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Suiza, tierra de santos

Un silencioso grito de dolor

Un espectáculo inusual y casi perturbador tiene lugar cada Viernes Santo en Romont, una pequeña ciudad medieval del cantón de Friburgo. Mujeres cubiertas de vestimentas negras lloran ahí la muerte de Cristo.

El teatro moderno occidental tiene su origen en los Misterios de la Edad Media, donde episodios de la Biblia eran representados para que los fieles los entendieran. En Romont encontramos un poco de esa tradición. Ahí, las referencias más antiguas de la representación del Misterio de la Pasión datan de 1456.

Las Plañideras de Romont recuerdan a las mujeres de Jerusalén que acompañaron a Jesús en su ascensión al Gólgota donde habría de ser crucificado. La ceremonia tiene lugar en la colegiata de Romont y sus alrededores.

El proceso es inmutable. Una especie de sonajeros -que sustituyen a las campanas que, según la tradición popular, salían a Roma para la Pascua- son utilizados para llamar a los fieles a la misa del Viernes Santo, que se celebra a las 15.00 horas. El inicio de la ceremonia tiene lugar como en cualquier otra iglesia, con la lectura de la Pasión según San Juan.

En el momento de la evocación del Vía Crucis la ceremonia de Romont difiere de las demás. Entre diez y quince mujeres enteramente vestidas de negro salen de la colegiata e inician una pequeña procesión alrededor del edificio. Vemos una persona encapuchada que lleva la cruz y que simboliza a Cristo, seguida de una mujer que encarna a la Virgen, luego al grupo de plañideras, sacerdotes, monaguillos y finalmente a los fieles.

Las plañideras llevan sobre cojines rojos diferentes objetos que simbolizan la pasión de Cristo: martillo, clavos, corona de espinas, lanza y esponja, látigo…. Una de ellas lleva un lienzo blanco en el que está impreso el rostro de Cristo. Los católicos reconocen en ella a Santa Verónica, la cual limpió el rostro a Jesús. Una vez finalizadas las distintas estaciones del Vía Crucis, la asamblea vuelve a la Colegiata para concluir la ceremonia del Viernes Santo.

Las mujeres se mueven en absoluto silencio, para preservar la naturaleza sagrada de la ceremonia. Su anonimato también es estrictamente respetado.  Solamente sabemos que son jóvenes de Romont.

Esta costumbre casi desaparece en los años setenta. Pero hoy está más viva que nunca y tiene, además, un gran atractivo turístico, como lo demuestra el gran número de periodistas y fotógrafos aficionados presentes cada año.

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