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Puentes de esperanza y unión

El puente de suspensión sobre el río Aguarico, en Ecuador. www.iabse.ethz.ch

Toni Rüttimann, un suizo que dedica su vida a tender puentes, reales y simbólicos, para comunicar a los pueblos entre sí.

“Comunicar a las personas, comunidades, países e incluso continentes es tan importante como nunca”, subraya Toni Rüttimann.

Los suizos han adquirido renombre mundial en los ámbitos de la ayuda humanitaria y la ingeniería. En los últimos quince años, un hombre conocido como ‘Toni el suizo’ ha sabido compaginar esas dos cualidades para construir puentes peatonales en zonas remotas – muchas de ellas devastadas por desastres naturales – de América Latina.

“En esos países la gente puede morir porque está aislada del resto del mundo”, señala Rüttimann a swissinfo.

Uno de sus puentes, de 50 metros de largo por 1,5 metros de ancho, hará posible que los campesinos lleven sus productos al mercado, que los enfermos puedan acudir a un hospital y los niños a la escuela.

Un cambio de vida

“Estos puentes pueden cambiar la vida de las personas. Es un medio para que se sientan libres”, explica Rüttimann. “Han aprendido que no se necesitan ingenieros, compañías o gobiernos para construir puentes. Su destino puede cambiar con sus propios esfuerzos.”

En 1987, cuando Rüttimann inició esta aventura, no era ni cooperante ni ingeniero, sino un joven estudiante idealista, de 19 años que, después de ver las imágenes en la televisión del devastador terremoto en Ecuador, sintió “en su corazón” el deseo de hacer algo.

Con sólo 9.000 francos en el bolsillo recolectados en su comuna – la localidad de Pontresina, en el cantón de los Grisones – Rüttimann emprendió viaje a la zona del desastre, limítrofe con la selva amazónica.

No hablaba español, no conocía a nadie en Ecuador y no tenía formación técnica alguna.

Barato y efectivo

Al llegar a su destino, se percató de que era una necesidad urgente restablecer las infraestructuras. Rüttimann desarrolló un sistema barato y efectivo para construir puentes colgantes mediante el reciclaje de tubos y cables de acero recuperados de la industria petrolera.

En lugar de pasar un par de meses en Ecuador antes de iniciar sus estudios universitarios, Toni el suizo se quedó diez años. Desde su primera expedición, Rüttimann y su amigo ecuatoriano Walter Yánez han construido más de 160 puentes, la mayoría en América Latina, logrando mejorar así la calidad de vida de cientos de miles de personas.

Después de Ecuador se trasladó a Honduras, país acosado por el huracán Mitch donde era urgente construir puentes pero que, a diferencia de Ecuador, carecía de industria petrolera. Rüttimann, sin embargo, consiguió que las compañías petroleras de Houston (Tejas) le donaran los cables y material de tubería que necesitaba. Y en el espacio de doce meses, logro construir treinta puentes, entre ellos el que une Honduras con El Salvador.

Tres días de trabajo

En promedio, Toni el suizo tarda tres días en construir un puente de suspensión. Muchos tienen una sola arcada de aproximadamente 50 metros; el más largo que ha edificado es de 264 metros.

El coste de los puentes es inmensamente inferior que si los construyera un gobierno o una empresa privada, no sólo porque Rüttimann obtiene material de chatarra y donaciones de compañías petroleras y de transporte, sino también porque recurre al trabajo y la buena voluntad de las comunidades locales.

Toni ha simplificado al máximo el diseño de sus puentes para poder construirlos en cualquier lugar – incluso en otros continentes. El año pasado, erigió su primer puente en Camboya al que seguirán muchos otros.

“El sistema es resistente. Se puede trasladar a cualquier país y a cualquier cultura”, señala, al tiempo que reconoce que le gustaría realizar proyectos análogos en todos los continentes.

Quince años es mucho tiempo haciendo la misma cosa, por muy gratificante que sea comunicar a poblaciones aisladas con el resto del mundo. Pero Toni Rüttimann no se ha cansado de tender puentes.

“Me he enamorado de los puentes y planeo hacer esto el resto de mi vida”, concluye.

Roy Probert

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