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Las dos perlas del urbanismo relojero

La Chaux-de-Fonds, una ciudad hecha de ángulos rectos. juraregion.ch

Muchas ciudades en el mundo existen y se han desarrollado gracias a un sector industrial. Pero las suizas La Chaux-de-Fonds y Le Locle son el único ejemplo de ciudades construidas por y para la relojería. Una peculiaridad reconocida por la UNESCO, que las ha incorporado a la lista del patrimonio de la humanidad.

El camino que serpentea a través de las Franches-Montagnes, uno de los más bellos itinerarios para llegar a La Chaux-de-Fonds, es una sucesión ininterrumpida de pastizales, bosques de pinos y pequeñas aldeas. Alguien que atravesara esta región con ojos poco atentos podría fácilmente pensar que la actividad económica de la región se limita a la cría de ganado y el turismo.

Una vez pasado el pueblo de La Cibourg, la sorpresa es total. Tras una breve subida, de improvisto nos enfrentamos a cientos de casas alineadas en una (casi) perfecta trama ortogonal. A primera vista, La Chaux-de-Fonds y su vecina Le Locle recuerdan un poco a las ciudades estadounidenses, con su aislamiento y sus calles anchas.

¿Pero qué hace una ciudad de casi 40.000 habitantes a más de 1.000 metros de altitud, en una región extremadamente periférica respecto a los principales centros urbanos del altiplano suizo, y dónde el clima es duro?

Desarrollo demográfico formidable

Pequeños pueblitos en 1800, con apenas unos centenares de habitantes dedicados mayormente a la cría de ganado, La Chaux-de-Fonds y Le Locle han conocido un desarrollo fulgurante en el siglo XIX. En 1900 La Chaux-de-Fonds contaba con 36.000 habitantes y Le Locle, con 13.000. El reloj había llegado a su Tierra Prometida en las montañas del Jura.

Casi completamente destruida por un incendio en 1794 (Le Locle fue a su vez devastada por el fuego en 1833 y 1844), La Chaux-de-Fonds fue reconstruida tomando en cuenta las necesidades de la naciente industria relojera y de los preceptos de higiene, tan en boga en la urbanística del siglo XIX.

Recorriendo la ciudad, la primera sensación es de una cierta monotonía. Las calles parecen todas iguales, y las casas también.

Una ciudad hecha de ángulos rectos

“La Chaux-de-Fonds está hecha de ángulos rectos. No tiene un centro propiamente dicho y eso sorprende a los visitantes”, comenta el escritor Jean-Bernard Vuillème, nacido y criado en esta ciudad del cantón de Neuchâtel. “El centro, si es que se insiste en hablar de centro, es la Avenida Léopold-Robert, la calle que atraviesa toda la ciudad y prosigue en dirección a Le Locle. Es el “Pod”, como le llaman los habitantes de La Chaux-de-Fonds; o el podio, como prefiero llamarle yo. Es el lugar para mirar y ser visto”.

Pero la primera impresión es engañosa. Si bien esta ciudad es la cuna de Le Corbusier y del escritor Blaise Cendrars, no es un sitio histórico en sentido estricto, como por ejemplo puede serlo Berna. Pero no por ello sus riquezas arquitectónicas son menos sorprendentes.

El rostro de la ciudad se lo debe todo al plano urbanístico elaborado en 1834 por el ingeniero Charles-Henri Junod, quien privilegia la luz, la racionalidad de los viajes y las posibilidades de desarrollo urbano, sin fijar límites claros. Factores estos muy importantes para la industria relojera.

Entre un bloque de viviendas y otro, los espacios son amplios. En diversas zonas los jardines son omnipresentes delante de las casas. Las ventanas de los edificios son numerosas, puesto que el sol es un elemento primordial para el trabajo de los relojeros. Ya en 1849 más de 3.800 personas sobre una población de 6.773 se dedicaban a este oficio.

Simbiosis entre industria y alojamientos

En la arquitectura de muchos edificios se transparenta claramente la fusión entre funciones de vivienda e industriales, una simbiosis tan manifiesta que llevó a Karl Marx a decir que La Chaux-de-Fonds era “una única fábrica de relojes”. El taller abierto en 1892 por Léon Breitling en la Rue Montbrillant es un brillante ejemplo, con la fábrica en el centro y dos espléndidas casas en los laterales.

“Hoy los talleres aún en actividad en el centro son pocos. Los espacios no se adaptan ya a las necesidades de la industria relojera moderna”, explica a swissinfo.ch Jean-Bernard Vuillème. “Sin embargo, prácticamente todas las grandes marcas mundiales tienen una sede en la zona industrial entre La Chaux-de-Fonds y Le Locle. El hecho de poder afirmar ‘tenemos un centro de producción en la región’ sigue siendo un sello de gran calidad”.

Muchos edificios exudan aún hoy riqueza y fe en el progreso que durante decenios han distinguido a esta ciudad. Al menos hasta la gran crisis relojera de inicios de los años 70. El teatro de estilo italiano, construido en 1837 y renovado posteriormente varias veces, es probablemente el más bello de Suiza, y su adyacente sala de conciertos, edificada años más tarde, tiene una acústica tal que numerosos músicos famosos la han utilizado para sus grabaciones.

Fe en el progreso

Una fe en el progreso y una riqueza que, urbanísticamente hablando, han también desfigurado a la ciudad de manera considerable. “En el pasado se cometieron destrucciones increíbles, dado que si hay una ciudad que no tiene conciencia del pasado, esa es La Chaux-de-Fonds”, afirma Jean-Bernard Vuillème, mostrando un rascacielos de dudoso gusto construido cerca de la estación de tren.

Por el contrario, hoy, esta conciencia del pasado, de un patrimonio relojero único en el mundo, comienza a abrirse camino. Y en ese sentido, la inscripción de la ciudad en el patrimonio de la humanidad de la UNESCO constituye un paso importante.

“Los habitantes de esta región se lamentan a menudo de ser dejados de lado. Por otro lado, no ha sido fácil pasar del estatuto de una ciudad muy rica a una economía casi de supervivencia durante la crisis de 1973. La inscripción en la lista de la UNESCO ha traído un cierto sentimiento de orgullo y podrá, sin duda, sensibilizar a la gente hacia nuestro patrimonio. Incluso si se trata de una ciudad muy reciente”.

Los planos de La Chaux-de-Fonds y Le Locle, trazados siguiendo un esquema abierto en bandas paralelas, con una parcela de zonas habitables y talleres, corresponde a las necesidades de la cultura profesional de la relojería que surge en el siglo XVII, pero que está aún sólidamente anclada en la región.

El sitio constituye un ejemplo notable de ciudad organizada alrededor de una mono actividad industrial, bien conservada y aún en actividad. La planificación urbana se ha adaptado al pasaje de una producción artesanal, realizando el trabajo a domicilio, a una producción manufacturada más integrada, con fábricas de los siglos XIX y XX.

Aparte de sus particularidades urbanísticas, La Chaux-de-Fonds es considerada como la capital del Art Nouveau (conocido también como ‘Liberty’, ‘estilo moderno’ o ‘floreal’) en Suiza.

Este estilo, denominado ‘style sapin’ (estilo pino) en la expresión local, se impuso en La Chaux-de-Fonds sobre todo gracias a Charles L’Eplattenier, profesor en la Escuela de Arte y maestro de un tal Charles-Edouard Jeanneret, alias Le Corbusier.

Muchos edificios en la ciudad, en particular los que fueron construidos entre los siglos XIX y XX, época en la que este estilo estuvo en su apogeo, mantienen aún hoy numerosas trazas de este pasado artístico.

(Traducción: Rodrigo Carrizo Couto)

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