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La doble pena de las familias iraquíes desplazadas y separadas en campamentos

Iraquíes desplazados por la violencia entre los yihadistas del grupo Estado Islámico y las fuerzas del gobierno por retomar Mosul, entre el barro provocado por las lluvias, el 1 de diciembre de 2016 en el campo de Al-Jazir afp_tickers

Desde que llegó al campamento de Jazir, Ihsan, un joven iraquí, intenta convencer a los responsables de que le dejen salir, no para irse a cualquier pueblo, sino para reencontrarse con su familia, en otro campo de desplazados.

“Ya hace un mes que estoy en esta situación, mi familia, de un lado y yo, de otro. Los echo mucho de menos”, afirma Ihsan Ismail, de 18 años, oriundo de la localidad de Abu Jarbua, al este de Mosul. “Todo lo que pido es irme con ellos. ¿Qué diferencia hay? […] Un campo es un campo”, denuncia, indignado, el joven.

Poco después de que comenzara la ofensiva de las fuerzas iraquíes, el 17 de octubre, para arrebatar al grupo yihadista Estado Islámico (EI) su principal feudo iraquí, el joven huyó de su pueblo una hora antes que su padre, su hermana y su hermana pequeña, Nurhan.

Las fuerzas kurdas lo condujeron hacia Jazir mientras que su familia fue trasladada hacia otro campo de desplazados.

Las fuerzas de seguridad iraquíes y los soldados kurdos peshmergas no dejan que los desplazados salgan y les requisan su documento de identidad, alegando “razones de seguridad”.

En un mes solo ha podido hablar con su familia dos veces. Y lo mismo le ocurrió a sus tres tíos, también alojados en el campamento de Jazir, mientras que sus esposas y sus hijos fueron trasladados al campo de Qimawa.

Tantas restricciones de seguridad preocupan a las organizaciones humanitarias.

– ‘Detención de facto’ –

En el campamento de Qimawa, al norte de Mosul, a los desplazados se les prohíbe, además de desplazarse, utilizar sus teléfonos, según Human Rights Watch (HRW).

“En los campos bajo control iraquí, los desplazados no tienen ningún derecho a moverse, salvo si las autoridades deciden enviarlos a sus casas o transferirlos” a otro campo, explica Belkis Wille, especialista en Irak para HRW.

La situación es prácticamente idéntica en los campamentos controlados por el Gobierno del Kurdistán iraquí, salvo algunas excepciones, como en el campo de Debaga, al sur de Mosul, donde se permite a los desplazados ir al pueblo a condición de que dejen su carné de identidad como fianza, explica Wille.

“Es una situación preocupante, potencialmente peligrosa: miles de iraquíes podrían tener prohibido desplazarse en su propio país”, lamenta Wille. “Es una detención de facto”.

Para justificar las medidas de seguridad, Jaber Yaour, del ministerio de Interior de la región autónoma del Kurdistán, explica a AFP que están dirigiendo una “guerra contra los terroristas”. “Los miembros de Dáesh [acrónimo árabe para el grupo EI] pueden infiltrarse entre los desplazados y formar células clandestinas”.

Shaima Ismail corrió la misma suerte que Ishan y tantos otros, y no ha visto a sus dos hijos mayores desde que escapó, junto a sus cuatro hijos, de la aldea de Abu Jarbua.

Cuando la mujer llegó a la barricada de los peshmergas, Mahmud (16 años) y Amani (3 años) se quedaron con ella pero Ahmad y Mohammad (de 21 y 20 años respectivamente) se quedaron fuera. La familia está repartida en dos campos distintos.

“Les he suplicado que me lleven junto a mis hijos o que les dejen venir aquí, pero nadie responde”, dice, desesperada.

Sus hijos la llaman sólo una vez por semana, por miedo a que los responsables del campo descubran su teléfono. “Me dicen que están bien y cuelgan”, cuenta Shaima. “Tengo el corazón roído por la preocupación”.

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