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Tres mujeres frente a la legalización del aborto

Activistas a favor de la legalización del aborto celebran en Buenos Aires, el 14 de junio de 2018, tras la aprobación en diputados afp_tickers

De generaciones, clase social y trayectorias diferentes, tres mujeres marcadas por sus experiencias ante la disyuntiva del aborto siguieron como propio el debate parlamentario para su legalización en Argentina, que este jueves aprobaron los diputados y deberán considerar ahora los senadores.

En las calles aledañas al Congreso, rodeadas de decenas de miles de jóvenes que se manifestaron -muchas más a favor que en contra- del proyecto de ley, las tres confiaron a la AFP sus relatos personales.

– “Me pesaba la culpa” –

“Era lejos, un lugar horrible, sin ninguna asepsia. Fui en colectivo (autobús). Yo lloraba. Me acompañó mi pareja, pero él quedó afuera. Cuando me desperté, enseguida hubo que irse. Tomamos otro colectivo. Estuve ‘descontenida’ y me pesaba la culpa, pero no podía hacer otra cosa. En 30 años casi no se lo conté a nadie”, relató Margarita, de 62 años.

Con un chal verde al cuello, que identifica al movimiento a favor del aborto legal, el recuerdo aún la conmueve. Profesional de clase media, admite que tuvo suerte ya que puede contarlo.

“Tenía 30 años, un bebé de un año, estaba recién separada y tenía una pareja informal. El dinero lo tuve que conseguir yo”, recordó.

– “Irse, una forma de abortar” –

“Nací en la villa 21/24 (una barriada humilde). Todas en el barrio sabemos de alguien: una prima, una tía, una abuela, una amiga que vivió un aborto clandestino”, dijo Naty Molina, de 41 años y activista del Movimiento Popular La Dignidad.

Madre a los 16 años, Naty admite que entonces pensó en abortar, pero finalmente siguió adelante con el embarazo, lo que la obligó a dejar la secundaria. “Lloraba mucho”, evocó.

“Yo estaba acompañada, pero muchas de mis compañeras se embarazaron y quedaron solas. A nosotras nos culpan por tomar la decisión de abortar pero también por embarazarnos y tener hijos. Los hombres nos embarazan y se van. Esa también es una forma de abortar”, denunció.

Además de ese primer hijo, hoy de 27 años, Naty tuvo otros dos, de 25 y de 10, con su “compañero de la vida y de la lucha”.

– “Es la luz de mis ojos” –

Melisa, de 25 y residente en José León Suárez (periferia noroeste de Buenos Aires), es madre de dos niñas. Una de 8 y otra de 4, de dos padres distintos, de los cuales está separada. Su hija mayor es una persona con discapacidad, ya sufrió dos operaciones de cadera y le espera otra más. Camina con andador.

“Cuando supe que estaba embarazada tuve mucha bronca y pensé en abortar, pero me ganó la ecografía de mi bebé. Tenía derecho a vivir. Me dijeron que iba a ser Down, pero no fue así”, confiesa Melisa.

Dice que fue suya la responsabilidad. “Yo no me cuidé”, sostiene. “Dios me castigó porque pensé en abortar. En realidad, no me castigó, fue justo. Hoy, mi hija discapacitada es la luz de mis ojos. Dios me premió con la segunda. Se adoran”, afirma esta joven de bajos recursos que vive del dinero que le pasan ambos padres.

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