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Los musulmanes, las víctimas colaterales de los atentados de Bruselas

Unos musulmanes rezan en la gran Mezquita de Bruselas el 25 de marzo de 2016, pocos días después de los atentados yihadistas en la capital belga afp_tickers

Ahmed cambió de instituto en septiembre para perseguir su sueño, convertirse en futbolista, pero nunca olvidará su primer día, cuando un profesor le espetó ante toda la clase: “Si piensas hacer explotar una bomba, avísame, que tengo una hija y me necesita”.

El caso de este belga nacido hace 16 años en el norte de Marruecos no es el único.

Los atentados del 22 de marzo de 2016 en Bruselas, reivindicados por el grupo yihadista Estado Islámico (EI), provocaron 32 muertos y cientos de heridos, pero también un aumento de la islamofobia.

“En mi interior, esto me hizo daño, pero para no mostrarlo, me reí como todo el mundo”, recuerda este joven bruselense, quien desde entonces tuvo que escuchar comentarios similares durante los apenas tres meses que permaneció en este centro del sur de Bélgica. “Todo esto por mis orígenes”, afirma.

Los atentados trajeron consigo un ambiente más difícil para las personas musulmanas o percibidas como musulmanas, constató un mes después de los ataques el organismo belga de lucha contra la discriminación UNIA.

“No podemos negar la realidad: Los atentados han dejado huella”, dijo entonces su director, Patrick Charlier.

Para UNIA, que retrasó a abril su informe anual sobre discriminación racial o religiosa, lo más preocupante durante los días posteriores a los atentados fue “el grado de violencia” de los actos islamófobos, un análisis compartido por el Colectivo contra la Islamofobia en Bélgica (CCIB).

“Los actos islamófobos aumentaron en número y gravedad”, explica Hajib El Hajjaji, vicepresidente del CCIB.

Esta organización de voluntarios registró unos 120 actos islamófobos en 2016, 36 de los cuales en el primer mes tras los atentados, es decir, “¡al menos un acto diario!”, apunta.

– ‘Punta del iceberg’ –

Ante la ausencia de grandes manifestaciones xenófobas, estos actos se han centrado en la vida cotidiana de los musulmanes, pero sobre todo de las musulmanas: insultos en la calle y en redes sociales e incluso agresiones físicas, como a una mujer a la salida de un hospital al grito de “¡raza de mierda!” el 23 de marzo, recuerda el CCIB.

En el terreno del empleo, “un espejo de la sociedad”, la discriminación es también patente, según las cifras preliminares de UNIA. En 2016, los casos abiertos en base a criterios raciales o religiosos aumentaron un 14% y un 91%, respectivamente.

Incluso el deporte rey no escapa a esta tensión. Tras un partido reciente contra el Charleroi en la primera división belga, el delantero del Courtrai Idriss Saadi expresaba a la televisión pública su rabia tras escuchar en la grada insultos de “sucio árabe, sucio terrorista”.

“Vivimos en una época, en que este tipo de palabras tiene un cierto alcance. Esto es muy grave”, denunciaba indignado este jugador francoargelino de 25 años, quien instaba a encontrar al autor o autores de ese “inadmisible” y “vergonzoso” hecho.

Para el vicepresidente del CCIB, estos casos son “sólo la parte visible del iceberg”, ya que mucha gente no se atreve a denunciar debido al “contexto terrorista”, a la pérdida de confianza en instituciones como la policía o a las reticencias a reconocerse como víctima, si bien destaca también “los gestos de amistad” de una parte de la sociedad.

– ¿Plan C o plan B? –

La respuesta de las autoridades belgas a los atentados de París en noviembre de 2015 y de Bruselas fue la puesta en marcha del ‘Plan Canal’. Su objetivo es luchar contra la radicalización en barrios donde vive una importante comunidad musulmana como Molenbeek, mediante un mayor despliegue policial, entre otras medidas.

Sin embargo, las ONG critican su carácter especialmente represivo, máxime cuando la policía emplea criterios de supuesta pertenencia étnica y religiosa para realizar controles, una práctica “ilegal” en base al derecho internacional, denunció en un reciente estudio la Liga de Derechos Humanos.

“Nuestro primer ministro [Charles Michel] debería, a semejanza del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, enviar mensajes positivos de reconocimiento, así como de rechazo a las amalgamas y al odio”, apunta El Hajjaji, quien destaca como otra solución el ‘Plan municipal de lucha contra la Islamofobia’ de Barcelona.

En un contexto de auge de los partidos ultraderechistas y xenófobos en Europa, el Ayuntamiento de esta ciudad española busca en 18 meses contrarrestar la visión negativa sobre los musulmanes y normalizar la diversidad religiosa, así como reforzar la lucha contra la discriminaciones.

Una visión compartida por el padre de Ahmed, quien llevó el caso de su hijo ante las autoridades belgas.

“No podemos culpar a toda la comunidad, porque un imbécil puso una bomba. Estamos en contra”, asegura Zine El Aabedin. “Queremos vivir, criar a una generación que sirva a Bélgica. No estamos aquí para poner bombas. ¿Sabe lo que quiero decir?”, manifiesta.

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