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Los dadaístas de Zúrich

Jean Arp: Sin título (1917/19), bordado sobre cartón. www.geocities.com

Nihilistas y escépticos, los dadaístas solían reunirse en el 'Cabaret Voltaire' de la calle Spiegelgasse en el corazón de la ciudad vieja de Zúrich.

Estamos en 1916. A esta ciudad llegan fugitivos, pacifistas o desertores de la Primera Gran Guerra y aquí, tras la protección y el aislamiento de una Suiza neutral y no comprometida, va a surgir un puñado de artistas e intelectuales que lanzará uno de los gritos más desgarradores que jamás se haya escuchado: el dadaísmo.

Movimiento intelectual de escencia subversiva, el dadaísmo nació como un verdadero gesto de desesperación y de rechazo, como una mueca burlona que declaraba sin más la ‘muerte del arte’.

Cabaret Voltaire

En el ‘Cabaret Voltaire’ Hugo Ball, el profeta del grupo, gritaba su hastío y proclamaba la irracionalidad, Richard Huelsenbeck soñaba hacer literatura con un revólver en el bolsillo, Tristán Tzara y Jean Arp recitaban poesía y hacían collages, mientras que Marcel Janco se entretenía jugando al ajedrez o bailando con Emmi Henning.

El ‘Cabaret Voltaire’ se transformó en el sitio de veladas de histeria espontánea e irracional, cuyos miembros deseaban eliminar de algún modo los valores morales y estéticos de una sociedad burguesa vieja y cansada.

En cambio, pretendían rescatar la espontaneidad en la creación artística hasta entonces perdida y olvidada.

En esa negación absoluta a todo y en esa inconformidad, los dadaístas rechazaban dejar cualquier tipo de huella de la existencia de este movimiento: no manifiestos, no dirigentes de grupo, no ideas fijas que aprisionan, no propaganda. Su denuncia era total y su consigna se resumía a: ¡Nada!

Dada no es nada

En sus denuncias descabelladas e irónicas contra la sociedad de su tiempo también arremetían contra sí mismos. En sus proclamas era usual escuchar expresiones como estas:

Dada no es nada
Dada es una cochinada
Dada es el arte sin pantuflas
Dada no habla a nadie
Dada no atrapa moscas

Sin embargo, aparecen en aquellos años revistas con poemas que parecían sentencias o juegos para niños y collages hechos al azar con papeles recogidos de la calle, como los que hacían Jean Arp y Sophie Taeuber.

Del mismo modo, las pinturas dadaístas olvidaban la idea de perfección para aceptar lo accidental y llegar a crear una obra más “auténtica”.

En un verdadero gesto de desolación el poeta rumano dadaísta Tristán Tzara desmiente a Jesús y la Santa Biblia, llegando, incluso, en un momento de desesperación, a sostener que el suicidio podría ser otra salida como cualquiera.

Así nació Dada. El término fue encontrado al azar en el diccionario por uno de sus fundadores, según cuentan ciertos testimonios contradictorios.

Una nueva forma de vida

Pero lo cierto es que el dadaísmo de Zúrich representó una desconfianza extrema hacia lo demás, un temor y un odio a una sociedad que había fracasado y ofrecía al hombre una guerra absurda.

No obstante, en ese desprecio a la sobada realidad burguesa, el dadaísmo levantó más adelante un aire fresco y saludable por París, Colonia, Berlín, Hannover y Nueva York. Propusieron con coraje y desafío no un nuevo ‘arte’, sino una nueva forma de vida, una filosofía que redimiera la existencia del hombre.

Ya no quedan hoy aquellas veladas creativas de bailes y máscaras en donde se proclamó para el dadaísmo la eternidad y se quiso cambiar la geografía del mundo.
Ya no existen más los poemas inquietantes, ni la música creada con ruidos, ni las actitudes extremas o los gestos desafiantes.

Todo volvió a la calma aparente y, en Zúrich, donde prendió la bomba, sólo vemos allí en la Spiegelgasse de la ciudad una discreta, casi insignificante placa que dice: Aquí estuvieron los dadaítas.

Araceli Rico, Zúrich

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