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Memorias de tres veteranos mexicanos del otro 25 de noviembre de Fidel

Un altar en memoria del expresidente cubano Fidel Castro fuera de la embajada de Cuba en Ciudad de México, fotografiado el 28 de noviembre de 2016 afp_tickers

Las metáforas épicas acompañaron la historia de Fidel Castro desde la génesis hasta el punto final: murió un 25 de noviembre, el mismo día en que zarpó desde costas mexicanas rumbo al campo de batalla en que libró, a sangre y fuego, la Revolución Cubana.

La aventura del primer 25 de noviembre, aquel día de 1956, permanece en la memoria de tres veteranos mexicanos: el armero que donó el yate ‘Granma’, un militar que lanzó al agua desde el barco sin saber que estaba entre revolucionarios clandestinos, y un economista que, mientras montaba cañones junto a Fidel, escuchó de un supeviviente el relato de aquella tormentosa travesía marítima.

– El imprescindible –

Tras la fallida insurrección contra el dictador militar Fulgencio Batista en 1953, México se convirtió en el refugio de Fidel.

Ahí conoció a Antonio del Conde, un vendedor de armas que se integró en el círculo más cercano del Comandante, quien incluso le bautizó con el sobrenombre ‘El Cuate’ (amigo).

Entre las aficiones de Del Conde, estaba la de remodelar un destartalado yate que había comprado a un estadounidense.

De tanto en tanto, viajaba a Tuxpan -un pueblo de Veracruz con puerto al golfo de México- para verificar los avances de su yate.

Según relata, a Fidel le brillaron los ojos cuando vio la carcacha: “Si usted me arregla ese barco, en ese barco me voy a Cuba”, al parecer le dijo. Y así fue.

“Fidel decía que si yo no le fallaba, él salía. Y si salía, llegaba. Y si llegaba y duraba 72 horas, triunfaba”, ha contado varias veces el delgado anciano de barba blanca, que voló a La Habana para estar en el funeral de su amigo.

– El militar –

Durante su estancia en México, Fidel reunió a unos 80 adeptos, los famosos “barbudos”, quienes tras un entrenamiento bélico en las montañas, le acompañarían a bordo del ‘Granma’ rumbo a la epopeya de su vida.

En ese entonces, Carlos Alvarado era un subteniente oficial del ejército mexicano desplegado precisamente en el cuartel de Tuxpan.

“De repente, una mañana había en el muelle un yatecito medio descuidado, despintado, que llamaba la atención. Era el ‘Granma'”, cuenta a la AFP este soldado de artillería retirado.

Intrigado, Alvarado y un colega interceptaron a los jóvenes que estaban a bordo.

“Dijeron que eran estudiantes de la Universidad de La Habana y que hacían estudios de oceanografía”, relata divertido el exmilitar, quien se había creído las patrañas al constatar cómo el yate iba y venía de alta mar remolcando “una plataforma rectangular muy oxidada que tenía un hueco como para ver el fondo” del océano.

Según el veterano de 83 años, entre la tripulación permanente del ‘Granma’ “no había barbudos, solo unos cuantos con bigote”.

Recuerda que vestían ropa color caqui y que durante las semanas que se quedaron enamoraron a varias muchachas del puerto.

Alvarado y su colega, que nunca coincidieron con Fidel ni con ‘El Che’, insistieron para que los cubanos los llevaran a su yate.

“Nos pusimos nuestro traje de baño mi amigo y yo, ellos no, y nos echamos dos clavados desde la proa”, recuerda, al lamentar que sus anfitriones sólo le permitieron estar en plataforma.

“En unos vasitos de cristal, nos invitaron un traguito de ron, pero nunca hablaban de política ¡y menos de sus planes revolucionarios!”.

En la madrugada del 25 de noviembre de 1956, “de repente ya no volvimos a ver al ‘Granma’, hasta que nos enteramos que se habían ido a la invasión de la isla. Fue una gran sorpresa… ¡pensamos que éramos parte de la historia!”, dice emocionado.

– El economista –

En los años 1960, ya con Fidel en el poder, el mexicano Carlos Perzabal estudiaba Economía en la isla y, tras aprender a cargar cañones con el mismo Fidel en plena crisis de los misiles rusos, se topó con Fernando Guillén Celaya, un mexicano que participó de la expedición del ‘Granma’.

“La travesía fue muy, muy complicada, eran más de ochenta y no era un gran barco. Se tuvo que tirar comida y cosas para que el barco pudiera llegar”, le contó Guillén, de viva voz, al economista.

Tras llegar más tarde de lo planeado a Cuba y a un punto que no era el estimado, “sobrevivieron solo 16 de los ochenta y tantos, porque al llegar, los atacó el ejército de Batista”, que contaba con miles de hombres, relató este veterano, que en medio de flores blancas y canciones de trova, dio su último adiós a Fidel junto a cientos de personas en las calles de México.

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