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Amazonía: explotación minera y humana

Labores en la mina de Huaypetue, en el departamento peruano de Madre de Dios. Keystone

A partir del estallido de la crisis financiera, el oro se ha fortalecido como valor refugio seguro, particularmente en el Norte. La mayoría de ese metal procede de países del Sur, algunos latinoamericanos, y acarrea huellas de sufrimiento creciente.

“La explotación abusiva del oro en Madre de Dios, en la Amazonía peruana, es una realidad dramática. Produce la destrucción acelerada del medio ambiente y el aumento desenfrenado de la prostitución, particularmente  infantil”, explica  el educador peruano Oscar Guadalupe.

Guadalupe y Ana Hurtado Abad, directores de la Asociación Huarayo, que cuenta con el apoyo de la ONG Terre des Hommes Ginebra, realizaron una reciente visita a Suiza, invitados por la Escuela Superior de Trabajo Social del Valais.

“Una oportunidad fantástica para poder informar a la sociedad civil helvética sobre nuestro trabajo cotidiano para proteger a los niños y adolescentes de la región en condiciones muy desfavorables”, explica Guadalupe.

Defensa incondicional de la infancia

A trece años de su fundación en 1998, la Asociación Huarayo –nombre de una comunidad indígena andina casi desaparecida- promueve “el desarrollo global de la infancia en nuestra región, estimulándola a defender sus derechos. En esta última etapa luchamos abiertamente contra el tráfico y la explotación de los niños en la zona aurífera”, explica Guadalupe.

Con la crisis global de los últimos años, analiza, el valor del oro explotó. Se ha ido convirtiendo cada vez más en un valor refugio principalmente en las economías del Norte. Ello ha provocado el aumento desenfrenado de su explotación en diversas zonas del continente, entre otras, en la Amazonía peruana.

Para obtener el metal precioso, miles de mineros han arrasado la región  selvática de Madre de Dios. “Más de 30 toneladas anuales de mercurio son utilizadas en el intento. Cerca de 150 mil hectáreas de bosque fueron ya deforestadas en esa búsqueda de oro, que en nuestra zona es de tipo aluvial y se encuentra mezclado con tierra o arena debajo de los árboles por donde otrora corrían ríos o arroyos”, explica el coordinador de Huarayo.

“Un escenario de 30 a 35 mil mineros que trabajan 24 horas por día, en equipos de cuatro por cada motor/ bomba extractiva, y que al obtener su honorario diario corren a los pequeños pueblos a consumir licor y sexo”, en una desbandada humana de ganancias rápidas.

Plata “dulce”, niveles culturales bajos, se unen como eslabones de una cadena que encuentra su punto más débil en las niñas y niños, generalmente menores de edad, víctimas de explotación sexual, explica Ana Hurtado Abad.

“Un Estado dentro del Estado”

“Situación  tremenda –enfatiza – que ha producido un verdadero descalabro social en nuestra zona, cada vez más peligrosa ya que esos mineros constituyen un real Estado dentro del Estado, imponiendo un poder propio sobre el cual las autoridades e instituciones tienen poco o nada que decir”.

En ese marco tenso, por momentos violento, al decir de Hurtado Abad, su organización no baja la guardia. En los últimos años ha reforzado una iniciativa,  promovida ya desde el 2000, con el apoyo de la UNICEF y de Terre des Hommes Genève.

“Se trata de  la Red de Defensorías de los Niños de la Amazonía Peruana que agrupa Unidades de Protección de niños y niñas. Contamos con cerca de 45 voluntarios en 19 pueblos que promueven la tarea de control, acompañamiento, denuncia, sostén psicológico y legal, protección de los infantes y adolescentes”, explica.

Un desafío intenso, con escasos recursos, con mucha entrega social de los que participan y una “obsesión casi común: la defensa de los que constituyen el eslabón más débil en esta cadena de descomposición social resultante del oro”, subraya.

Hacia un oro “ético”

Durante la visita a Suiza, Oscar Guadalupe y Hurtado Abad se entrevistaron con representantes de las Naciones Unidas en Ginebra, de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE) en Berna, y con autoridades políticas y universitarias.

“Ha sido particularmente interesante el contacto con funcionarios de la Universidad de Neuchâtel. La idea sería, en el futuro, con su apoyo, promover formas alternativas de extracción de oro, mucho menos agresivas, retomando la experiencia del trabajo campesino helvético”, señala Oscar Guadalupe.

Quien, en el marco de su tesis de “responsabilidad común de todos los seres humanos sobre el planeta único”, lanza un desafío desde las entrañas de la amazonia peruana a los consumidores suizos: “cuando compren oro o productos de ese material, exijan que sea claro el origen e interpelen sobre la procedencia social del mismo”.

Una primera información básica indispensable para que “cada consumidor pueda posicionarse y actuar en correspondencia. Creemos posible defender la idea de promover un oro realmente ético”, enfatiza.

La disyuntiva es clara para Guadalupe y Hurtado Abad: “avanzamos en una dirección diferente en cuanto a la compra-venta del oro peruano que llega al mercado del norte – entre el 60 o 70% del total extraído- o estaremos reviviendo las horas negras de la Conquista y la Colonización”, concluyen.

Mazuko, sede de la Asociación Huarayo, es un pequeño poblado de 6 mil habitantes en el departamento peruano de Madre de Dios.

Un 80% de los pobladores son inmigrantes empujados por la crisis económica. Sus principales actividades son la extracción de oro y de madera.

El departamento de Madre de Dios, de más de 8 millones de hectáreas – fronterizo con Bolivia y Brasil- registra unos 100 mil habitantes censados y una población flotante de 35 mil personas más.

Registra el mayor crecimiento demográfico del país en las últimas décadas, al soportar una fuerte presión de la población alto-andina que sale de sus tierras originales por falta de alternativas productivas y laborales

Sus datos sociales son preocupantes: el 62% de niñas de entre 12 y 14 años son madres solteras, por ejemplo.

La Asociación Huarayo recibe el apoyo de Terre des Hommes Genève, que cuenta a su vez con fondos de la

COSUDE

y de la

Federación Ginebrina de Cooperación

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