrios nobles de Beirut tendrían que sufrir cortes de luz cada día si no tuvieran generadores. En los cuartos de baño se suelen colocar cubos de basura para el papel al lado de los retretes, porque de lo contrario éstos podrían atascarse.

Refugiados sirios sin estatus oficial

Los refugiados sirios en Karaoun tienen que afrontar problemas aún más graves. No poseen ningún estatus oficial porque el Líbano no ha firmado nunca la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de Naciones Unidas. Muchos viven en pequeños campamentos extraoficiales llamados ‘ITS’ por sus siglas en inglés, que significa ‘Poblados de campamentos informales’. Según estimaciones viven en el país, además de unos cuatro millones de libaneses y medio millón de antiguos refugiados palestinos, un millón y medio de sirios, que en muchos casos ya trabajaban aquí en la agricultura antes de que estallara la guerra civil siria en 2011. El abastecimiento básico no está garantizado en los poblados ITS; las ONG y los programas humanitarios se ocupan de suministrar lo más imprescindible.

Casuchas, hogar de refugiados sirios.
Mohammed y Zaynab viven con sus hijos en este campo de refugiados sirios. swissinfo.ch

Llueve a chorros durante el viaje a Karaoun. “Tendríamos que habernos llevado las botas de goma”, susurra Lucas Beck. “El tiempo se vuelve loco. Normalmente, a principios de mayo hace ya bastante calor.” Aquí el invierno suele ser bastante frío, al parecer todavía no se ha ido del todo.

“Estamos relativamente bien”, dice Mohamed. Vive en un campamento conformado por varias docenas de tiendas ordenadas en forma de hileras como casas adosadas: en la parte delantera de cada unidad hay una especie de veranda y en la parte de atrás una huerta delimitada por cisternas. Delante de la puerta de entrada cuelga la ropa. Se tiene la impresión de estar en un barrio aldeano en medio del descampado. El sirio no quiere que se le cite por su nombre, tampoco quiere que le saquemos fotos. Le dan mucho miedo las conmociones políticas en su patria, situada a unas docenas de kilómetros al este. “Estamos aquí desde hace cinco años y medio”, expone su mujer Zaynab. Aprovecha la oportunidad para invitarnos a su hogar.


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La familia de cuatro miembros vive en dos habitaciones. Zaynab adornó cálidamente las paredes del cuarto de estar con siluetas de hojas aislantes reflectantes. La familia dispone de 20 dólares por cabeza al mes. Tenemos suerte, dice su marido: “Apenas tenemos problemas con el ayuntamiento. Tampoco con los lugareños libaneses. Nos dejamos en paz los unos a los otros.” Esto no suele ser así normalmente. Los resentimientos contra los refugiados sirios van aumentando: son alimentados políticamente, pero también tienen su base en las fuerzas armadas sirias destacadas en el Líbano hasta hace algo más de una década.

“Lo más importante es que los niños puedan ir al colegio y que tengamos acceso al agua”, recalca Mohamed. Efectivamente, el agua sale de la cañería en la cocina, y por detrás hay una letrina situada en un anejo.


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“El agua viene de la red pública y es reconducida a través de una toma ilegal. Los ayuntamientos a menudo hacen la vista gorda, pero a veces también cierran el grifo durante varios días. La alternativa son suministros caros proporcionados por agentes privados y pagados con dinero de las ONG”, explica Lucas Beck. En cualquier caso, el agua potable de las tuberías estatales sería mucho más barata.  

Tanques de agua
Los tanques de almacenamiento de agua se encuentran detrás de las precarias viviendas. En caso de cortes del vital líquido, pueden abastecer a los refugiados durante algunos días. swissinfo.ch

El ‘Bekaa Water Establishment’ no tiene dinero. La mayoría de los hogares locales tampoco pagan las tasas estatales. “Algunos no se lo pueden permitir, otros no confían en las instituciones estatales. La gente se ha acostumbrado a que las cosas no funcionen como debieran y se pregunta: ¿por qué debo pagar por algo que no funciona?”, comenta Beck.

Lucas Beck verifica los contadores de agua de esas tomas ilegales.
Lucas Beck verifica los contadores de agua de esas tomas ilegales. swissinfo.ch

El equipo ha instalado contadores en los conductos del campamento, que se comprueban una vez por semana. “Se trata de una pequeña medida que nos permite mantener el control sobre el consumo. Nos podrá servir de base para seguir trabajando”, relata Beck con pragmatismo. Quiere comprobar cuánto dinero pierde el Estado. No adolece del síndrome del salvador ni tampoco es un burócrata. Se nota que se encuentra a gusto trabajando fuera. “El contacto directo con la población local y con mis compañeros es importante para mí. Muchas ONG tienen sus oficinas en Beirut y solo hacen visitas cortas aquí.”

“En este país hay muchos problemas, pero la hospitalidad de la gente no es uno de ellos”

En el Líbano ejerce de experto técnico, pero en cierto modo también interviene como diplomático. En su barrio de Beirut se le conoce. Lo saludan con un “hola” o un “¿kifak?”, que signfica “¿qué tal?”. Su círculo de amigos lo conforman muchos libaneses, lo cual es poco frecuente entre los expatriados. “En este país hay muchos problemas, pero la hospitalidad de la gente no es uno de ellos”, remarca. Beck ríe fuerte y a menudo. No obstante, ha aprendido a hablar de cosas triviales, una precaución común.


Aquí se sirve pollo antes de hacer política

Aquí las negociaciones son como un pequeño baile. Esta es la impresión que me dejó, por ejemplo, un encuentro con el doctor Nassar, presidente de la comunidad intermunicipal de Baalbek Oeste. En su despacho tomamos un té dulce y conversamos durante media hora. Luego nos sirvieron pollo. Con una sonrisa rebate Nassar el reparo que ponemos por haber ya comido: “Así se hacen las cosas en Baalbek”, dice.

Beck y su colaboradora Darine Saliba necesitan su visto bueno para un proyecto, mediante el cual pretenden combinar la protección de la naturaleza con el turismo y promover el diálogo en la región. Este segundo objetivo no es tan fácil de lograr: Baalbek y sus contornos son una región inestable políticamente, con una mayoría chií, una pequeña comunidad cristiana y una escasa minoría suní. Los equilibrios confesionales son complejos en todo el Líbano, que cuenta con un total de 18 comunidades religiosas reconocidas.

Verde, amarillo y rojo: un país dividido en zonas

En Becá el reparto de poderes se diferencia mucho de una aldea a otra. La estructura político-confesional está apuntalada sobre una base sustentada por clanes familiares. Algunos la llaman mafia libanesa, otros dicen que sin ese respaldo sería difícil vivir aquí.

 “De los suizos me gusta su franqueza”

Darine Saliba sabe quién pertenece a quién y lo que es importante en cada aldea, está al corriente de las alianzas y sabe qué temas es mejor no abordar. Creció en Zahlé y conoce Becá como la palma de su mano. Antes, la trabajadora social se había ocupado de refugiados y prisioneros iraquíes. Desde hace año y medio trabaja para el equipo suizo, franqueando también barreras lingüísticas. ¿Qué le parece trabajar con un jefe suizo? Saliba reflexiona: “Me gusta su franqueza. Una sabe a qué atenerse. Los libaneses le dan mucha más importancia a la cortesía, lo cual tiene el inconveniente de que disimulan incluso si están enfadados con alguien.”

Integrantes del equipo suizo en Líbano (de izq a der):  Rachid Chahal, Darine Saliba y Lucas Beck, en  Zahlé.
Integrantes del equipo suizo en Líbano (de izq a der): Rachid Chahal, Darine Saliba y Lucas Beck, en Zahlé. swissinfo.ch

En el trayecto entre Baalbek y Chamsine pasando por Anjar me da la veinteañera una lección rápida en política local de Becá. El Líbano está dividido en zonas verdes, amarillas y rojas. La ciudad de Beirut se encuentra en la zona verde y es segura a excepción de algunas barriadas. La zona amarilla requiere una elevada precaución y se desaconseja transitar las zonas rojas, donde apenas entran los extranjeros. Y eso a pesar de albergar maravillosos paisajes y fascinantes monumentos culturales de la Antigüedad. Cuando el equipo de Lucas Beck se desplaza a determinadas áreas, comunica por motivos de seguridad su paradero vía SMS a la Embajada de Suiza en Beirut.

Karte des Libanon mit grüner, gelber und roter Sicherheitszone
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Alcanzamos la localidad de Chamsine cerca de la ciudad de Anjar con su característico acervo cultural armenio. El verde oscuro domina el paisaje, aquí se encuentra un manantial, además de una estación privada de bombeo que colabora con el BWE. Entramos en el recinto. Beck me lleva hasta las instalaciones: “Aquí bombean el agua y la tratan con cloro para que sea potable.”

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Lucas Beck no se ocupa de la instalación de las plantas de tratamiento y depuración de las aguas en el valle de Becá. El trabajo de los cinco técnicos que conforman el equipo consiste principalmente en la formación de las colaboradoras y colaboradores locales, en impulsar el diálogo, entablar colaboraciones, establecer procedimientos de control y en facilitar el trabajo a los especialistas locales. Así por ejemplo, ha levantado un pequeño laboratorio en Zahlé, donde se puede examinar la composición química de las aguas residuales.

¿Cómo seguir después de tres años?

 Es un trabajo arduo. “Se necesita paciencia”, afirma el ingeniero. “Es imposible cambiar por completo el sistema. Por eso es preciso trabajar a escala reducida.” También el presupuesto del proyecto tiene un volumen más bien reducido, con sus cuatro millones de francos suizos para un período de tres años. Pero Beck prefiere este enfoque, en lugar de construir plantas caras en cualquier parte del mundo que tras su ejecución son abandonadas por falta de personal capacitado para garantizar su mantenimiento: “Trato de trabajar en cada lugar con lo que tengo a mi alcance.”

“Es imposible cambiar por completo el sistema”

Quiero establecer estructuras duraderas, dice: “Es cómo yo entiendo la cooperación al desarrollo. También tiene mucho que ver con la prevención de conflictos.” La misión de Lucas Beck llegará a su término en primavera de 2019. ¿Qué hará luego? Reflexiona y contesta: “No lo sé. Es verdad que me encuentro a gusto aquí, pero también hay otros lugares y proyectos interesantes en el mundo.” Y remata diciendo casi al puro estilo libanés: “Ya veremos.”


(Declaración de transparencia: Por motivos de seguridad, la autora de este reportaje estuvo acompañando en todo momento al equipo de la oficina de cooperación suiza, recibiendo asimismo las instrucciones oficiales de la Embajada Suiza en Beirut. Los gastos de viaje fueron costeados en su totalidad por swissinfo.ch.)


Este reportaje contó con la colaboración de Helen James, Kai Reusser y Julie Hunt.

Contacto con la autora en Twitter: @marguerite_jayEnlace externo

Traducido del alemán por Antonio Suárez

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