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Purgatorio tailandés

Aek, de 30 años, espera el día en que podrá viajar de Surat Thani. swissinfo.ch

Reintegrarse a la sociedad de origen después de haber pasado la mayor parte de la vida en Suiza es a menudo imposible. La historia del joven tailandés Aek, expulsado en 2008 de la Confederación.

Aek acaba de terminar su almuerzo. Salteado de verduras y tres piezas de carne de cerdo sobre una cama de arroz blanco. Por cerca de 60 centavos no se puede pedir más en este restaurante que, además de sopas y pescado frito, tiene poco que ofrecer. Para beber, el agua de un recipiente metálico dispuesto en cada mesa. Agua fresca y, sobre todo, gratis.

Afuera, el vaivén de las pick-ups y de la motocicletas hace aún más pesado el día caluroso y húmedo. El cielo se nubla: la tormenta traerá un poco de respiro. Con la lluvia, hasta la jornada de Aek se anuncia menos fatigosa.

Un patrón generoso

Aek, de 30 años, trabaja del otro lado de la carretera que atraviesa el centro de Surat Thani, una ciudad del sur de Tailandia. Su turno en el servicio de lavado autos de la estación de gasolina termina a las 6 de la tarde. Nueve horas de trabajo por 280 bahts al día (cerca de 8 francos). Seis días a la semana. “Evidentemente -me explica- si estás enfermo o si no puedes trabajar, no te pagan. Así funciona aquí”.

Cuando debió suspender sus labores por una inflamación en los pies derivada de los productos de limpieza, Aek tuvo que pedir dinero prestado a su tío. Incluso durante las inundaciones de febrero de 2011, no tuvo sueldo. “Muchas carreteras quedaron sumergidas. Y de todos modos, cuando llueve, nadie lava el coche”.

Con todo, Aek no se puede quejar. Vive a pocos metros del servicio de lavado de coches y no tiene que comprarse una moto. Su empleador le paga parte del alquiler de la habitación que comparte con sus colegas, la mayoría de Birmania y Camboya. “Sin su ayuda no sabríamos cómo sobrevivir”, dice, mostrándome su habitación, que cuesta 500 baht por mes.

Espíritu rebelde

Aek no está acostumbrado a “la vida tailandesa”. Nació no muy lejos de Surat Thani, pero pasó la mayor parte de su vida en Suiza. De niño, a la edad de cinco años, siguió a su madre al cantón de Appenzell Rodas Exteriores, donde lo esperaba un nuevo papá.

La infancia en el seno de la familia mixta no fue fácil. La incomprensión y los desacuerdos con su padrastro se multiplicaban. Un poco por la mentalidad conservadora de la Suiza oriental, un poco por su carácter “rebelde”, explica Aek en perfecto dialecto suizo alemán.

Su madre lo confía a la Aldea Infantil Pestalozzi, ubicada en las colinas de Appenzell, que acoge a los inmigrantes con dificultades de integración. La separación de los padres y la muerte prematura de su hermanastro perturban el equilibrio del joven tailandés.

Sigue luego un período sombrío, lejos de la escuela y sin un puesto de trabajo, marcado por la ira y la depresión. “Mis amigos me hospedaban. Pasé de un cantón a otro, pero no siempre di parte a las autoridades”, recuerda Aek.

“No soy un criminal”

Y fueron esas repetidas violaciones a las disposiciones que regulan la estancia de los extranjeros en Suiza las que le resultaron fatales. “Cuando me presenté para renovar mi permiso C (de estancia en Suiza), que había expirado desde hacía tiempo, la secretaria alertó de inmediato a la policía de extranjeros. Una hora más tarde me encontraba en la cárcel”.

“En parte fue culpa mía. No respondí siempre a las solicitudes de las autoridades”, reconoce Aek, quien también descuidó sus obligaciones ciudadanas (impuestos, seguro médico obligatorio, …) “Pero no soy un criminal. Nunca vendí drogas ni golpeé a nadie”.  

Al hecho de poner en peligro su situación, considera Aek, también contribuyó el comportamiento de algunos funcionarios que, en su opinión, trataron injustamente su caso. “Me fui a los cantones de Turgovia y San Gall. Todo el mundo me decía que recurriera a otro cantón”.

“Tenía la sensación – prosigue – que nadie me quería en su territorio porque no tenía empleo. Era el período en el que muchos trabajadores llegaban de Alemania y en la Suiza oriental rondaba un cierto racismo”.

Cien dólares en el bolsillo

Para el inmigrante tailandés, el veredicto fue severo: expulsado por cinco años. “No avisé a mi mamá ni a mis amigos. No quería volcar en ellos mis problemas. Habría podido recurrir contra la decisión de expulsión, pero preferí renunciar. Para mí estaba claro: Suiza no quería saber más de mí”.

Dos días después de su arresto, Aek es acompañado hasta un avión de Swiss. Dirección Bangkok, billete solamente de ida. “Yo estaba esposado y me condujeron por un acceso separado al de los viajeros. Yo fui el primero en abordar el avión”.

Al llegar a Bangkok. con 100 dólares en el bolsillo que le había dado la policía suiza, Aek recuerda a una pariente lejana que vive no muy lejos del aeropuerto. “Afortunadamente, en los primeros tiempos pude quedarme con ella”. Luego, el  largo viaje en autobús a Surat Thani, el servicio de lavado de autos en la estación de gasolina.

Una segunda oportunidad

Aek solamente tiene una fecha en mente: el 11 de septiembre de 2013. Ese día concluye su prohibición de entrar en Suiza. El purgatorio de Tailandia quizá  terminará. “Vivir aquí es difícil, especialmente cuando has crecido en otro lugar.

Por ejemplo, aquí nunca verás a un trabajador que le dice a su jefe cómo hacer mejor un determinado trabajo. Pero para mí es natural aportar mi pequeña contribución, aunque esta actitud es percibida como una falta de respeto”.

“Quiero volver a Suiza. Para ver a mi mamá y a mis amigos. Para reconstruirme una vida”. Aek no está seguro todavía de poder regresar a su país de adopción.

“Cuando estaba en Suiza contraje deudas por los procedimientos administrativos y las multas pendientes de pago. No sé si eso va a complicar mi regreso”.

Aek también es consciente de que una segunda oportunidad no sería vana. “Voy a trabajar duro. No importa si es en una la fábrica o en un empleo  remunerado por hora”.

Su intención es poner algo de lado, acumular un ahorro que le permita construir una casa y regresar a Tailandia. Esta vez por su propia elección.

Las medidas de alejamiento son aplicadas a extranjeros que se encuentra en Suiza sin permiso; han cometido violaciones graves o reiteradas en materia de seguridad u orden público; representan una amenaza para la seguridad interna.

Las medidas incluyen la expulsión, la deportación y la prohibición de entrada.

La decisión de expulsión otorga un plazo de entre 7 y 30 días para abandonar el país.

En algunos casos, la expulsión puede ser inmediata. Por ejemplo, si el extranjero es considerado un peligro para el país o si hay indicios de que buscará evitar la expulsión forzada.

La prohibición de entrada se otorga por un máximo de cinco años (pero puede ser mayor si la persona constituye una amenaza para el orden público y la seguridad).

(Traducción: Marcela Águila Rubín)

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