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El declive de un bazar de armas de fabricación casera en Pakistán

Un armero paquistaní fabrica una pistola en su pequeño taller el 6 de junio de 2016 en el área de Darra Adamkhel, unos 35km al sur de Peshawar, Pakistán afp_tickers

Unos disparos rasgan el aire sin que nadie pestañee. Es algo corriente en un pueblo de Pakistán especializado en la fabricación casera de Kalashnikovs, un negocio venido a menos.

En las colinas cercanas a Peshawar (en el noroeste de Pakistán), la aldea de Darra Adamjel es desde hace décadas un centro en el que convergen criminales y narcotraficantes, así como coches y diplomas falsos.

Este tráfico vivió su apogeo en los años 80, cuando los muyahidines procedentes de Afganistán se abastecían de armas para luchar contra los soviéticos. Después llegaron los talibanes paquistaníes, que convirtieron la aldea en un bastión, en medio de una impunidad absoluta.

En la actualidad, sólo ha sobrevivido el comercio de armas, aunque decae, tras décadas de ventas florecientes. Los forjadores atribuyen este ocaso a la cada vez menor indulgencia del Gobierno y a la mejora de la seguridad.

“El gobierno del (primer ministro) Nawaz Sharif estableció puestos de control por todas partes, el comercio se paró”, lamenta uno de ellos, Jitab Gul, de 45 años.

Gul es conocido en Darra por sus réplicas del subfusil MP5, una de las armas más utilizadas en el mundo, sobre todo por el SWAT, una unidad de élite de la policía estadounidense.

El precio de un MP5 auténtico puede alcanzar varios miles de dólares. El modelo fabricado por Jitab Gul, con un año de garantía, vale 70.000 rupias (67 dólares) y, según él, funciona perfectamente.

“Vendí 10.000 armas durante los últimos diez años y no recibí ninguna reclamación”, afirma, mientras realiza una demostración con su MP5 en el patio del taller.

– El lejano oeste –

En su taller hace un calor sofocante. Los empleados hablan a gritos debido al ruido de los generadores. Con la ayuda de máquinas cortan la chatarra que reciben de los astilleros de Karachi, en la otra punta de Pakistán, y montan piezas con precisión.

En su esplendor, el bazar contaba con una nube de pequeñas tiendas que fabricaban todo tipo de armas.

Aunque ilegal, este comercio se benefició durante un tiempo de la tolerancia del Gobierno, con poca autoridad en las zonas tribales fronterizas con Afganistán.

Los habitantes lo consideran legítimo y acorde con la tradición pashtún de la región, que asocia el culto a las armas de fuego con la virilidad.

“Los obreros son tan cualificados que pueden copiar cualquier arma que les muestren”, asegura Gul. Se puede conseguir un Kalashnikov made in Darra por 125 dólares, afirma, o sea más barato que un teléfono móvil.

Pero los tiempos han cambiado y ahora el ejército persigue a los insurgentes en las zonas tribales y la violencia ha disminuido desde la emergencia de los talibanes paquistaníes en 2007.

Más de un tercio de los comercios de Darra se han transformado en ultramarinos o en tiendas de electrónica y la ciudad ha dejado atrás su pasado de lejano oeste, añoran los forjadores.

Una fábrica como la de Gul podía producir más de diez armas diarias y ahora no pasa de las cuatro “por falta de demanda”, explica.

– Clientes intimidados –

Los obreros culpan de ello al Gobierno y al ejército, que han multiplicado los retenes en las carreteras que conducen a Darra Adamjel. Además los extranjeros tienen prohibido viajar al lugar por motivos de seguridad.

Pese a no oponerse directamente al comercio de armas, el ejército exige a los habitantes de la zona que no brinden apoyo a los insurgentes y las autoridades intentan establecer un sistema de licencias.

La policía y unidades paramilitares se despliegan a la entrada del pueblo y su presencia intimida a los clientes, protestan los habitantes.

“Hace más de 30 años que trabajo aquí pero ahora me he quedado sin trabajo”, comenta Muzamil Khan, sentado delante de su taller. “Estoy dispuesto a vender el equipamiento”.

Según Muhamad Qaisar, fabricante de cartuchos en el gran bazar, había casi 7.000 tiendas pero casi la mitad cerró. Si el Gobierno no da marcha atrás “me temo que será el fin de Darra”.

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