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Cómo el miedo al comunismo convirtió a los suizos en espías

reliquia de la Guerra Fría
Una reliquia de la Guerra Fría: en 1999, la policía federal encontró un baúl lleno de material del KGB, los servicios secretos soviéticos, en un bosque cerca de Berna. Keystone

En Suiza, la Guerra Fría tuvo lugar en las mentes de sus habitantes. Prevaleció el miedo al comunismo soviético. Se desconfiaba de aquellos que no se distanciaban lo suficiente. Existía la obsesión de que el enemigo se encontraba entre nosotros e inoculaba su veneno desde el interior del país.

Este artículo es el primero de una nueva serie denominada “Suiza en la Guerra FríaEnlace externo”. El historiador David Eugster analiza distintos aspectos de la Suiza de entonces, que, al tiempo que mantenía su neutralidad con ambos bloques, se alineaba claramente del lado de Occidente.

En noviembre de 1956 los tanques soviéticos irrumpían en Hungría para aplastar de raíz las reformas democráticas en ese país. Centenares de miles de húngaros se vieron obligados a huir. Algunos de esos refugiados húngaros llegaron también a Suiza, donde fueron recibidos con una calidez y simpatía como no se había visto en la Segunda Guerra Mundial ni después. En aquel momento los húngaros no eran solo personas necesitadas sino hermanos en la lucha contra el comunismo.

Al mismo tiempo crecía de manera imparable la irritación contra aquellas personas sospechosas de estar relacionadas con el comunismo imperialista de la URSS. El Partido del TrabajoEnlace externo (PdT), el partido comunista suizo, pasó a ser llamado “Partido del Extranjero”, es decir, partido del extranjero, y sus miembros fueron considerados enemigos en el interior del país. Se produjeron ataques contra sus sedes y a algunos se les permitió escapar, pero otros sufrieron agresiones directas.

Una danza tribal

La agresiva política exterior de la Unión Soviética motivó la aparición de un sentimiento anticomunistaEnlace externo. Ciertamente, el PdT no actuó con sabiduría a la hora de desmarcarse del socialismo violento de Stalin, lo que al final les costó todo el poder político. Pero el anticomunismo en Suiza fue más allá de las críticas democráticas. Tuvo algo de ritual religioso. El escritor Friedrich Dürrenmatt calificó el anticomunismo de la Guerra FríaEnlace externo de “danza tribal suiza”.

Una danza ejecutada para la opinión pública mundial: después de 1945 Suiza quedó aislada, pues su papel neutral en la guerra resultaba sospechoso a las potencias victoriosas. Por esta razón, la Suiza oficial se posicionó rápidamente del lado del “mundo libre”. Además, luchar contra el comunismo ofrecía también la oportunidad de no tener que hablar del papel jugado en el conflicto bélico mundial. Según Dürrenmatt, “como entonces no fuimos héroes de guerra, ahora queremos ser al menos los héroes de la Guerra Fría”.


Gente reunida en semicírculo
Berna, diciembre de 1956: Unos estudiantes aprendiendo el modo adecuado de lanzar un cóctel Molotov Schürch © StAAG/RBA1-11-23_3

Lavado de cerebro: el miedo a la guerra psicológica

Empezó a percibirse el comunismo como algo satánico que debía ser exorcizado y expulsado de la sociedad, pues el enemigo comunista no era algo tangible. Aunque Moscú y Siberia existieran como lugares geográficos, el enemigo, al igual que Belcebú, no era palpable y, precisamente por esa razón, era omnipresente y omnipotente.

Uno de los temores más comunes era que los rusos disponían de sofisticadas técnicas para invadir los cerebros o las almas de las personas y dejarles sin voluntad ni capacidad de resistencia. En el Schweizer Illustrierte, una revista suiza muy popular, se publicó en 1956 el caso de seis disidentes rusos que quedaron completamente inermes por una droga que se les había administrado. A la orden de arrojarse por una ventana obedecieron sin dudarlo. El artículo concluía que “donde los rusos ponen su mano, no hay nada que sea tan siniestro que no pueda ser verdad”.


Caricatura
Cualquier artículo de prensa crítico es un intento de debilitar a la sociedad. Extraído del “Libro de defensa civil“, 1968. zvg

Mantener a la población alerta y… vigilada

Por lo tanto, muchas organizaciones consideraron que era su tarea prevenir a la población del “adormecimiento” provocado por la sutil propaganda soviética. Ya después de la Segunda Guerra Mundial hubo agrupaciones que encontraron en el anticomunismo un nuevo campo de actividad. Agrupaciones que durante el conflicto mundial habían estado comprometidas a favor de una movilización moral contra el fascismo. En este caso, fue fundamental la actuación del Servicio Suizo de InformaciónEnlace externo (SSI), fundado en 1947 como entidad privada sucesora de las organizaciones cantonales de propaganda. Los miembros del SSI se esforzaron por explicar a lo largo y ancho de todo el país el peligro que representaba el comunismo, organizando conferencias y ponencias que generalmente eran financiadas por los cantones.

A principios de la década de 1960 el periodista Jean-Rudolf von Salis escribió en un artículo que predominaba una psicosis de miedo anticomunista: “Hay personas que huelen en una inocente cooperativa de consumo un nido de conspiración bolchevique”. Desde esta perspectiva, las personas críticas fueron consideradas como “gusanos” potenciales que cavaban secretas galerías para intentar minar la estructura del Estado. Se decía también que los pacifistas querían debilitar la capacidad de combate del ejército suizo. Cualquier artículo de prensa podía minar la moral en la lucha contra el mal. Cualquier postura a la izquierda del centro político era sospechosa de socavar el espíritu de defensa. Por eso, el anticomunismo fue también un medio útil para marginar las críticas al Estado, al ejército  y a la patria.


Caricatura de un suizo
Caricatura de una iniciativa contraria a aumentar el gasto en armamento (1956). Nebelspalter / e-periodica.ch

Pero la demonización del comunismo y de todo lo que se le parecía condujo a que Suiza se equiparara al menos en un punto a los sistemas del Este: el control y vigilancia totales. Solo al final de la Guerra Fría la opinión pública suiza se enteró de que la policía y los servicios secretos se habían ocupado de vigilar y documentar cualquier supuesta infiltración política. En 1989 con el escándalo de las fichas se descubrió que se había registrado y documentado el comportamiento político de casi 700 000 personas. Y no eran solo los comunistas el objeto de su atención sino todo aquel que había sido crítico con la sociedad mayoritaria: izquierdistas de toda índole, verdes, alternativos, activistas del tercer mundo, feministas.

Pero el final del bloque del Este tampoco supuso la desaparición total del anticomunismo. Organizaciones como la anticomunista Pro LibertateEnlace externo, fundada en 1957, intentaron reposicionarse en un mundo sin división. En lugar de comunismo hablaban ahora de “corrección política” y no polemizaban ya con la amenaza de una revolución mundial, sino contra las organizaciones internacionales como la ONU o la Unión Europea. Después de 1989 el núcleo de los temores anticomunistas se trasladó de Moscú a Bruselas.

Traducción del alemán: José M. Wolff

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