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El hielo de los cometas cuenta la historia de la vida

La sonda Rosetta, con sus paneles solares de 32 metros de envergadura, va a lanzar el robot Philae, que no es más grande que un frigorífico y tardará siete horas en alcanzar la superficie del cometa. ESA

La Europa espacial se prepara para una primicia: intentar posar un robot en la superficie de un cometa. Los cometas nos cuentan la fascinante historia del origen de los mundos y de la vida. Y parte de ello se descifrará en Berna.

“Las cometas se parecen a los primeros elementos que se aglomeraron para formar planetas. O por lo menos tenemos buenas razones para creer que así fue”, afirma Kathrin Altwegg, especialista en Química Cósmica de la Universidad de Berna y principal investigadora de la Agencia Espacial Europea (ESA) en el experimento RosinaEnlace externo. Rosina es el instrumento científico más pesado a bordo de la sonda RosettaEnlace externo: un conjunto de dos espectrómetros de masa y un sensor de presión que analizan la materia y los gases que se evaporan del cometa en el espacio.

Los cometas -“grandes bolas de nieve sucia’, como se denominan comúnmente-, contienen hasta un 50% de agua, el resto está constituido de polvo. Mientras el  cometa recorre los confines helados del sistema solar, el agua permanece en estado sólido. Pero cuando se aproxima al Sol, el agua se evapora con el calor y el polvo se dispersa, creando esa impresionante ‘cola’ que puede alcanzar varios millones de kilómetros y que tanto asustaba en la Antigüedad.

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No debe sorprendernos que estos “ladrillos de construcción” de planetas contengan tanta agua, un elemento que abunda en el universo y, por tanto, también en la Tierra. Aun así, durante la fase de formación, nuestro planeta fue una bola de lava en ebullición tan caliente que todo el agua original se volatilizó en el espacio. Y sin embargo, hoy tenemos agua. ¿Cómo regresó entonces? Justamente, por los cometas. Es al menos una de las explicaciones posibles.

“La teoría dice que 800 millones de años después de su formación, los planetas se vieron sometidos a un masivo bombardeo de pequeños cuerpos celestres, asteroides y cometas”, explica Kathrin Altwegg. “Si nos fijamos en la edad de los cráteres de la Luna, vemos que todos aparecieron más o menos hace 3.800 millones de años”. En la Tierra, el impacto de ese bombardeo desapareció prácticamente bajo el efecto de la erosión. Pero es posible que el agua de los cometas haya llenado los océanos.

Y parece que no solo trajeron agua. Se sabe que los cometas contienen también moléculas preorgánicas. “No podemos hablar aún de vida, pero son moléculas como ácidos amínicos, cuya presencia explicaría que la vida apareciera tan rápido después del bombardeo de cometas, hace 100 millones de años, lo cual no es nada a escala universal”, precisa Kathrin Altwegg. “De hecho, es mucho más fácil construir una célula viva a partir de estos compuestos preorgánicos que a partir de átomos aislados”.

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Precisión alucinante, imágenes espectaculares

Este contenido fue publicado en Seis mil millones de kilómetros en diez años – de los cuales dos y medio los pasó ‘durmiendo’ – para llegar puntualmente a un pedrusco de 4 x 2 kilómetros.

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10 años y 6.000 millones de kilómetros

¿Los elementos constitutivos de la vida vinieron del espacio? Es uno de los misterios que Rosetta tratará de descifrar. La misión europea debe su nombre a la Piedra de RosettaEnlace externo, gracias a la cual el arqueólogo francés Jean-François Champollion pudo descifrar los jeroglíficos del Antiguo Egipto.

Lanzada el 2 de marzo de 2004, la sonda alcanzó a principios de agosto pasado el cometa 67P/Churyumov-GerasimenkoEnlace externo –Chury, como se le conoce familiarmente-, que viaja actualmente a unos 400 millones de km de la Tierra, entre Marte y Júpiter. Para lograrlo recorrió más de 6.000 millones de kilómetros en diez años. Como el vuelo rectilíneo no existe en el espacio (a menos que se disponga de medios de propulsión que hasta la fecha se dan solo en la ciencia ficción), Rosetta tuvo que girar cuatro veces en torno al Sol y rozó en tres ocasiones la Tierra y una vez Marte para aprovechar el ‘efecto de tirachinas’ y acelerar su curso. Al alcanzar la trayectoria de Chury, tuvo que encender ocho veces los reactores para frenarse y no perder la cita estelar y la puesta en órbita en torno al cometa.

“A principios de agosto, cuando vimos la señal del cometa, la fascinación fue tremenda,” comenta Kathrin Altwegg. “Tuvo que disminuir la velocidad 24.000 km/h y encontrar un objeto de 4 km en la inmensidad del sistema solar. Un éxito absoluto y una alegría enorme, que nos costó 600 kg de hidracina, casi todo nuestro carburante”.

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El cometa que apesta

Desde entonces, las fotos que envía Rosetta no cesan de sorprender. Contra toda expectativa, Chury no tiene forma de patata como hacía imaginar la luz que refleja sobre los telescopios. Se asemeja más a un patito de juguete. Y es fácil prever que su ‘cuello’ terminará por derretirse a lo largo de su trayectoria por el punto más próximo a la hoguera solar y la cometa se escindirá en dos.

Los instrumentos han proporcionado múltiples informaciones sobre su composición, desde que la sonda gira en torno a ella a pocas decenas de kilómetros. “Hemos visto un montón de moléculas diferentes, algunas jamás se habían detectado en un cometa. Su mezcla debe hacer que Chury huela a huevo podrido, a causa del sulfuro de hidrógeno, al que se suman otros aromas poco agradables, como el del amoníaco”, explica Kathrin Altwegg. Hablando en serio, hay también un sinfín de moléculas preorgánicas. Y aún no están todas identificadas”.

“Rosina nos envía datos todos los días”, agrega la científica. “En 1986, cuando la sonda Giotto pasó cerca del cometa de Halley, durante una hora y media y una velocidad 70 veces mayor que la de una bala de fusil, necesitamos diez años para analizar los datos. Así que ya eche la cuenta…”

Como una pluma

Los investigadores tendrán incluso más datos que analizar si Rosetta logra su apuesta más descabellada: posar un pequeño robot en la superficie del cometa. El 12 de noviembre, a las 08.35 hora GMT, el aterrizador Philae emprenderá su descenso de siete horas hacia la superficie del cometa. La operación, que jamás se ha intentado hasta ahora, es muy delicada.

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Dada la ínfima gravedad que reina en la superficie de Chury, Philae –que en la Tierra ronda los cien kilos– pesará apenas un gramo. Por tanto podría perfectamente rebotar en el espacio. A no ser que el cometa comienza a escupir gas y lo expulse como si fuera una pluma. Para hacer frente a esta eventualidad, Philae ha sido dotado de dos arpones destinados a anclarlo a la superficie de Chury y evitar así el rebote. Pero para ello tendrán que encontrar algo sólido. “Un cometa no es hielo sólido, es mucho de nada, un 70% de vacío. Es como nieve muy, muy polvorosa. Y ya sabe lo que ocurre en la nieve polvorosa…”, acota Kathrin Altwegg.

Rosetta es una misión cultural. Si la humanidad no se planteara este tipo de preguntas, estaríamos aún al nivel de los animales Kathrin Altwegg, Universidad de Berna

Pero si la operación resulta exitosa, podemos imaginar el júbilo de los cerebros que concibieron la misión. Y la curiosidad de los científicos frente a muestras obtenidas directamente de la superficie del cometa.

Al servicio del conocimiento

¿Y todo esto para qué? Saber cómo se formaron el sistema solar, la Tierra y la vida, “no sirve para nada”, reconoce Kathrin Altwegg. “Nadie tendrá más de comer y no resolveremos ningún problema ecológico. Es solamente una cuestión fundamental para la humanidad. Nos gustaría saber si fueron los cometas los que trajeron el agua a la Tierra, así como las moléculas orgánicas, lo que explicaría por qué todo se desarrolló con tanta celeridad. Y naturalmente también, si lo que tenemos en el sistema solar puede darse en otro lugar. De ahí la pregunta: ¿Somos los únicos en el universo?”.

 “Esa es al menos mi motivación”, concluye la científica. “Pero me pregunto muchas veces si se justifica gastar tanto dinero en ello. ¿No deberíamos destinarlo a otras cosas más próximas a nuestras necesidades diarias? Pero al fin y al cabo, “la música también es inútil. Y por tanto, nuestro mundo sería bastante más pobre sin música”.

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Los miembros olvidados de la familia

Los cometas son los elementos más primitivos de nuestro sistema solar. Los primeros agregados de gas y de polvo que se constituyeron hace cerca de cinco mil millones de años en la nube original debían parecérsele mucho. Esos pedruscos de varios cientos de metros y varios kilómetros de diámetro, demasiado lejos los unos de los otros para atraerse y formar planetas, poco a poco fueron eyectados a la periferia por el peso de planetas gigantes: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Desde entonces viajan en la inmensidad glaciar de los confines del sistema solar y, de forma periódica, las fuerzas de las mareas derivadas de la rotación de la galaxia empujan a una que otra hacia el centro.

Espectrómetros y telecámaras ‘swiss made”

ROSINA (Rosetta Orbizer Spectrometer for Ion and Neutral Analysis) ocupa, con sus 35 kilos, el 20% de la carga útil de la sonda Rosetta. Compuesta de dos espectrómetros de masa (capaces de detectar e identificar moléculas en función de su masa) y de un sensor de presión, es el instrumento que ha comenzado a proporcionar informaciones vitales sobre la composición de la cola del cometa. Ha sido elaborado y construido por un consorcio internacional de institutos y empresas bajo la batuta del Instituto de Física de la Universidad de Berna.

Las 7 telecámaras montadas en el aterrizador Philae, que le dan una visión panorámica, han captado ya bellas imágenes, especialmente los ‘selfis’ de la misión, con Marte y el cometa en el fondo. Su desarrollo y construcción es fruto de una colaboración entre la empresa suiza Space-X (Neuchâtel), y el Instituto de Astrofísica Espacial y el Centro Nacional de Estudios Espaciales franceses.

Traducción del francés: Belén Couceiro

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