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¿Qué está pasando en Catalunya?

Jordi Muñoz es investigador Ramón y Cajal en la Universidad de Barcelona. Es autor del libro ‘La construcción política de la identidad española. ¿Del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?’ (CIS, 2012). jordimunoz.cat

Hace unas semanas, el barómetro de primavera del Centre d'Estudis d'OpinióEnlace externo (CEO) levantó un gran revuelo mediático. Por primera vez en los últimos dos años, el instituto oficial de sondeos de la Generalitat de Catalunya encontraba una ventaja de los contrarios a la independencia sobre los partidarios.

¿Qué ha cambiado en los últimos meses en la opinión pública catalana? ¿Por qué parece que el independentismo se está erosionando mientras que los partidarios de mantenerse dentro de España crecen? Antes de sugerir algunas hipótesis más o menos basadas en la evidencia disponible, conviene que revisemos la propia evidencia, más allá de los titulares mediáticos.

¿Qué tendencias apuntan exactamente los datos? Si analizamos los Barómetros de Opinión Política del CEOEnlace externo de los últimos 12 meses y ponderamos los datos para corregir desviaciones en la muestra (véase la nota al final del artículo), observamos un pequeño descenso, de tres puntos, del apoyo a la independencia como opción preferida. Este descenso viene acompañado de un incremento de hasta 6 puntos de los que preferirían que Catalunya fuese un estado dentro de una España federal.

Los datos, pues, muestran un pequeño desgaste del independentismo, aunque de una magnitud muy moderada que, además, entra dentro de los márgenes de error de la encuesta. Solo podemos decir con certeza que el apoyo al federalismo ha crecido en Catalunya en el último año, aunque se trata de un movimiento que, de momento, tiene una magnitud modesta. 

Fuente: CEO. Datos ponderados por el autor a partir de la distribución de lengua inicial de la EULC 2013 para corregir sesgos en la muestra. CEO

Sin embargo, lo que generó más titulares fue una pregunta binaria introducida por el CEO en su último barómetro en la que se preguntaba a los encuestados si “están de acuerdo” con que Catalunya sea un estado independiente. Al tratarse de una pregunta nueva, no podemos compararla con los datos anteriores, en los que se utilizaba la doble pregunta de la consulta del 9-N.

Aun así, si comparamos los porcentajes, lo que podemos suponer es que la gran mayoría de encuestados que en la pregunta del 9-N optaron por el ‘sí-no’, la abstención o el voto en blanco, aseguran ahora no estar de acuerdo con la independencia, mientras que el grupo de los que optaban por el doble ‘sí’ en la consulta (alrededor del 40% del censo) sigue hoy, con poca variación, dando apoyo a la independencia.

Así pues, el diagnóstico parece confluir en la idea que el soberanismo se mantiene fundamentalmente estable, quizás con un pequeño desgaste, mientras que la oposición a la independencia crece, sobre todo de la mano del federalismo. ¿Cómo podemos interpretar estas tendencias?

Parece útil referirnos aquí al concepto ‘reversion point’ de la politóloga británica Sara B. Hobolt: aunque formalmente los referéndums se plantean como una elección entre el ‘statu quo’ y la alternativa que se pone a votación, a menudo los votantes perciben que el ‘no’ no es equivalente al ‘statu quo’ sino a otra situación, mejor o peor que la actual. Por eso, tanto en el caso del Quebec como de Escocia, los líderes unionistas prometieron una mayor descentralización si el ‘no’ salía vencedor: se trataba de acercar el punto de reversión a la posición del votante mediano que, tanto en estos casos como en Catalunya, prefiere una mayor descentralización sin llegar a la independencia.

En la Catalunya de estos últimos años, con la política recentralizadora impulsada por el PP desde su regreso al gobierno en 2011, la percepción general posiblemente haya sido que la alternativa a la independencia no era más, sino menos autogobierno para Catalunya. Por eso buena parte de los federalistas optaban, ante una pregunta binaria, por apoyar la independencia.

Sin embargo, probablemente las expectativas de un cambio político a nivel estatal –de la mano de Podemos o de una coalición de fuerzas de izquierdas– estén modificando esta percepción. Si existe una posibilidad razonable de que haya una reforma político-constitucional en España que pueda servir para ampliar el autogobierno catalán, junto con un gobierno español que sea percibido por la mayoría de la población catalana como menos hostil, el independentismo tendrá dificultades para conformar una mayoría sólida.

Por otro lado, que un 40% del censo se muestre consistentemente partidario de la independencia, si se estabiliza, supone un nivel de apoyo a la secesión difícil de ignorar en el medio plazo. Parece difícil sostener, ante este escenario, la negativa a un referéndum.

Además, representa un punto de partida suficiente para que, ante una frustración de las expectativas de cambio en España, se pueda agrupar una mayoría suficiente entorno a la propuesta independentista. No parece, pues, que el escenario que dibujan estos datos sea especialmente cómodo para el independentismo, pero aún menos para el ‘statu quo’.

(Este artículo se publicó primero en el diario digital infoLibreEnlace externo)

(1) Nota aclaratoria: Presentamos los datos ponderados por lengua inicial para corregir sesgos en la muestra, que sobre-representa la población que se declara catalanoparlante o bilingüe, e infra-representa la que declara el castellano como lengua inicial. Sin esta ponderación, el nivel de apoyo a la independencia es mayor (entre el 40 y el 45%), pero hay razones para pensar que los porcentajes ponderados son más ajustados a la realidad. Dado que el CEO ha introducido algunas mejoras en su método de muestreo para reducir estas distorsiones –que se producen, fundamentalmente, debido a un problema de no-respuesta-, algunos cambios aparentes en sus encuestas lo son menos una vez descontamos los cambios metodológicos mediante las ponderaciones. Así pues, las ponderaciones nos sirven para distinguir cambios reales de cambios aparentes, por un lado, y para ofrecer resultados que probablemente sean más cercanos a la distribución de preferencias en la población por el otro. Para el cálculo de las ponderaciones a menudo se usa el recuerdo de voto, pero es un indicador que sufre muchos problemas de memoria, proyección y ocultación. Por eso preferimos usar la lengua inicial, puesto que es un indicador con menor error de medida y que está suficientemente correlacionado con las variables de interés para ser útil como factor de corrección. Tomamos como referencia los valores de la encuesta de usos lingüísticos del IDESCAT EULC 2013 para población mayor de 18 años con nacionalidad española.

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