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“Lo peor fue no saber si tenía algún derecho”

El colectivo de ayuda a los 'sin papeles' estiman entre 90 000 y 250 000 el número de extranjeros en Suiza, cuya situación administrativa es irregular. Keystone

Con apenas 18 años salió de El Alto, en su Bolivia natal, para aterrizar en una Ginebra desconocida e iniciar una vida casi clandestina. En 2012, la ciudad de Calvino le concedió el premio ‘Mujer exiliada, mujer comprometida’. Hoy, Silvia Mariño Mamami es portavoz y defensora de los derechos de los inmigrantes.

Corría la mitad de los años noventa y apenas había terminado el bachillerato en su país. “Mi familia, muy humilde, decidió mandarme a Suiza. Mi padre estaba convencido de que como mujer joven tendría más posibilidades laborales aquí, donde ya vivía una hermana mayor a quien aprendí a conocer, ya que desde años vivía fuera de casa”, recuerda Mariño Mamani.

Sin embargo, su presente poco tendría que ver con el paraíso helvético. La entonces adolescente vivió sus primeros 8 años en Ginebra trabajando como empleada doméstica “prácticamente sin salir de la casa de mis patrones. Y cuando salía, con el temor permanente al posible control policial que podría significar la expulsión, ya que no contaba con un permiso de residencia”.

A la inseguridad personal se sumaba la vulnerabilidad por falta de información. “Esto fue, tal vez, lo peor. No saber si tenía algún derecho, si podía exigir o reclamar algo. Un sentimiento, agravado por el clima de desprotección que vivíamos como comunidad. Incluso algunos amigos en situación legal no sabían cómo ni dónde podíamos informarnos sobre nuestros derechos. Al contrario, nos recomendaban no compartir nuestra situación e incluso no hablar en español; pasar lo más desapercibidas posible, hacernos prácticamente invisibles”, confiesa.

Silvia Mariño defiende hoy los derechos de los extranjeros que no tienen voz. Sergio Ferrari, swissinfo.ch

Recuperar la dignidad

Controles policiales riesgosos; la expulsión de su hermana menor –que la había seguido en su ruta ginebrina– por un puesto fronterizo para volver a entrar horas más tarde por otra aduana; su propia detención policial durante una noche dada su situación ‘ilegal’… “Todo un clima personal de enorme estrés que por momentos se volvía insoportable”, recuerda Silvia Mariño una cotidianeidad que se prolongó varios años.

En ese marco, el contacto ocasional con el Colectivo de Apoyo a los Sin Papeles de GinebraEnlace externo fue determinante y le abrió otra perspectiva. “Empecé a recibir información sobre nuestros derechos y a contar con el sostén en momentos difíciles en los que debíamos contactarnos con las autoridades”, dice.

Y más tarde, la participación plena en la conformación del Colectivo de Trabajador sin Estatus LegalEnlace externo “fue como recuperar la voz propia, tener un espacio para compartir nuestra realidad”. En ese momento “encontré la fuerza para salir, para denunciar nuestra situación. Fue un impulso muy importante en mi vida. Le dio otro sentido que no se puede medir con dinero ni con nada, y que consiste en sentirse con fuerza para luchar por los derechos propios”, subraya.

Luego, Silvia Mariño Mamami participó activamente en la movilización a favor de la regularización de las empleadas domésticas que todavía continúa existiendo. En las actividades cuando la Marcha Mundial de Mujeres pasó por su ciudad en 2015, en múltiples iniciativas para reivindicar los derechos de los migrantes, así como en instancias sindicales que apoyan la actividad de los trabajadores sin estatus legal.

“Hoy me siento como un lazo, como un puente, entre organizaciones que trabajan a favor de los migrantes.  E incluso, personalmente, sigo con la escucha, atención y orientación de otras personas que viven lo que yo misma he padecido”, explica Mariño Mamami. “Es enorme la necesidad que tiene la gente sin permiso de poder hablar y compartir sus problemas”.

El Foro Suizo para el Estudio de las Migraciones y de la Población SuizaEnlace externo, de la Universidad de Neuchâtel, trabaja en un nuevo estudio sobre la situación de los denominados ‘sin papeles’ en el país alpino.

Aunque todavía no está finalizado, Denise Efionayi-Mäder, la socióloga que coordina la investigación, observa un avance significativo y una mayor concienciación sobre el fenómeno, en comparación con el año 2000.

El estudio anterior ‘Rostro de los sin papeles en Suiza’Enlace externo, que codirigió la profesora Efionayi-Mäder y que publicó la Comisión Federal de Migraciones, analiza la inmigración ‘irregular’ entre los años 2000 y 2010.

Según el documento, el número de ‘sin papeles’ en Suiza oscilaba 70 000 y 300 000 a finales de 2010.

El colectivo ‘Sans Papiers’Enlace externo estima que hoy existen entre 90 000 y 250 000 extranjeros sin estatuto legal en Suiza.

La razón clave de su compromiso “son nuestros niños, que nacieron y crecieron aquí, pero no son reconocidos como ciudadanos, dado que su situación depende de la nuestra”. Hoy, los hijos de las trabajadoras y los trabajadores sin estatus legal forman parte del mercado laboral con menos derechos aún que sus padres. “Son jóvenes sin experiencia, ni permiso, ni derechos”, subraya. Y no hay que olvidar a “nuestros hijos, que se quedaron en nuestros países esperando el momento, que no llega, de volver a reunirse con sus padres”.

Esta lucha no es solo por los papeles. “Es por los derechos fundamentales, por ejemplo, el de ver crecer a nuestros hijos, asegurarles el futuro que cada padre y madre quisiera ofrecerles”.

Migrantes económicos, refugiados de guerra

De Suiza, a Europa y al mundo. La migración como uno de los grandes desafíos actuales preocupa a Silvia Mariño, hoy madre de dos niños y casada con un ciudadano suizo.

“Toda esta situación europea y mundial me produce una gran indignación. Especialmente cuando en forma despectiva los países ricos dicen que hay que cerrar las fronteras, definir cuotas y diferenciar entre refugiados de guerra e inmigrantes económicos”, afirma.

Indignación contra lo que ella considera “una injusticia, resultado de una memoria corta y selectiva” por parte de las principales potencias, en particular Europa y Estados Unidos.

No quieren aceptar –subraya– que la problemática migratoria actual es el resultado “tanto de las intervenciones militares que ellos mismos han promovido, como de la política económica globalizadora que acarrea el aumento de la miseria en las naciones más frágiles del sur”.

Silvia Mariño ha transformado la indignación y la rabia en una proposición constructiva: “Como es un mismo problema, todos nosotros, trabajadores migrantes y refugiados víctimas de conflictos armados, debemos estar juntos. Todos somos el resultado de una misma política que se expresa en guerras inhumanas o en relaciones económicas injustas”.

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