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Crece la resistencia al pimiento de Syngenta

El famoso pimiento de Syngenta se obtuvo del crucde de una especie corriente con una variedad resistene de Jamaica. AFP

¿Qué agricultor no desea un pimiento resistente a los insectos? Sin embargo, cada día hay más oposición a la patente del pimiento que recibió el gigante agroquímico suizo Syngenta. Una coalición de ONG intensifica la lucha contra las licencias que infligen daños a agricultores de todo el mundo.

“Si no defendemos nuestras semillas nativas ya no nos quedará ninguna y terminaremos por producir  solo los cultivos estandarizados de las compañías multinacionales”, advierte Cynthia Osorio, productora de café orgánico.

Osorio ha viajado de su Colombia natal hasta Zúrich para participar en un evento dedicado a la soberanía de las semillas. La cita tiene lugar solo un poco después de que una treintena de organizaciones agrícolas, medioambientales y de desarrollo interpusieran ante la Oficina Europea de Patentes (OEP) un recurso contra la patente que otorgó a Syngenta sobre una variedad de pimiento resistente a la mosca blanca.

Según Osorio, los tratados comerciales internacionales y algunos derechos ejercidos por las grandes compañías, como la suiza Syngenta o la estadounidense Monsanto, afectan la soberanía alimentaria, la diversidad e incluso la subsistencia de personas que están a 9.000 kilómetros de donde son tomadas las decisiones.

La agricultora que trabaja para la Red de Guardianes de Semillas de Vida asegura que las regulaciones sobre semillas y los tratados de libre comercio frecuentemente ignoran los derechos de los nativos y abonan el terreno para que las patentes de ciertos cultivos desplacen las variedades locales.

Los derechos de los obtentores de plantas corresponden a quien crea una nueva variedad vegetal que prueba ser distinta a las conocidas, pero que además es uniforme y estable.

Las patentes vegetales son otorgadas, pues, a los obtentores que inventan o descubren nuevas variedades de plantas. Y una vez que obtienen estos derechos queda prohibido para los otros reproducir, vender o utilizar esa planta sin acuerdo previo del obtentor.

Las plantas multiplicadas por tubérculos y las plantas salvajes no son patentables. Y en muchos países, especialmente en el mundo en desarrollo, no es posible patentar los vegetales.

En la África subsahariana, las compañías de semillas no pueden solicitar patentes. Los obtentores buscan cada vez más reforzar sus derechos, pero el uso informal de semillas y plantas -90% del total- hace difícil el control.

“Nuestra idea de preservar y restaurar la diversidad no consiste en guardar las semillas en un banco, sino en repartirlas entre la gente”, precisa.

Compañías como Syngenta son criticadas por sus patentes, pero también por los derechos de obtentor que ejercen, esto es, por la modificación genética que realizan sobre algunas variedades vegetales para mejorarlas. Dado que algunas empresas y organizaciones tienen intereses individuales sobre algunos cultivos y semillas representados por el grupo de cabildeo CropLife International, intentan siempre proteger los derechos de los productos y las tecnologías que ellos inventan.

El uso de patentes y los derechos de obtentor les garantizan un control exclusivo sobre las semillas y sus cosechas, y les conceden la facultad de vender a otros en exclusiva las variedades o licencias para el cultivo de estos productos. Syngenta opina que esto es positivo para todos, ya que las patentes son un incentivo para la innovación y las invenciones benefician a productores y a consumidores, ayudan a los campesinos a aumentar su productividad y en ocasiones reducen incluso el uso de pesticidas químicos.

Descubrimiento o invención

Pero los activistas -miembros de la coalición No Patents on Seeds (No a las patentes para las semillas) se oponen también a que se otorguen patentes sobre los procesos de producción y los productos vegetales resultantes.

Concretamente, Monsanto reclama las patentes de todas las secuencias o variaciones genéticas que puedan experimentar la soja y el maíz producidos con sus semillas, incluyendo todas las plantas resultantes de cruces con especies autóctonas, si estas tienen alguna herencia genética de sus productos. Y pide patentar también cualquier nueva utilización para el consumo humano o animal que pueda dárseles.

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Syngenta, entre tanto, pide patentar el rendimiento de los cultivos, lo que

incluye a las plantas resultantes, pero también a sus cosechas.

Demandas que rechazan los activistas, especialmente en lo relativo a patentes sobre cruces convencionales entre plantas de patente y variedades silvestres. Consideran que estos son descubrimientos y no invenciones propias. Y en esta categoría se inscribe justamente la patente sobre la variedad de pimiento de alta resistencia a los insectos que recibió Syngenta.

Si bien, en teoría “los procesos biológicos para la producción de plantas y animales” no pueden ser patentados, según lo dispuesto por la Convención Europa de Patentes, las compañías son acusadas de realizar algunas triquiñuelas para solicitar este tipo de licencias sobre las plantas, las semillas y los alimentos.

“Uno de los problemas son las llamadas patentes de procedimiento, que permiten patentar un producto incluso si su proceso de producción está lejos de ser técnico e innovador”, explica Eva Gelinsky, miembro de ProSpecieRara, organización suiza dedicada a la conservación de variedades antiguas y especies raras.

Para los opositores, conceder derechos sobre los organismos vivos resulta además antiético. Es algo que atenta contra los principios fundamentales de la mayoría de las culturas y las religiones. Las patentes, dicen, se crearon para las máquinas y los químicos, no para la vida. Y añaden que los humanos, los animales, las plantas, los microorganismos -o cualquiera de sus partes- no debería ser patentable.

“Necesitamos otros sistemas de protección, esquemas que respeten los límites éticos y sociopolíticos y consideren también los intereses de la agricultura y la investigación”, afirma Fabio Leippert, responsable de desarrollo político y soberanía alimentaria de Swissaid, ONG suiza que forma parte de la coalición No Patents on Seeds.

“Las patentes discriminan especialmente a los agricultores de los países en desarrollo, que es donde se halla la mayor parte de la diversidad biológica”, refiere.

Syngenta se defiende argumentado que no busca la protección de patentes para la biotecnología vegetal o invención de semillas en países poco desarrollados ni pretende que los agricultores de subsistencia le paguen derechos de licencia.

Swissaid, sin embargo, considera que las compañías no deben recibir incentivo alguno para utilizar variedades del hemisferio sur como punto de partida para obtener después una patente, o manejar bancos enteros de semillas sin compensar económicamente a los países de los que están tomando los recursos genéticos.

De acuerdo con Syngenta, la protección de la propiedad intelectual es un prerrequisito esencial para la protección del valor y el intercambio de valor. Y las patentes juegan un papel fundamental en la tarea de incentivar la innovación agrícola, ya que permiten a los campesinos aumentar su productividad y asegurar de forma sostenible sosteniblemente a la seguridad alimentaria global.

La patente EP2140023 para el pimiento resistente a los insectos cumple con los criterios de novedad, utilidad y actividad inventiva que exigen las autoridades. Y esta innovación beneficia a los productores y a los consumidores, al tiempo que propicia un menor uso de pesticidas químicos.

Syngenta brinda a los obtentores e investigadores acceso a la tecnología del pimiento, así como a otras innovaciones vegetales que se encuentran disponibles en la plataforma de licencias electrónicas TraitAbility. Todas las organizaciones académicas y no lucrativas pueden hacer uso gratuito de las variantes de vegetales autóctonos que la empresa tiene disponibles y tienen acceso gratuito a las tecnologías de apoyo para la investigación y el desarrollo, y distribuir los productos resultantes en los países en desarrollo.

Syngenta no persigue la protección de patentes de biotecnología vegetal o invención de semillas en países en desarrollo. Los agricultores de subsistencia jamás son obligados a pagar ningún tipo de licencia.

Syngenta emplea a más de 28.000 personas en 90 países y destinó 1.400 millones de dólares (1.200 millones de francos suizos) a la investigación solo durante 2013.

Fuente: Syngenta

Campesinos ‘maniatados’

Las preocupaciones no solo se centran en que las patentes reducen la diversidad, al bloquear el acceso a las fuentes genéticas y a la tecnología, sino también a que crean dependencia entre los campesinos, los obtentores y productores de alimentos.

Monsanto, DuPont y Syngenta concentran conjuntamente más de la mitad del mercado mundial de las semillas, según el Foro Cívico Europeo. Y aunque estas compañías afirman que sus productos buscan garantizar la seguridad alimentaria, los activistas sostienen que la creciente dominancia que ejerce un puñado de empresas pone en riesgo la vida de los campesinos en las economías emergentes, y compromete la soberanía de sus semillas y la seguridad alimentaria global.

Aunque Syngenta posee los derechos de propiedad intelectual de sus semillas, permite que los campesinos de subsistencia las utilicen en sus tierras. Pero los campesinos que -como Osorio- comercializan sus cosechas, deben pagar cuotas anuales por el uso de semillas patentadas que son de uso obligatorio. Frecuentemente carecen de los medios para ello y desearían un intercambio gratuito de semillas.

Un ejemplo: Durante el evento celebrado en el Centro de Artes Alternativas Rote Fabrik, en Zúrich, al que asistió la cafetalera colombiana, se realizó un intercambio informal de semillas.

En países como Colombia, los agricultores solo pueden utilizar semillas certificadas y una semilla solo puede registrarse cuando se ha demostrado que es “distinta, uniforme y estable”. Y los cultivos nativos jamás cumplen con estos criterios, afirma Osorio.

Un fallo crucial

Las leyes y los tratados de libre comercio internacionales favorecen a las grandes empresas multinacionales especializadas en la producción masiva de semillas para monocultivos, lo que afecta la diversidad, explica Jürgen Holzapfel, miembro del Foro Cívico Europeo y cofundador de la cooperativa agrícola Longo Mai, que organizó el viaje de Osorio.

“El mayor número de variedades de arroz, por ejemplo, se encuentran en Asia y los agricultores se han dedicado durante siglos a mejorar sus propiedades y rendimiento”, dice François Meienberg, de la ONG Declaración de Berna. “Pero no son estos países los que reclaman los derechos por el trabajo realizado, sino empresas como Syngenta que han patentado cientos de genomas”.

Los recursos que interpuso contra diversas patentes la coalición abren una posibilidad real de que ganen los activistas. Pero mientras la OEP toma una decisión sobre la interpretación legal de lo que es patentable –lo que se espera para finales de este año-, las compañías intentarán sacar el máximo provecho de los derechos que hoy tienen, explica Meienberg.

“Si el Comité Ampliado de Apelaciones de la Oficina Europea de Patentes falla a nuestro favor, las cosas se complicarán para Syngenta. Pero si triunfa Syngenta, iniciaría un proceso político”, advierte Meienberg. El representante de la Declaración de Berna confía en que los políticos apoyen su cruzada, “ya que muchos pequeños y medianos obtentores de vegetales también se oponen a diversas patentes que reclaman las multinacionales”.

Traducción del inglés: Andrea Ornelas

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