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“De niño solía dar misa mientras dormía”

Gerald in Barbengo
© Didier Ruef

La historia de Gérald Chukwudi Ani es la de un niño que se hizo hombre a la edad de cinco años y luchó para realizar sus sueños y seguir su vocación. Una fuerza de espíritu que ahora transmite en su parroquia y en las escuelas del Tesino. Encuentro.

Su compañero de equipo le había dado un pase preciso en el área de penalti. Gérald habría podido controlar el balón con el pecho y lanzarlo a la red. Sin duda, habría marcado un gol y continuado una prometedora carrera en el futbol. En lugar de eso intentó una voltereta improbable. Cayó al suelo de forma desastrosa, dañándose la espalda. Esa lesión convirtió a un posible dios del fútbol en un siervo de Dios.

Este podría ser el comienzo de la historia del padre Gérald, a quien encontramos en la casa parroquial de la iglesia de San Cristóbal en GranciaEnlace externo, un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Lugano, en el Tesino. Nos recibe con una sonrisa que acompañará toda su historia. A sus 45 años, recuerda cada detalle de su infancia en Nigeria y su experiencia en Europa. Nombres, fechas, lugares y hasta la ropa que usó en una ocasión particular.

Cruz, reloj e imágenes
© Didier Ruef

En una cabaña con 24 gatos y 12 perros

Gérald Chukwudi Ani nace el 15 de diciembre de 1974 en AgbaniEnlace externo, en la antigua Biafra, en el sureste de Nigeria. Su padre es un sacerdote animista, su madre trabaja en el campo y vende budín de maíz y tortillas delante de la casa. “Éramos muchos. Mi padre era polígamo y tenía cuatro esposas. En total, tuvo 21 hijos y cien nietos”, narra.

La familia vive en el bosque. Gérald comparte una cabaña de tierra y bambú con su madre y ocho hermanos. “Con nosotros dormían también 24 gatos y 12 perros. Podríamos haber llenado el Arca de Noé”, dice divertido.

Cada día, al segundo canto del gallo se levanta para ir a trabajar. Se dirige al pozo para recoger agua y al molino para moler maíz y frijoles, a una hora de camino de la casa. Al avecinarse la temporada de siembra y cosecha, acompaña a su padre al bosque, entre los espíritus de la naturaleza, donde asiste a las ceremonias animistas y al sacrificio de animales. “La vida era difícil. Pero aun así teníamos algo que comer y vivíamos de lo que producíamos, sin demasiadas expectativas”.

“El victimismo es lo que más me duele. Nunca me he sentado a esperar de los demás”

“El peor día de mi vida”

29 de septiembre de 1979. Gérald está cansado de trabajar. Quiere anticipar su ingreso a la escuela primaria, que suele comenzar a los seis años. Su hermana mayor lo acompaña a la escuela del pueblo, donde el director lo espera para el examen de ‘mano alzada’. “Tenía que levantar la mano, poner el antebrazo en la cabeza y tocar la oreja con los dedos. Si podías hacerlo, significaba que eras capaz de asimilar las cosas”, afirma.

Gerald praying
© Didier Ruef

Aún demasiado pequeño, Gérald no aprueba el examen de ingreso. “Tenía la impresión de que el director había roto mi sueño de ir a la escuela”. Desanimado, corre a casa en busca del consuelo de su padre. Pero cuando llega a la cabaña, encuentra a su madre llorando.

“Tu padre ha muerto”, le dice. El hombre se cayó mientras trabajaba en el campo. Y como el hospital está a dos horas de distancia, murió en el traslado.  “En el momento en que más lo necesitaba, mi padre me faltaba. Fue el peor día de mi vida”, recuerda Gérald.

A solas con su madre y los hermanos menores – las hermanas entretanto se han ido de casa – Gérald se convierte en el hombre de la familia a la edad de cinco años. Al año siguiente es admitido en la escuela primaria y después de un comienzo difícil se encuentra regularmente entre los primeros de la clase.

Entonces una noche, a la edad de diez años, vive una experiencia que cambiará su vida para siempre. “Fue entonces cuando comenzó todo”, dice.

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¿Enfermedad? No, señal divina.

“Tuve un sueño extraño: estaba con los brazos extendidos y cantaba cosas que no entendía. Solamente más tarde me di cuenta de que estaba celebrando la santa misa en latín”, precisa. Ese “sueño” se repite todas las noches. La madre asustada reacciona golpeando a su hijo. “Pensaba que yo era presa de los espíritus malignos que habían matado a mi padre”.

La mujer decide llevar a Gérald al chamán para un exorcismo. “Tan pronto como nos vio venir, el chamán huyó. Le gritó a mi madre que me alejara. Dijo que vio algo en mí. Pero yo me sentía normal, no lo entendía”.

Un tiempo después, un amigo con el que juega al futbol le muestra el camino. Chico de la ciudad, frecuenta la iglesia y lo invita a acompañarlo a la misa dominical. Gérald se pone su mejor pantaloncillo, “aquel con un solo agujero”, y entra por primera vez en ese enorme edificio que siempre había vislumbrado desde lejos. “La iglesia estaba llena. Yo me sentía completamente perdido”.

Cuando escucha las palabras en latín del sacerdote, las mismas que murmura en su sueño, le estalla la cabeza. Grita, llamando la atención de todos los presentes, y huye de la iglesia. Pocos días después el párroco le explica que no se trataba de una enfermedad, sino de una señal divina. “Me dijo que estaba destinado a ser sacerdote”.

Bautismo
© Didier Ruef

Maldición (¿o fortuna?)

Diligente, Gérald continúa sus estudios y se inscribe en el catecismo. “Solía hacer cualquier trabajo para pagarme la escuela. Trabajé en obras de construcción, corté leña, recogí fruta”.

En su tiempo libre se dedica a su gran pasión, el balón. Juega en el equipo de la escuela, de la comuna, del estado y es seleccionado para el equipo nacional juvenil de Nigeria. Hasta ese “desafortunado” intento de voltereta a la edad de 15 años. “Estuve bloqueado durante casi seis meses. Había perdido mi flexibilidad. Así que decidí dejar el fútbol y concentrarme en mis estudios”.

Gérald es bautizado y entra en el seminario. Obtiene un diploma en latín, estudia la espiritualidad y la doctrina de la Iglesia católica y se gradúa en filosofía. Gracias a una beca, se traslada a Italia donde estudia teología, primero en Roma, luego en Nápoles y Catanzaro. El 16 de agosto de 2006, la llamada de Suiza: el entonces obispo de Lugano Pier Giacomo Grampa lo invita a su diócesis.

“En el Tesino nunca me he sentido excluido por el color de mi piel”

El mejor país del mundo

“Fui muy bien recibido en el Tesino. Muchos nigerianos me hablaron de racismo, pero yo nunca lo he percibido. Nunca me he sentido excluido por el color de mi piel”, explica el padre Gérald.

Pastor de la iglesia de San Cristóbal de Grancia desde 2016, es también profesor de historia de las religiones en los institutos de la zona. Entre un sermón y una lección, sigue cultivando la pasión por el balón. “A menudo organizo torneos de futbol. Nunca me encierro y no me siento solo en absoluto. Creo que pasaré toda mi vida aquí. Pero si el obispo me lo concede, puedo incluso regresar a Nigeria, un país que para mí sigue siendo el mejor del mundo”.

padre gerald con dei giovani
© Didier Ruef

Por ahora, el sacerdote se contenta con una visita al año. La última vez fue en el verano de 2019, una estancia documentada por el fotógrafo suizo Didier RuefEnlace externo. Gérald se alegra de redescubrir la cultura, la comida, la música, el calor humano y la sencillez de los encuentros típicos de su país. “Con mi pequeño salario suizo siempre trato de ayudar, especialmente cuando veo a alguien que quiere estudiar”.

Sin embargo, hay un aspecto que le molesta enormemente: ser considerado un “salvador de la patria”. En su pueblo natal, todo el mundo le pide ayuda, consejo y dinero. A muchos les gustaría que llevara a sus hijos a Europa. “Pero esa no es la solución”, subraya el padre Gérald. “El victimismo es lo que más me duele. Nunca me he sentado a esperar de los demás. Todo el mundo en Nigeria pregunta, pero nadie actúa”.

Sin embargo, sostiene, hay muchas oportunidades en Nigeria, más que en Suiza. “Puedes empezar un negocio, incluso sin dinero, de la noche a la mañana”. El sacerdote es consciente de los problemas de su país, desde la inoperancia del Estado hasta la corrupción y los conflictos religiosos. Pero esa no es razón para quedarse cruzado de brazos, insiste. “Siempre digo a mis paisanos: ¡Haz algo por ti mismo! Sigo esperando que esto cambie algún día”.

Traducido del italiano por Marcela Águila Rubín

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