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Los claroscuros del fenómeno Trump

Redacción de Swissinfo

Como muchos canadienses, John Zimmer sabe bien lo que es ser ‘no estadounidense’. En el siguiente ensayo, el siete veces ganador del Concurso Europeo de Oratoria y Liderazgo ofrece una visión jocosa, pero muy seria sobre el candidato republicano a la Presidencia de los EEUU.

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Ya me puse en frecuencia con mi Donald Trump interno y, afortunadamente, no encontré mucho de éste en mi interior.

Las cataratas del Niágara se hallan en la frontera que divide a Estados Unidos de Canadá. John Zimmer creció al norte de dichas cascadas y comparte en este espacio su opinión sobre el acontecer del país vecino del sur en las semanas previas a la elección presidencial estadounidense (AFP). AFP

Lectores, ustedes pueden amarlo u odiarlo, pero deberán hacerse a la idea de que Donald Trump irá a Washington DC y que su objetivo está situado en la Avenida Pennsylvania. No estoy especulando. Mi certeza es del 100 por ciento.

Escribo este ensayo a unos días de regresar a Ginebra después de una visita por Washington, ciudad en la que dicté una conferencia. Una tarde, yendo de regreso a mi hotel, avanzaba por la calle 12 hacia el norte cuando el semáforo se puso en rojo. Me detuve justo en la intersección entre esta vía y la avenida Pennsylvania. Mientras esperaba, pude observar a mi derecha un imponente edificio azul con un cartel albiazul que decía:

“Llegaré en 2016: TRUMP”.

Sí, estaba al lado del sitio en el que será inaugurado, el próximo 12 de septiembre, el nuevo Hotel Internacional de Trump. ¿Cuál es la dirección exacta? Avenida Pennsylvania número 1110. Ya vieron: mi certeza era del 100 por ciento.

Sospecho que a estas alturas algunos de mis lectores estarán respirando aliviados. Sin embargo, como sucede con el propio Donald Trump, hay que decir que su hotel está ubicado incómodamente cerca de la Casa Blanca.

John Zimmer se mudó de Canadá a Suiza en 1998. Como abogado, trabajó para una de las principales firmas de abogados canadienses, para las Nacionales Unidas, la Organización Internacional de la Migración y la Organización Mundial de la Salud. Hoy, John es orador profesional y viaja por el mundo enseñando a la gente a mejorar sus habilidades como expositor. Es autor de un reconocido blog llamado: mannerofspeaking.org. (Foto: Diazwichmann Photography) DIAZWICHMANN PHOTOGRAPHY BCN

Hasta antes de las primarias republicanas y demócratas, jamás pensé que la política estadunidense pudiera volverse aún más extraña de lo que siempre ha sido, pero este proceso electoral me ha comprobado que me equivoqué.

La visión de un norteño

Conforme la votación presidencial se acerca, la política estadounidense acapara cada vez más las conversaciones por aquí. En mi caso, es frecuente que, personas que acabo de conocer, me preguntan qué pienso sobre el proceso electoral. Y cuando nos encontramos por primera vez, si hablo en inglés, mis interlocutores suelen pensar que soy estadounidense. Soy canadiense (y naturalizado suizo), pero el haber crecido en una pequeña ciudad ubicada a las orillas del lago Erie, apenas cruzando la frontera de Buffalo (Nueva York), ha hecho que mi acento parezca estadounidense (por supuesto, si hablamos en francés, todo mundo reconoce mi origen).

Pero de regreso al inglés, la gente siempre queda agradablemente sorprendida cuando sabe que soy canadiense. ¿Quién podría culparlos? Es decir, ¿a quién no le agradan los canadienses? Si hasta Barack Obama ha dicho que “el mundo necesita más de Canadá”.

Por supuesto, cuando la gente sabe que soy canadiense, su primer impulso es comenzar a hablar sobre Justin Trudeau, lo genial y guapo que es, la afición que tiene por los pandas, su tatuaje, quieren saber por qué practica yoga y box, y además, resulta que es un tipo hogareño. En fin, hay que dedicarle al menos dos minutos a cada uno de estos asuntos y luego ya no me queda tiempo para hablar de nada más. Y es que incluso los canadienses tenemos algunos límites, ¿cierto?

Pero en mi calidad de ‘no estadounidense’, me siento tan desconcertado como el resto del planeta que tampoco lo es (está bien, exceptuemos a Nigel Farage) de cómo ha llegado tan lejos Donald Trump. Tengo claro que ha conectado con un profundo malestar que tiene atenazado a un gran segmento de la sociedad americana. Sin embargo, cuando uno lo escucha hablar, se tiene la impresión de que los cuatro jinetes del apocalipsis partieron en estampida a destruir todos los rincones de EEUU. Todos, claro, excepto la Torre Trump.

Sombras de grandeza

¿Qué tal el eslogan proselitista de Trump? “Hagamos grande a Estados Unidos, otra vez”. Ni siquiera es original. En 1980, Ronald Reagan decía: “Vamos a hacer grande a EEUU, otra vez”. Y en 1960, John Kenney prometía: “Tiempo para la grandeza”. Me pregunto, ¿qué tan lejos debemos remontarnos en el tiempo para hallar esa América grandiosa a la que hacen referencia estos candidatos? ¿Tendremos que ir a buscarla quizás a la Gran Depresión?

Hablemos con la verdad. Ciertamente, los estadounidenses comen demasiadas grasas saturadas; la bebida oficial del estado de Nebraska es el Kool-Aid, y sí, el fruto oficial del estado de Oklahoma es una sandía; además de que, por desgracia, Fox News sigue transmitiendo, pero aun así Estados Unidos es un gran país.

Si Donald Trump quería reciclar una vieja consigna de campaña, entonces habríamos esperado que reutilizara la de Ulysses S. Grant, quien en 1868 defendía el: “Tal como disparas… Vota”. Especialmente después de los comentarios que hizo sobre los defensores de la Segunda Enmienda, que protege el derecho a poseer armas de fuego. Y si lo que quería era un lema más digno -admitámoslo, no realmente en armonía con este hombre-, Trump podía haber elegido el de Barry Goldwater, de 1964, que decía: “En lo más profundo de tu corazón, sabes que él tiene razón”. Aunque por supuesto, Hillary Clinton habría contraatacado con el eslogan de campaña que utilizó Lyndon Johnson para contrarrestar a Goldwater también en 1964: En lo más profundo de tus entrañas, sabes que él está loco”.

Sus principales ingredientes

Cuando escucho hablar a Donald Trump, normalmente me siento dividido. No sé si sus comentarios son repugnantes, pueriles o solo totalmente incoherentes. Por lo regular, son una mezcla de los tres. Pero nadie puede negar la habilidad que tiene este hombre para cautivar y persuadir a un gran segmento de la población. ¿Cuál es su secreto?

Por un lado, es auténtico. Uno puede decir lo que quiera de él, pero Trump parece real. Y está totalmente obsesionado consigo mismo. ¿Recuerda usted cuando iba a la escuela primaria y sus padres escribían su nombre en sus zapatos para evitar que los perdiera? Digamos que está inofensiva práctica mutó en la mente de Trump. Y ahí tenemos las Aerolíneas Trump (que fracasaron), los filetes Trump (¿en serio?), el Vodka Trump (en las rocas) o la Universidad Trump (que no existe más) y a este hombre como al máximo héroe de sus propios proyectos.

Por otro lado, Trump habla de una forma simple y fácil de comprender para toda la gente. Por ejemplo, en Carolina del Sur (diciembre del 2015) se refirió a los integrantes de la administración de Obama de la siguiente manera:

“Solía utilizar la palabra incompetentes. Ahora, solo los llamo estúpidos. Fui alumno de la escuela de la Ivy League. Cuento con el más elevado nivel educativo. Conozco las palabras y tengo acceso a las más elaboradas… pero no hay ninguna que sea mejor que estúpido. ¿Cierto?”.

Es posible poner los ojos en blanco y burlarse de la declaración de Trump, pero también hay que aceptar que tiene un punto a su favor. Las palabras simples son las más eficaces. Es decir, él es como el chico con el que uno entabla una conversación mientras se encuentra de pie tomando una copa en un bar. El problema es que, muy pronto, ese tipo habrá bebido demasiado y se pondrá desagradable. Pero uno -como vecino de bar- debe estar bien sobrio para darse cuenta de ello.

Es su propio enemigo

Afortunadamente, a finales de agosto (cuando este texto fue escrito), todo parecía indicar que la campaña de Trump se tambaleaba. Es difícil precisar el porqué. ¿Son sus comentarios misóginos? ¿Los insultos que ha proferido contra los musulmanes y los latinos? ¿La forma en la que defiende la supremacía de la raza blanca? ¿Los ataques que hizo a los padres de un soldado estadounidense muerto? ¿Su promesa de construir un ridículo muro en la frontera con México? ¿La broma que hizo acerca de salir con su propia hija? ¿Su cabello? ¿Todas las anteriores?

Sea cual sea la razón, Trump ha enviado a los brazos de los demócratas a varios prominentes políticos y a algunos partidarios del Partido Republicano. Incluso Paul Wolfowitz, un neoconservador que fue uno de los principales asesores de George W. Bush, ha expresado que estaría dispuesto a respaldar Hillary Clinton. ¿Paul Wolfowitz apoyando a una candidata demócrata? ¿Acaso nos hemos tele transportado a un universo paralelo?

Sin lugar a dudas, Hillay Clinton tiene su propio pasado y preocupaciones (hey, Hillary, ¡recibiste un email!). Y a dos meses de las elecciones, todo puede suceder. Pero la idea de que Trump sea presidente es casi inconmensurable. Es decir, no tengo problema en que llegue hasta el número 1100 de la Avenida Pennsylvania, pero avanzar hasta el 1600, es ir demasiado lejos.

Aunque Winston Churchill pronunció una célebre frase que es imposible olvidar en este momento: “Siempre puedes contar con que los estadounidenses harán lo correcto… luego de haber probado todo lo demás”. Así que esperemos que este 8 de noviembre, los estadounidenses no quieran probar con Trump.

Las opiniones expresadas en este artículo representan la visión del autor y no necesariamente reflejan la opinión de swissinfo.ch


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Traducción de Andrea Ornelas)

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