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Un lugar en la mesa suiza

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Suiza es el hogar de muchas personas pertenecientes a nacionalidades diferentes, pero todas ellas comparten la necesidad de comer. He aquí las historias de cinco inmigrantes que llegaron al país alpino en los últimos 60 años procedentes de Italia, Canadá, Portugal, Taiwán y Siria, trayendo consigo sus tradiciones culinarias. Para todos ellos, cocinar, comer y compartir recetas se convirtió en un elemento clave del -a menudo-  complicado proceso de adaptación a la vida suiza.

Siga sus viajes y aprenda de sus recetas, alguna con un toque suizo.

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01 Urbania to Bern

Por Zeno Zoccatell
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Adriano Tallarini
Adriano Tallarini
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Adriano Tallarini, hoy 89 años, ha sido uno de los pioneros de la cocina italiana en Berna. En la capital suiza, su extraordinaria vocación de restaurador desempeñó también un papel importante en el proceso de integración de la comunidad extranjera más grande de la Confederación.

Basta con cruzar la puerta del ‘Dolce Vita’ para entender rápidamente que no se trata de cualquier restaurante italiano. Son las diez de la mañana de un frío martes de febrero y nada más entrar uno se siente catapultado a otro mundo.

El silencio gélido de las calles es barrido de golpe por el murmullo de las conversaciones de decenas de personas y por el cálido aroma del café. Unos leen el periódico, otros discuten en torno a una mesa y hay también quien ya bebe una cerveza en compañía.

De vez en cuando se escucha alguna palabra en italiano, portugués o español, pero sin duda alguna la lengua dominante es el dialecto bernés. Se intuye rápidamente que el local es el lugar de encuentro de la gente del barrio.

A esta hora la mayor parte de los restaurantes de la ciudad están vacíos o simplemente cerrados.

El mérito de esto se debe sobre todo al propietario del ‘Dolce Vita’, el casi nonagenario Adriano Tallarini. Con un gorro de lana en la cabeza y un taco de fotografías en la mano, esta leyenda viva nos recibe sentado a la mesa, nos pide un café y empieza a contar su historia. Una historia que se entrelaza con la de la inmigración italiana en Suiza.

Los italianos conforman hoy la mayor comunidad de extranjeros residentes en la Confederación y se les cita frecuentemente como modelo de integración. La cocina italiana forma parte hoy día de la vida cotidiana helvética. Pero no siempre ha sido así.

Especialmente en el periodo comprendido entre los años 60 y 70 los inmigrantes italianos chocaron contra los prejuicios y la desconfianza de los suizos. Se hicieron famosas las iniciativas populares contra la “extranjerización”, que con frecuencia tocaban también el ámbito gastronómico. Además de acusarles de comer demasiado ajo, se llegó a decir también que los italianos no desdeñaban platos exóticos, como el gato o incluso el cisne.

Gracias a su trabajo y entrega Adriano Tallarini derrotó muchos de esos prejuicios. Pero además su historia es la de un increíble éxito empresarial.

No había dinero

Adriano nació en Urbania, provincia de Pesaro. Sus padres tenían un mesón. “El mesón es el nivel más bajo de la restauración”, explica, “donde se comen cosas que cuestan poco, pero hechas maravillosamente. Yo crecí en ese ambiente”.

Sin embargo, “el dinero no fluía, no había dinero”. Por esa razón, como muchos otros, decidió en 1955 buscar fortuna en el extranjero.

Tras una experiencia rocambolesca en el quiosco de la estación de la localidad invernal de Wengen (les invitamos a escuchar los detalles directamente del Sr. Tallarini, pero sepan que en la historia hay relaciones extraconyugales y sospechas infundadas de enfermedades de trasmisión sexual), Adriano llega a Berna y comienza a trabajar como camarero en el restaurante ‘Walliser Kanne’.

Durante los diez años que pasó en aquel local, en el que “no había ventilación y el aire se podía cortar con cuchillo del humo que había”, obtiene su diploma de estudios y consigue la gestión de la ‘Casa d’Italia’.

“Y ahí es donde empezó la verdadera batalla y mi pasión. Di todo lo que tenía”, explica, “el restaurante era viejo y había que renovarlo entero. Hice un esfuerzo increíble. Empezaba a las seis de la mañana y trabajaba durante 12 horas al día”.
Adriano Tallarini
Adriano Tallarini
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Por Carlo Pisani

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El esfuerzo de Tallarini dio sus frutos. La ‘Casa d’Italia’ no era todavía un lugar completamente público. Su licencia de negocio le permitía servir solo a los italianos, pero cada vez iban acudiendo más y más clientes suizos al restaurante, hasta que la “segregación” terminó oficialmente en 1982. “Jetzt sind die Spaghetti legal” (Desde ahora los espagueti son legales), titulaba un artículo el diario bernés ‘Der Bund’.

Un ejemplo de integración que no pasó inadvertido a las autoridades italianas. En 1986 Adriano Tallarini recibió el título de ‘Cavaliere della Repubblica’.

También Werner Bircher, el entonces alcalde de Berna, le escribió una carta un año más tarde en la cual se podía leer: “Con gran corazón, habilidad y dedicación, Adriano Tallarini ha llevado la ‘Casa d’Italia’ a su máximo esplendor y ha contribuido de modo decisivo a establecer en esta ciudad excelentes relaciones entre los berneses y los italianos a través del disfrute compartido de las delicias culinarias. Ha logrado transformar la ‘Casa d’Italia’ en algo mucho más importante que un simple restaurante. Es un lugar de encuentro popular, en el que sus compatriotas, así como los habitantes y miembros de las asociaciones de esta ciudad, se sienten como en casa”.
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Pionero de la restauración

El éxito fue también económico. “Cuando llegué hacía 400 000 francos al año de caja; y cuando lo dejé, 14 años después, eran 4,7 millones”, dice Adriano con una pizca de orgullo.

Después Tallarini adquirió el ‘Boccalino’, uno de los muchos restaurantes de los que sería propietario, algunos de ellos simplemente porque estaban contiguos a alguno que ya poseía. “Así no había competidores”, afirma.

Como un rey Midas de la restauración, consiguió triunfar con cada uno de sus locales. Entre estos, uno del que parece estar particularmente orgulloso es el ‘Mappamondo’, nombre elegido porque debía ser un lugar “para gente de cualquier tipo de nivel social, nacionalidad o color. Tenía una gran sala para las asociaciones. Y se convirtió realmente en el restaurante de todo el mundo”.

Le preguntamos cuál es su secreto. Seguramente es una pregunta que le han hecho a menudo porque empieza a recitar el catálogo de sus principios deontológicos, igual que un alumno recitaría en clase una poesía aprendida de memoria.

“Presencia continua y gran disponibilidad, máxima cordialidad y hospitalidad, garantía rigurosa de utilización de productos frescos, de calidad y en cantidad. Son cosas indiscutibles”.

“Otro elemento importante es el personal. No solo los respeto y les pago bien, sino que los quiero como si fueran parte de mi familia”.

“Luego, está la cuestión de los precios. Aquí en el ‘Dolce Vita’ hace más de diez años que no los he subido”.

En resumen, no hay tantos secretos, pero queda tal vez el más importante: el amor y la pasión por el propio trabajo. Hoy Adriano Tallarini posee solo el ‘Dolce Vita’. A menudo, por la mañana “hace de cajero” y todas las tardes las pasa en el restaurante jugando a las cartas con un grupo de amigos.

“Cuando paso saludo a los clientes y les pregunto si han comido bien. Me responden “wie immer” (como siempre) y para mí eso vale más que el dinero. Eso es lo que me mantiene vivo y me hace sentir bien”.
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02 Oporto to Fribourg

Por Fernando Hirschy
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El portugués Manuel Fernando de Oliveira Lopes siempre ha invertido mucho en su profesión. Su interés por aprender nuevas técnicas le ha llevado a buscar otros horizontes más allá de Portugal.

Es invierno y la nieve ha caído en abundancia durante la madrugada; el viento frío nos obliga a llevar la cabeza hundida en el abrigo. Me sacudo los zapatos delante de la puerta para eliminar el exceso de nieve y entro: “Bom dia!”, dice la mujer en portugués desde el mostrador, con una sonrisa a la espera de mi pregunta.

En las vitrinas veo pasteles de nata, cruasanes dulces y “pasteis de sonho”, que aquí llaman bolas de Berlín, además de otras delicias cubiertas de crema y huevo hilado que me hacen mirar otra vez a mi alrededor para comprobar que sigo estando en Suiza.

Impresiona el aroma a “saudade” que despide el local. En Brasil, como en otros países de lengua portuguesa, las panaderías fueron siempre un negocio de portugueses, por eso se nota una cierta familiaridad entre los clientes que responden al “buenos días” con un indeciso “bonjour”.

“El sesenta o setenta por ciento de nuestra clientela es portuguesa”, afirma Manuel Fernando, más conocido aquí como Nelo Lopes. “A veces, las dependientas intentan, antes de decir “bonjour”, adivinar el origen del cliente por su aspecto, pero no siempre aciertan”, ríe el propietario.
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por Carlo Pisani / Fernando Hirschy

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La tercera comunidad de emigrantes

De hecho, la gran proporción de clientes portugueses solo sorprende a turistas y extranjeros no familiarizados con Suiza.

En este país viven cerca de 270 000 portugueses, lo que les convierte en la tercera comunidad extranjera en Suiza. La mayoría vive en la Suiza de expresión francesa. En el cantón de Neuchâtel, por ejemplo, el apellido “da Silva” es ya el más común, por encima de otros nombres tradicionales del cantón como Jeanneret o Robert.

El cantón de Friburgo no es una excepción. En ciudades como Friburgo o Bulle, las dos más populosas del cantón, el acento portugués se percibe en muchos comercios y servicios y no es raro oír a alguien hablando portugués en la calle. Con un público tan amplio no es de extrañar que surjan establecimientos dirigidos a esa clientela, tipo mercadillos, restaurantes y panaderías, como la de Nelo Lopes, que además queda muy cerca del centro de la ciudad de Friburgo.

A diferencia de los dos mayores grupos de extranjeros en Suiza,  formados por los vecinos italianos y alemanes, los portugueses tienen una cultura muy distinta de la suiza, sobre todo en lo que se refiere a gastronomía.

Un resultado distinto utilizando los mismos ingredientes
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“Aquí no es costumbre el tamaño pequeño de pan, como los molletes o los panecillos. El pan aquí es de 1 kilo, medio kilo o 250 gr. Nosotros tenemos la costumbre de ir todos los días a la panadería y comprar 3, 4 o 5 panecillos, e incluso vamos dos veces para comprar el pan recién hecho.  Aquí el pan se compra cada dos o tres días”.

Diferencias que él ha sabido adaptar a su panadería. De este modo, junto a los panecillos se encuentran panes más grandes, integrales y hasta especialidades de temporada típicas de Suiza, como el “Stollen”, un bollo de origen alemán relleno con pasas y frutas escarchadas.

Pero hay una diferencia entre la vida en Portugal y en Suiza que acaba obstaculizando un poco el éxito del empresario portugués.

“El problema es realmente la cultura, me parece más fácil y rápido crecer con este negocio en Portugal simplemente por el hecho de que el portugués, o cualquier otra persona que emigre a otro país, intenta siempre no gastar mucho. Vas a otro país para ahorrar y no para gastar. Por ejemplo, evitan venir cada día a desayunar o a tomar el café de la mañana, como máximo vienen una o dos veces a la semana o solo el fin de semana”.
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Foto: Nelo Lopes
Foto: Nelo Lopes
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Llegada a Suiza​​​​​​​

En ese caso, ¿por qué no haberse quedado en Portugal o haber intentado montar el negocio allí?

“Vine a Suiza en plan aventura, no por necesidad, como le pasa a mucha gente. No vine solo para ganar más, pues en ese aspecto estaba bien allí. Vine para ver y adquirir nuevos conocimientos, ya que Suiza es famosa por ser uno de los países del chocolate y yo soy un fanático del chocolate, que es la parte que más me interesa de la pastelería”.

Nelo cuenta haber entrado en el mundo de la confitería por pura casualidad. Al final de la escuela obligatoria, que en su época en Portugal era hasta los 15 años, el joven decidió dejar los estudios y entrar en el mercado de trabajo. “Una pastelería fue la primera oportunidad de trabajo que tuve y cuanto más descubría la profesión más sentía la necesidad de especializarme en ella”, explica el pastelero, que hoy cuenta 37 años.

“Empecé buscando profesionales que pudieran darme esa formación, ya que era ese el camino que quería seguir”, añade. De ese modo, el chico de Penafiel, en el distrito de Oporto, asistió durante algunos años al Centro de Formación Profesional para el Sector Alimentario de Oporto (CFPSA).

Pronto se convirtió en un experto en pasteles personalizados, pasteles 3D con muñequitos, y su pasión por el chocolate le despertó el interés por Suiza. “Es sabido que tienen una buena pastelería, muy parecida a la francesa, y que es reconocida en todo el mundo. Todos esos elementos me despertaron la curiosidad y las ganas de venir”, afirma.

La oportunidad de venir llegó a través de un amigo que le ofreció trabajar en una empresa especializada en productos portugueses.

Pan y queso

No le fue difícil al pastelero instalarse en Suiza, ya que en la empresa había personas que estaban aquí desde hacía mucho tiempo, dominaban la lengua y conocían el procedimiento para alquilar un apartamento y obtener los documentos necesarios.

Nelo ya había venido a Suiza de vacaciones y a visitar a un cuñado un año antes de llegar de manera definitiva. “Vine a ver la nieve, las montañas y una fábrica de chocolate. Esa era realmente la imagen que yo tenía de Suiza”, asegura.

Además del chocolate, ¿qué es lo que más llamó la atención del pastelero portugués? “La pastelería suiza no tiene mucha variedad, hacen pocas cosas, pero lo que hacen lo hacen bien. Tienen un área de la que están muy orgullosos y que nunca abandonan: el queso. En el apartado de “salados” tienen especialidades donde aplican el queso que son muy buenas, como el “ramequin” (una especie de quiche de queso). Es una cosa que yo no conocía y que cuando la probé me hice fan. Me parece algo excelente. En el capítulo de sobremesas trabajan mucho con la mousse. Hay una especialidad denominada “vacherin glacé” que es una combinación extraordinaria, mezcla muy interesante de helado y merengue”.

Le pregunto si la vida en Suiza es muy diferente de la de Portugal, esperando tal vez oír alguna crítica o algún comentario melancólico, pero me encuentro con la realidad de los emigrantes portugueses en este país. “En mi caso la vida aquí no es muy diferente porque ya en Portugal vivía muy dedicado al trabajo y en Suiza es lo mismo, tengo muy poco tiempo libre. Y cuando dispongo de algo de tiempo me dedico a estudiar e investigar para el trabajo. De vez en cuando paso algún rato con la familia o los amigos, pero en mi profesión es necesario trabajar siete días sobre siete, y lo mismo de día que de noche”.

A pesar de ser duro, el pastelero portugués no se arrepiente de haber tomado ese rumbo en la vida. La dedicación al trabajo bien hecho es la base para contener la “saudade” y aguantar los largos meses de frío. “Creo que tendría que haber intentado entrar directamente en el mercado suizo, en la pastelería suiza. Pero cuando llegué aquí hubo ciertas dificultades, una de ellas la lengua, y claro hubo que adaptarse y aprender a ganarse la vida. Así fue como entré en una empresa portuguesa donde todos hablaban portugués y después acabó surgiendo la oportunidad de montar mi propio negocio”.

La empresa de Nelo Lopes funciona desde hace un año y da empleo a siete personas. Además de los clientes de la panadería y de la confitería produce pan y pasteles para restaurantes y mercados portugueses de la región.
Foto: Nelo Lopes
Foto: Nelo Lopes
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Ingredientes:

Para la masa de hojaldre:
  • 2 tazas menos 2 cucharadas soperas de harina (272 g)
  • ¼ de 1 cucharada de café de sal
  • ¾ de 1 taza más 2 cucharadas soperas de agua fría (207 ml)
  • 1 taza de mantequilla (227 g)
Para la crema:
  • 3 cucharadas soperas de harina (27 g)
  • 1 y  ¼ tazas de leche (296 ml)
  • 1 y 1/3 tazas de azúcar (264 g)
  • 1 ramita de canela
  • 2/3 de una taza de agua (158 ml)
  • ½ cucharada de café de vainilla en polvo (3 ml)
  • 6 yemas de huevo, batidas
  • Azúcar glas y canela molida para espolvorear
Preparación:

Para hacer la masa:
  1. En una batidora de pie (con varillas o gancho espiral) mezclar la harina, la sal y el agua hasta formar una masa blanda (aproximadamente unos 30 segundos)
  2. Enharinar una superficie de trabajo y amasar la masa y formar un cuadrado. Espolvorear harina por encima, cubrir con una envoltura de plástico y dejar reposar a temperatura ambiente durante 15 minutos
  3. Estirar la masa hasta formar un cuadrado de 45 cm por lado
  4. Recortar los bordes irregulares, luego esparcir 1/3 de la mantequilla sobre 2/3 de la masa, dejando un borde de 2 cm sobre los límites del cuadrado
  5. Doblar el 1/3 sin mantequilla sobre el resto de la masa. Luego volver a doblar un tercio de la masa, aplastar ligeramente y apretar los bordes para sellar
  6. Enharinar de nuevo la superficie de trabajo, volver a hacer un cuadrado de 45 cm con la masa y repetir los pasos 4 y 5
  7. Extender la masa hasta formar un rectángulo de 45 x 53 cm. Extender el resto de la mantequilla por toda la superficie
  8. Levantar el borde la masa y enrollar hasta formar un rulo apretado, recortar los bordes y luego partir por la mitad. Envolver cada pieza en papel de plástico y dejar enfriar durante dos horas o toda la noche
Para hacer la crema:
  1. Batir la harina y ¼ de leche hasta que quede una pasta blanda
  2. Poner en un cazo el agua, el azúcar y la vainilla y llevar a ebullición
  3. En otro cazo poner a hervir el resto de la leche y añadir la mezcla del paso 1
  4. Retirar la ramita de canela y luego batir el almíbar con la mezcla de leche y harina. Agregar la vainilla en polvo y las yemas batidas. Mezclar
  5. Pasar la mezcla a un bol y cubrirlo con una envoltura de papel de plástico
Para montar y hornear las tartaletas:
  1. Colocar una rejilla en el tercio superior del horno y calentar a 290º (Celsius)
  2. Sacar uno de los rulos del frigorífico y desenrollarlo sobre una superficie ligeramente enharinada. Cortar en trozos de 2 cm
  3. Colocar los trozos de pasta en el fondo de moldes para madalenas engrasados
  4. Humedecer los pulgares en una taza de agua, aplastar la masa en el fondo del molde y alisar los lados hasta crear un reborde algo elevado
  5. Llenar ¾ de cada molde con la crema
  6. Meter en el horno hasta que los bordes de la tartaleta se doren (unos 8 – 9 minutos)
  7. Dejar que las tartaletas se enfríen y espolvorear con azúcar glas y canela
  8. Repetir los pasos 1 a 7 para el otro rulo

Salen unas 40 tartaletas.

Esta es una versión resumida de una receta de Leite’s Culinaria





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03 Taipei to Olten

Por Jie Guo Zehnder
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En otoño de 1998, Liyah Huiling trabajaba en una oficina en Taipéi y no solía cocinar. (Foto: Liyah Huiling)
En otoño de 1998, Liyah Huiling trabajaba en una oficina en Taipéi y no solía cocinar. (Foto: Liyah Huiling)
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Liyah Huiling Jenni era una trotamundos antes de establecerse con su familia en una pequeña localidad suiza. Hoy día, su nombre se ha hecho familiar en la ciudad, cocinando y distribuyendo comida asiática y de su nativa Taiwán. Nunca habría ocurrido si no hubiera sido por Suiza.

Desde el balcón de su apartamento se ve el patio de recreo de la guardería donde solían jugar sus hijos. Pero ahora, que su hijo y su hija estudian en la escuela secundaria, Liyah usa el balcón para otros fines. Hay plantas, como en otros apartamentos suizos y algo curioso: un enorme y redondo tarro de loza. Cuando llega el otoño su contenido es siempre una sorpresa. Algunas veces hay kimchi coreano [preparación fermentada cuya receta más extendida utiliza col china], otras puede estar lleno de huevos pasados por té, un plato típico taiwanés.

Liyah nació en una de las zonas menos pobladas de la isla de Taiwán, donde las relaciones humanas son fundamentales para la vida cotidiana. Entre los recuerdos de su infancia figuran la escuela de su padre, la tienda de comestibles de su madre, las labores agrícolas como la cosecha de arroz o dar de comer al cerdo, y la genuina amistad entre los vecinos que compartían la comida conjuntamente.

Liyah dejó su pueblo natal a los 13 años para asistir a la escuela secundaria y después a la universidad en otras ciudades y, finalmente, en Taipéi. A medida que se iba alejando cada vez más de su pueblo –EE. UU., Malasia o Bahréin, donde estuvo viviendo con su esposo suizo– iba perdiendo la oportunidad de mejorar sus habilidades culinarias, pues siempre había algún lugar donde comer buena comida asiática.

Si no hubiera sido por Suiza los talentos gastronómicos de Liyah hubieran quedado sin descubrir.

“Suiza me enseñó a cocinar”

En 2006 la familia de Liyah regresó a Olten, la ciudad natal de su marido, situada en la Suiza de habla alemana, entre Berna y Zúrich.

“De repente descubrí que no había suficientes lugares para comer. El sabor de la comida en los restaurantes asiáticos no me gustaba mucho y, además, los precios eran bastante altos”.
En otoño de 1998, Liyah Huiling trabajaba en una oficina en Taipéi y no solía cocinar. (Foto: Liyah Huiling)
En otoño de 1998, Liyah Huiling trabajaba en una oficina en Taipéi y no solía cocinar. (Foto: Liyah Huiling)
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El aparato digestivo de Liyah sufrió un poco durante los primeros días en Suiza, pero enseguida mejoró con los aromas que procedían de la cocina de sus vecinos. “La razón por la que decidí vivir en mi apartamento es por el agradable olor a comida”, asegura. “Cuando llegué aquí por primera vez me topé con el aroma de la cocina india en el pasillo y me pareció entrañable”.

En el edificio viven seis familias: indios, rumanos, italianos y algún suizo, como una anciana que vive arriba.

“A veces le regalo algunos de mis dulces caseros y se pone siempre muy contenta. Pero nunca me ha invitado a tomar una taza de té”, afirma Liyah. “Quizá porque es la manera de ser de los suizos, amables pero manteniendo cierta distancia. Solo me falta acostumbrarme e intentar entenderlo”.

Pero con sus vecinas indias, todas ellas madres, la relación es distinta. A menudo vienen a su casa con sus hijos.

“Gracias a ellas nunca me sentí sola al llegar aquí”.

Liyah empezó a aprender a cocinar para “sobrevivir en Suiza”. Ahora el pasillo que solía oler a curry tiene también aromas de la comida china.

Amala, al otro lado del pasillo, se ha enamorado de la cocina de su vecina taiwanesa. Su plato favorito es el “ramen”.

Chef de comida japonesa en Olten

No solo son los vecinos y amigos de Liyah los que disfrutan de su comida. Hace cinco años consiguió un empleo a tiempo parcial en un restaurante de comida para llevar, cercano al cine local, donde cocinaba varias decenas de raciones de Chow-Mein (fideos salteados) y arroz frito todos los días al mediodía. Después, se dio cuenta de que podía cocinar para más personas.

Preparó un nuevo plato: sushi. Después de ver vídeos en youtube para hacerlos para sus hijos, comenzó a prepararlos para el restaurante donde trabajaba, ya que querían ampliar su menú. “No tiene ningún misterio”, asegura. “Solo tienes que cocer bien el arroz para sushi y el pescado tiene que ser fresco”.

En Suiza todavía se considera exótico el sushi. Liyah lo hace aún más singular cortando algas en forma de ojos, narices y bocas y pegándolos a los trozos de salmón. Una bola de sushi se convierte así en una calabaza de Halloween o en un muñeco de nieve al juntar dos bolas de arroz y ponerles cara y bufanda.

El sushi de Liyah amplió enseguida el mercado desde su restaurante de comida rápida hasta las tiendas de marisco del casco antiguo. A los dueños de la panadería y de la cafetería del callejón de al lado les encanta y Liyah también los reparte con frecuencia en otras tiendas y restaurantes.

Sueña con vender especialidades de su Taiwán natal a los suizos, pero cree que necesita un socio con las mismas ideas e intereses para que sea un éxito.

“Puede que encuentre uno algún día”, dice confiada.
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Negocios, fama y amistad

Las habilidades culinarias son una parte esencial de las relaciones sociales en la cultura asiática, una idea que Liyah trajo a Suiza. Aunque todavía no ha comenzado su propio negocio, el servicio de distribución de comida que durante años ha estado ofreciendo la ha hecho conocida en la ciudad –incluso famosa, según uno de sus clientes.

“Una vez invité a amigos a mi casa y uno de ellos reconoció de inmediato el sushi”, asegura Liyah.

“Pedí ramen para la fiesta de este año. Al precio de tres francos no se puede encontrar en ningún otro lugar en Suiza. Liyah siempre dice algo como ‘Me alegro de poder ayudar’, lo que te lleva a creer que ella no hace negocio”.

En respuesta, Liyah sonríe y dice que solo cocina para divertirse.

“Somos amigos y si les gusta mi comida, ¡entonces cocino!”. Normalmente solo cobro los ingredientes y un poco del trabajo.

En busca de identidad


El año pasado Liyah llevó su experiencia en sushi al aula como profesora de cocina en la Escuela Migros Club.  Además de la formación, cada sesión incluye una hora para la degustación y la charla, lo que le ha facilitado comprender mejor a sus alumnos y la cultura local.

“Lo disfruto de verdad. Siento que la relación con mis alumnos es cada vez más profunda y ahora sé qué piensan los suizos y qué les interesa”, afirma Liyah. “Incluso puedo entender el suizo alemán si me concentro”.

Liyah adquirió la ciudadanía suiza hace mucho tiempo, tras haber vivido una década aquí con su esposo suizo.

“Pero una vez mi hija me dijo: ‘¡Tú no eres suiza, tú eres china!’ Creo que tiene razón. Nunca podré ser suiza del todo. Soy una mujer chino-taiwanesa”.

Su forma de entender la familia y la amistad es más china, pero sus hábitos, como la puntualidad o la cortesía al teléfono, son más suizos.

Reflexiona un poco más y dice para terminar: “Mi hogar, mis raíces y mi familia están aquí, en Suiza”.

“Es más creo que soy una mujer chino-suiza”.


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Por Carlo Pisani

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Ingredientes:
  • 4 muslos de pollo deshuesados
  • 1 taza de salsa de soja (237 ml)
  • 1 taza de vino de arroz (237 ml)
  • 1 taza de aceite de sésamo (237 ml)
  • Albahaca (preferiblemente tailandesa)
  • Setas
  • Cebolleta
  • Dientes de ajo
  • Jengibre
  • Chile
  • 1 cucharada de café de azúcar moreno
  • ½ cucharada de café de sal
Preparación:
  1. Calentar el aceite de sésamo en un wok
  2. Freír el pollo en el aceite hasta que la carne se ponga dorada
  3. Durante ese tiempo cortar el jengibre, el ajo y el chile en finas láminas
  4. Sacar el pollo a una tabla y añadir el jengibre al wok
  5. Freír las láminas de jengibre hasta que estén crujientes
  6. Durante ese tiempo, cortar cada muslo en seis trozos
  7. Añadir al wok el pollo, las setas, la salsa de soja, el vino de arroz, el ajo, el azúcar y la sal
  8. Agregar una taza de agua y cocer todo durante 10 – 15 minutos hasta que la salsa se haya espesado
  9.  Añadir la albahaca, la cebolleta y el chile y cocer durante 20 segundos
  10. Retirar del fuego y servir acompañado de arroz




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04 Calgary to the Emmental

 Por Veronica DeVore
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Foto: Andie Pilot
Foto: Andie Pilot
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Cuando, siendo joven, Andie Pilot se trasladó a vivir a Suiza, descubrir la cocina del país y escribir un libro de cocina le ayudó a sentirse como en casa en un lugar que a la vez le era extraño y familiar.

Pilot, ciudadana con doble nacionalidad y ahora con 34 años de edad, era una niña que vivía cerca de Calgary cuando probó por primera vez un sándwich de queso fundido en casa de unos amigos. Se trataba, a la manera norteamericana, de una loncha de queso cheddar entre dos rebanadas de pan de molde “Wonder”. Nada más regresar a casa le pidió a su madre que le preparara uno.

“Mi madre sacó su pan de centeno, lo mojó en vino blanco y le puso queso gruyer”, recuerda Pilot.

En lugar de torcer la nariz ante esa versión del sándwich de inspiración suiza, Pilot asegura que descubrió “todo un mundo de manjares”.

A medida que fue creciendo, descubrir nuevas recetas europeas le ayudó a formarse como pastelera, tras lo cual decidió aprovechar su ciudadanía suiza para trasladarse a este país e intentar encontrar trabajo en una panadería.

En la tierra de sus antepasados empezó a descubrir toda clase de recetas interesantes. Descubrió también que necesitaba un espacio para hacer seguimiento de todas ellas y compartirlas con los amigos de Canadá, que le preguntaban cómo hacer una fondue o cómo preparar las galletas de Navidad. Entonces nació su blog, Helvetic Kitchen.

Hoy día, ese blog contiene decenas de recetas ilustradas con atractivas fotos, desde el muy tradicional “Birchermüesli” suizo hasta recetas propias de Pilot con ingredientes suizos, como la mousse de Toblerone o los sándwiches de helado Ovomaltine.
Foto: Andie Pilot
Foto: Andie Pilot
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Una extranjera no extranjera

Pilot pasó varios veranos de su infancia visitando a la familia de su madre en la zona oriental de Suiza, por lo que conocía bien distintos aspectos de la vida suiza, como moverse en tren o qué comprar en las tiendas. Pero no aprendió ninguna de las lenguas nacionales y asegura que muchas veces “se sintió como una turista” durante esas visitas veraniegas. Ya como residente permanente en Suiza, su experiencia fue todo un reto durante los primeros meses.

“Hubo momentos, relacionados sobre todo con tener un trabajo y sentirse segura, que fueron realmente duros para mí”, recuerda.

Trabajar como pastelera resultó demasiado difícil, porque al principio las pastelerías suizas solo estaban dispuestas a ofrecerle un aprendizaje, lo que no era suficiente para ganarse la vida. Así que Pilot empezó a enseñar inglés y a compartir su pasión por el arte culinario con sus alumnos, convirtiendo la gastronomía en un tema de conversación en las clases.

“La comida es un gran tema sobre el que hablar porque las personas suelen tener opiniones muy claras al respecto y todo el mundo quiere compartir las recetas familiares”, asegura. Mirando atrás cree que disponer de ese punto común de conversación le ayudó a sentirse como en casa en este país, incluso cuando se puso a aprender alemán y reunió la confianza suficiente para hablarlo.

“Habría sido un buen consejo que alguien me hubiera dicho entonces que no me preocupara por cometer errores o por ser tímida”, reconoce.

Cata de Suiza

Al principio Pilot se trasladó a Suiza con la intención de quedarse solo un año. Hoy se encuentra ya establecida a largo plazo, con su marido suizo y una hija de un año, viviendo enfrente de un prado con vacas, en las suaves colinas de la región de Emmental.  Su madre, que salió de Suiza hacia Canadá en los años 60, se ha mudado también a un lugar cercano a ella y se encuentra en proceso de reintegración en su tierra natal.

A medida que iba creciendo su catálogo de recetas, la bloguera decidió pasarlas del espacio virtual al físico en forma de un libro de cocina. Visitó a algunos editores y eligió sus recetas favoritas del blog para llevarlas al libro, añadiendo breves historias sobre cada una y pequeñas ilustraciones hechas por ella misma. La versión del libro de cocina del Helvetic Kitchen salió en diciembre de 2017.

Pilot continúa aprendiendo cosas sobre su nuevo país a través de la comida, haciendo viajes de inspiración culinaria a diferentes regiones de Suiza para degustar distintas versiones de una receta antes de perfeccionarla en su blog. En su próximo proyecto figura una serie de recetas de bebidas. Pilot también se inspira en los viejos libros de cocina regionales y otras publicaciones más contemporáneas, como la de Betty Bossi (la Betty Croker suiza).


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“A veces mi familia se enfada por tener que comer el mismo plato o el mismo postre una y otra vez”, asegura, explicando las muchas veces que repite un plato antes de decidir qué receta publicará en el blog.

Historia gastronómica

Tan importante como perfeccionar una receta es contar la historia que hay detrás. Algunas son contemporáneas, como cuando Pilot se apoderó de una receta de la madre de una leyenda del esquí suizo, una especialidad similar al pastel de carne del cantón del Valais. Otros proceden del pasado, como la historia del queso “Schabziger” del cantón de Glaris, que se remonta a un monasterio del siglo IX.

Cuando se le pregunta, Pilot tarda un poco en decidirse por un plato típico de Canadá -¿poutine (plato original de Quebec), jarabe de arce?-. La gastronomía del país donde creció procede, como dice ella, de “una gran mezcla de personas que emigraron a Canadá y abrieron restaurantes”.

Por otro lado, Suiza tiene innumerables tradiciones culinarias profundamente arraigadas que van de la mano de las muchas culturas que se encuentran dentro de sus fronteras.

“Existe una gran concentración de lugares con lenguas y costumbres diferentes en un espacio tan reducido”, dice Pilot sobre su hogar de elección. “La idea de que todos esos lugares logren convivir en armonía en un área tan pequeña es realmente maravillosa”.

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Por Carlo Pisani

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Ingredientes (para 4 personas):
  • 400 g (4 tazas) de macarrones
  • 1 buena porción de mantequilla
  • 1 cucharada de harina
  • 500 ml (2 tazas) de leche
  • 100 g de queso Schabziger, rallado
  • 250g (2 tazas) de gruyer o cualquier otro queso duro, rallado
  • Nuez moscada, sal y pimienta
  • 3 cucharadas de pan rallado
  • Mantequilla para cubrir
Preparación:
  1. Precalentar el horno a 200º Celsius.
  2. Untar con mantequilla una fuente para horno grande de 2,5 l (10 tazas aproximadamente).
  3. Poner a hervir una olla grande de agua con sal y una vez que empiece a hervir agregar la pasta.
  4. Cuando la pasta esté cocida ponerla en un colador.
  5. Poner otra vez la olla vacía al fuego a temperatura media. Agregar la mantequilla y en cuanto empiece a burbujear añadir la harina, la leche y luego los quesos. Remover hasta conseguir una pasta cremosa y uniforme. Agregar la nuez moscada, la sal y la pimienta al gusto.
  6. Añadir la pasta y removerlo bien todo.
  7. Verter la pasta en la fuente de horno untada de mantequilla. Espolvorear con pan rallado y salpicar con botones de mantequilla. Hornear durante 10-15 minutos o hasta que el pan rallado esté crujiente y ligeramente dorado.
  8. Servir con puré de manzana y cebolla frita.



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05 Damascus to Geneva

Por Dominique Soguel
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Nadeem y sus hermanos llegaron a Suiza en agosto de 2015 y se reunieron con su hermana, que ya vivía en Ginebra. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
Nadeem y sus hermanos llegaron a Suiza en agosto de 2015 y se reunieron con su hermana, que ya vivía en Ginebra. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
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El chef sirio Nadeem Khadem al-Jamie tuvo que dar miles y miles de pasos para llegar a Ginebra, dejando atrás una patria asolada por la violencia y la guerra. El viaje de adaptación a su nuevo hogar solo acaba de empezar y, una vez más, el camino parece muy largo.

Nadeem espera que su experiencia culinaria le ayude a acelerar el proceso y le facilite un futuro mejor a su familia.

Llegada a Suiza

Nadeem llegó a Ginebra el 8 de agosto de 2015.

Ese día, una alegre multitud celebraba un festival veraniego en las calles a orillas del lago, lo que podía interpretarse como un indicio positivo del comienzo de un nuevo capítulo de su vida. El viaje había sido duro, incluso existió la posibilidad de haberse ahogado cuando el bote atestado de compañeros en el que navegaba volcó entre la ciudad turca de Esmirna y la isla griega de Quíos.

Junto con sus dos hermanos, Nadeem fue cruzando a pie las fronteras de Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, Austria, Alemania y Suiza. Luego, usaban el transporte público para moverse en el interior de los países por los que iban pasando.

Los tres hermanos formaban parte de una oleada de refugiados y migrantes sin precedentes que llegaron a Europa en aquel verano, la mayor parte de ellos huyendo de la guerra.
Nadeem y sus hermanos llegaron a Suiza en agosto de 2015 y se reunieron con su hermana, que ya vivía en Ginebra. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
Nadeem y sus hermanos llegaron a Suiza en agosto de 2015 y se reunieron con su hermana, que ya vivía en Ginebra. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
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Macedonia es uno de los países que este chef sirio cruzó a pie en su largo camino para llegar a Suiza. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
Macedonia es uno de los países que este chef sirio cruzó a pie en su largo camino para llegar a Suiza. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
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La alegría de llegar a Suiza, donde su hermana y su cuñado habían encontrado asilo tres años antes, se vio rápidamente enturbiada ante la inquietud que sentían por lo que dejaban atrás. Su esposa Faizeh había dado a luz a su segunda hija, Yasmeen, solo diez días antes de partir. Su primera hija, Hind, apenas tenía un año en ese momento.

La reunificación familiar fue su principal prioridad, un objetivo que logró el 17 de febrero de 2017, después de completar con éxito su proceso de asilo, que fue bastante rápido para los estándares suizos. Nadeem conoce a otros solicitantes de asilo que llegaron antes que él y que están todavía a la espera de una decisión. Aquellos 19 meses sin ver a Faizeh y las niñas se le hicieron eternos.​​​​​​​​​​​​​​

Recuerdos y maestros

La familia de Nadeem vive ahora en el Foyer du Grand Saconnex, un centro para refugiados próximo al aeropuerto de Ginebra.

El agrupamiento familiar y el comienzo de una nueva vida en Suiza pusieron punto final a una serie de hechos traumáticos que en gran medida escapaban a su control. Pero esos mismos acontecimientos llevaron a Nadeem hasta la cocina de un restaurante y le pusieron en camino de convertirse en un chef.

Los disturbios que estallaron en Siria en 2011 y que después se convirtieron en conflicto armado interrumpieron sus estudios universitarios de ciencias empresariales y economía.

Hijo de un sastre jubilado y de un ama de casa, Nadeem obtenía un modesto ingreso haciendo encurtidos y conservas en un mercado callejero de Bab Srijie, una de las siete puertas abiertas en las murallas de la antigua Damasco.
Macedonia es uno de los países que este chef sirio cruzó a pie en su largo camino para llegar a Suiza. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
Macedonia es uno de los países que este chef sirio cruzó a pie en su largo camino para llegar a Suiza. (Foto: Nadeem Khadem al-Jamie)
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Por Carlo Pisani

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La alegría de llegar a Suiza, donde su hermana y su cuñado habían encontrado asilo tres años antes, se vio rápidamente enturbiada ante la inquietud que sentían por lo que dejaban atrás. Su esposa Faizeh había dado a luz a su segunda hija, Yasmeen, solo diez días antes de partir. Su primera hija, Hind, apenas tenía un año en ese momento.

La reunificación familiar fue su principal prioridad, un objetivo que logró el 17 de febrero de 2017, después de completar con éxito su proceso de asilo, que fue bastante rápido para los estándares suizos. Nadeem conoce a otros solicitantes de asilo que llegaron antes que él y que están todavía a la espera de una decisión. Aquellos 19 meses sin ver a Faizeh y las niñas se le hicieron eternos.​​​​​​​​​​​​​​

Recuerdos y maestros

La familia de Nadeem vive ahora en el Foyer du Grand Saconnex, un centro para refugiados próximo al aeropuerto de Ginebra.

El agrupamiento familiar y el comienzo de una nueva vida en Suiza pusieron punto final a una serie de hechos traumáticos que en gran medida escapaban a su control. Pero esos mismos acontecimientos llevaron a Nadeem hasta la cocina de un restaurante y le pusieron en camino de convertirse en un chef.

Los disturbios que estallaron en Siria en 2011 y que después se convirtieron en conflicto armado interrumpieron sus estudios universitarios de ciencias empresariales y economía.

Hijo de un sastre jubilado y de un ama de casa, Nadeem obtenía un modesto ingreso haciendo encurtidos y conservas en un mercado callejero de Bab Srijie, una de las siete puertas abiertas en las murallas de la antigua Damasco.
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Tomar parte en las manifestaciones callejeras pidiendo reformas al presidente Bashar al-Assad le pusieron, como a muchos de sus amigos y parientes, en la lista negra de las fuerzas de seguridad de uno de los regímenes más temidos de la región.

Los llamamientos a hacer reformas dieron paso a las demandas para el derrocamiento del régimen de Assad. Era el escenario ideal para una brutal represión militar que aplastó uno tras otro los centros de protesta del país. Nadeem también era buscado por las fuerzas de seguridad por haber eludido el servicio militar.

“Estos dos motivos fueron la causa de que huyera de Siria hasta Ginebra”, afirma.

Inicialmente los registros se centraron en el hogar de su familia y poco después en su lugar de trabajo. La débil luz de neón del puesto de encurtidos, repleto de pepinillos, coliflores, zanahorias y pimientos, ya no era suficiente para ocultarle. El trayecto al trabajo se hizo demasiado peligroso, incluso si decidía utilizar las callejuelas y vías secundarias para evitar los puestos de control del régimen.

A pesar de ser una persona buscada, Nadeem entró a trabajar en la cocina del restaurante Abu Jedi, en Damasco. Empezó como pinche de cocina y poco a poco ascendió hasta la categoría de chef. En la cocina, bajo la guía de su suegro, aprendió a preparar una amplia variedad de platos y postres damasquinos.

Un día las fuerzas de seguridad sirias detuvieron a su maestro de cocina y lo retuvieron durante casi un mes por su participación en las protestas de Damasco. La experiencia fue tan dolorosa que el viejo cocinero murió solo una semana después de haber sido liberado. Esa fue una de las muchas pérdidas que el chef y su mujer vivieron durante el conflicto de Siria.

“Aprendí tantas cosas de él que no podría hacer una lista con todas”, afirma Nadeem recordando a su maestro de cocina.

“Cocinar –añade– me trae un montón de recuerdos, pero al mismo tiempo me ayuda a mantenerlos a raya”. Obliga a su mente a concentrarse en la tarea que tiene entre manos. Los sirios dicen que cocinar es “nefs”, un concepto similar al alma. Con sus rizos castaños ocultos bajo un gorro de lana, Nadeem pone toda su energía en cada una de las faenas de la cocina, ya sea picar, mezclar, condimentar o lavar.

Dar de comer a suizos

Su habilidad en la cocina, además de haberle dado la oportunidad de tener un trabajo estable en Suiza, le ha proporcionado cierta notoriedad. Fue uno de los cinco chefs destacados en el 2017 Geneva Refugee Food Festival (Festival de Comidas de Refugiados) celebrado en Ginebra en 201Se trata de una iniciativa ciudadana, creada por Food Sweet Food  y respaldada por ACNUR Suiza que se ha celebrado ya en otras ciudades europeas y cuyo objetivo es cambiar la actitud de la sociedad hacia los refugiados, destacando sus habilidades y favoreciendo su integración laboral.

El chef sirio salió del festival con grandes esperanzas y una chaquetilla blanca de chef, que además llevaba su nombre elegantemente bordado sobre el bolsillo del pecho. Fue un regalo del chef del lujoso Hotel d’Angleterre, que le abrió su cocina para que la utilizara durante el festival.

Nadeem guarda como un tesoro el recuerdo de esa oportunidad especial en la que pudo cocinar para más de cien personas. Eso le dio una nueva visión sobre los suizos, a quienes –y se sorprendió al descubrirlo– parecía gustarles comer las hortalizas y verduras sin más alharacas, es decir, hervidas y condimentadas solo con un poco de sal y pimienta.

“La cocina es una puerta para encontrar trabajo, estabilidad e integrarse en la sociedad”, insiste Nadeem mientras prepara un banquete y llena el apartamento con aromas que evocan los restaurantes con patio del centro antiguo de Damasco.
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Un lugar para cocinar

Nadeem prepara la comida en casa de Samia Hamdan, una libanesa que llegó a Suiza en 1980. Ahora es ciudadana suiza y dirige una asociación que se dedica a ayudar a los refugiados a integrarse en la sociedad suiza a través de actividades culinarias y culturales (Association Rencontres et Cultures du Monde Arabe RCMA). Hamdan está encantada de haber proporcionado un lugar adecuado para esos intercambios gastronómicos que acaban siempre en una comida compartida.

Hubiera sido imposible para el chef sirio celebrar ese mismo banquete en el lugar en el que vivía cuando llegó a Suiza. Su familia, compuesta por cuatro miembros, disponía de dos habitaciones, pero el resto del alojamiento, incluyendo cocina y baño, es compartido con más de 200 refugiados y solicitantes de asilo.

Hablando de comida suiza, el chef sirio hasta ahora solo ha probado algunos platos locales, como la fondue y el plato tradicional a base de queso y patata conocido como raclette. Nadeem admite que no es precisamente un fanático del queso.

“En Siria como mucho tenemos diez tipos de queso”, reconoce con humor. “Cuando entro aquí en un centro comercial veo quesos que no he visto en mi vida”

Búsqueda de una relación culinaria

Aunque ha estado buscando, Nadeem no ha encontrado todavía un elemento común entre las cocinas siria y suiza. Al contrario, las diferencias parecen enormes. Los suizos prefieren comida rápida y preparada, platos no abundantes y pueden comer solos. Los sirios por el contrario tienden a hacer un festín de cada comida y reparten las sobras entre sus amigos y vecinos.

Mientras los suizos prefieren el yogurt fresco y frío, los sirios lo sirven caliente, empleando grandes cantidades y mezclándolo con carne en muchos de sus platos característicos.

Y algunos ingredientes y especias destacadas de la cocina siria son difíciles o imposible de encontrar aquí. Nadeem busca sustitutos entre los estantes de un vendedor paquistaní que tiene una tienda cerca de la estación de tren de Cornavin, Ginebra, o al otro lado de la frontera, en Francia, donde ha localizado una tienda marroquí con productos árabes.

“Si un día abriera un restaurante me gustaría llamarlo Damasco”, dice Nadeem. “Me gustaría sentirme como si estuviera en mi ciudad”.

Pero el menú –espera– reflejaría una hermosa combinación de ingredientes procedentes de la cocina levantina y la occidental. Es muy pronto para saber exactamente qué aspecto podría tener, admite y añade que todavía no ha visto cómo cocinan los suizos en sus propias casas.

Durante su estancia en el país Nadeem ha disfrutado de un número creciente de oportunidades para dar a los ginebrinos y residentes de otros lugares una muestra de Siria. Pero lo que quiere realmente ahora es sumergirse y descodificar los gustos de Suiza, crear nuevos platos “que gusten a ambos lados… ser un punto de unión entre Occidente y Oriente Próximo”.
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Ingredientes:
  • 500 g de carne picada
  • 1 kg de berenjenas (pequeñas)
  • 1 cebolla grande, frita (para la salsa)
  • 1 taza de pasta de sésamo (tahini)
  • 3 cucharadas soperas de pasta de tomate
  • 1 cucharada de café de ajo picado (para la salsa)
  • 1 cucharada de café de sal
  • 1 cucharada de café de pimienta negra
  • ½ cucharada de café de salsa picante (para la salsa)
  • 2 ½ tazas de yogurt
  • ¼ de taza de jugo de limón
  • Pan de pita para freír
  • Perejil para la decoración
  • Granada para acompañar
  • Piñones y almendras para la decoración

Preparación:

Para preparar el relleno:
Cocinar la carne picada con la cebolla, los piñones tostados, añadir sal y pimienta al gusto

Para preparar las berenjenas:
Extraer la carne de la berenjena y luego rellenar con la carne picada ya preparada

Para preparar la salsa de tomate:
Poner la pasta de tomate y granada en agua caliente, añadir sal y pimienta y hervir.
Sumergir las berenjenas rellenas en la salsa y dejar hervir durante 5 minutos. Retirar las berenjenas.

Preparar la salsa blanca:
Combinar y mezclar el yogurt, el jugo de limón, ajo, sal y la pasta de sésamo.

Preparar el pan:
En una sartén freír el pan de pita con mantequilla; luego colocarlo en un bol.

Presentación:
Poner una capa base de pan, untarla con salsa de tomate, colocar encima las berenjenas y añadir la salsa blanca.





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