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Amal, una voz de la mutilación femenina

Amal Bürgin, originaria de Sudán. swissinfo.ch

Amal Bürgin porta un pañuelo rosa y una larga falda floral. Nos damos cita en la estación de tren de Basilea para compartir después el tranvía que la conduce de regreso a casa. Es cálida, hablantina y maneja ágilmente su iPhone, en el que me muestra orgullosa las fotos en las que aparece con sus hijos.

Es originaria de Sudán, pero vive en Suiza desde hace muchos años. Ella y su esposo suizo son padres de dos varones y una niña de entre 4 y 11 años de edad. El haber logrado concebir y alumbrar a esos pequeños resulta notable si se considera la brutal tradición a la que fue sometida de niña.

A los cinco años de edad, Bürgin se descubrió un día junto a su hermana mayor como protagonista de una ceremonia de mutilación genital en su nativa Jartum.

Hoy, con 42 años, aún sufre las consecuencias de una práctica de la que habló por primera vez con swissinfo.ch en 2008. Desde entonces ha confrontado a su madre con respecto al tema y ha ganado en experiencia al hablar en público sobre su dolorosa vivencia.

Terrible tradición

 Aunque la mutilación genital femenina (MGF) es considerada como delito por la legislación suiza, Bürgin se rehúsa a calificarla así.

“Es una antigua y terrible tradición, pero estoy en contra de calificarla como un crimen porque gente como mis padres la realizaron. Es una costumbre transmitida de generación en generación, y muchos padres piensan que hacen lo mejor para sus hijas”, afirma Bürgin.

A su juicio, esta práctica es importante para muchas familias por razones culturales y religiosas. Se considera que las hijas deben mantenerse “limpias” físicamente y evitar todo pensamiento vinculado al sexo antes del matrimonio.

Paradójicamente, en su familia, su padre estaba contra este procedimiento. Pero él no se encontraba en casa el día que se celebró la ceremonia de la MGF de las hermanas.

“Cuando regresó y se dio cuenta de lo que había pasado estaba furioso. Creo que, al estar casado con mi madre, sabía bien lo que esto representaría para nosotras. Y considero que por ello rechazaba que les pasara esto a sus dos hijas”, afirma Bürgin.

Pese a la oposición del padre, ella y su hermana sufrieron incluso una doble dosis de FGM.

“Cuando tenía ocho o nueve años sucedió de nuevo. Mis dos tías de Jartum dijeron que el trabajo realizado la primera vez no había sido ‘suficientemente bueno’ y que estaba ‘demasiado abierta’. Así que nos llevaron a mí y a mi hermana con una matrona famosa para repetir el procedimiento”, recuerda.  Al menos, en ambos casos, las prácticas se realizaron con higiene y bajo anestesia.

A partir de entonces, cada vez que Bürgin lloraba de dolor, para encontrar cierto alivio o porque tenía su periodo menstrual, su padre se enojaba y reprochaba a las mujeres de la familia: “Todo esto es por lo que ustedes le hicieron”.

Mi esposo, en shock

Siendo joven, Bürgin se mudó a Suiza en donde conoció a su esposo. A los 28 años, cuando se casaron, ella aún era virgen, algo que a él le costaba mucho creer. Y aunque su marido se había convertido al Islam siendo adulto, desconocía por completo que la práctica de la MGF fuera común entre algunas comunidades musulmanas.

“Mi esposo estaba en shock cuando lo descubrió en nuestra noche de bodas. No sabía nada sobre este tema, y no podía tener relaciones sexuales conmigo”, recuerda Bürgin. Y ella accedió de inmediato cuando le sugirió que visitaran a un médico.

“El doctor también estaba horrorizado, y esto me sorprendió de una forma más bien negativa”, narra Bürgin, quien afirma que esperaba que un ginecólogo al menos estuviera al tanto de lo que es una MGF.

“Me sometí a una operación para reabrirme y todos los recuerdos del pasado regresaron”, cita y detalla que le tomó un mes de reposo en cama recuperarse de la cirugía. “Fue muy doloroso, pero estoy satisfecha de haberlo hecho”.

Aunque Amal considera que todo esposo que ame a su mujer seguramente la llevaría a una clínica en vez de forzar relaciones sexuales con ella, en su opinión ésta no es la solución “La verdadera solución tendría que ser que los hombres expresen que no quieren mujeres que han sufrido una MGF”.

Pero mientras algunos hombres hacen campaña activa contra esta práctica, otros la consideran un asunto de mujeres.

“Recientemente encontré incluso un grupo en Facebook. Me sorprendió, pero me dio gusto que exista”, dice Bürgin.

En su entorno familiar, su hermano y su cuñada, padres de tres hijas, han decidido no circuncidarlas. Y su hermana también está contra este procedimiento.

Tras asistir a un evento sobre MGF organizado por la Unicef de Suiza en 2007, Bürgin decidió hablar claro sobre el tema para colaborar a la erradicación de esta práctica en el mundo. Algún tiempo después dio una conferencia en la Universidad de Basilea, aún le brillan los ojos cuando recuerda el aplauso que recibió al final.

En Sudán, su hermana habla con frecuencia sobre el activismo de Bürgin en Suiza.

“Sé que todas mis amigas del pasado son cultivadas y están en contra de la MGF. Ellas vivieron una, pero no avalan esta práctica, y estoy segura que no someterían a sus hijas a lo mismo”, refiere.

Como Dios la hizo

En el presente, Bürgin es capaz de hablar con extraños sobre lo que le sucedió. Sin embargo, durante mucho tiempo no se atrevió siquiera a abordar el tema con su propia madre.

“Desafortunadamente, no pude hablar antes sobre el asunto porque era un tabú. Ahora se vuelve más aceptable”, dice y añade  que le resulta imposible comprender por qué la ablación femenina es considerada en el país en el que creció como una “adorable y feliz ocasión”.

Hace un par de años finalmente tuvo la oportunidad de discutir el tema de la MGF con su madre, quien la visitaba en Basilea.

Bürgin cambiaba el pañal a su hija pequeña cuando su madre le dijo: “Oh, ¿la dejarás así o se lo harás?”.

Bürgin respondió: “No, jamás”, luego respiró profundamente y continuó: “OK, madre, eres tú quien ha puesto el tema sobre la mesa; ahora quiero preguntarte: ¿Por qué nos hiciste eso? ¿Recuerdas como lloraba de dolor?”.

Su madre arguyó que era una tradición y ésta que venía del Islam, a lo que Bürgin le dijo que no había nada en el Islam que afirmara que los genitales de las niñas debían ser mutilados.

“Mi madre insistió: ‘¿Entonces no lo harás? Y yo le respondí: ‘No’. Y no dijo nada más”, rememora Bürgin.

En el presente, su hija tiene cuatro años y la madre de la niña tiene perfectamente claras cuáles son las diferencias que existen entre su cuerpo y el de ella.

“Ahora veo la diferencia entre mi hija y yo. Jamás podría decir que el mío es mejor o más bonito. No, tiene un aspecto horrible. Pero justo como luce mi hija es como Dios la hizo”.

La MGF comprende todo tipo de procedimiento de remoción parcial o total, de los órganos genitales femeninos. Incluye también cualquier daño provocado a dichos órganos que no tenga razones médicas.

Esta práctica es más común en las regiones del Este, Oeste y Noreste de África, en algunos países de Asia y en Medio Oriente, y entre migrantes de estas regiones hacia otros países.  

Los defensores de la MGF citan motivos culturales, religiosos y sociales para practicarla.

En el presente, se tienen clasificados cuatro tipos de MGF:

Clitoridectomía: Remoción parcial o total del clítoris y, en algunos casos particulares, solo del prepucio del éste.

Escisión: Eliminación parcial o total del clítoris y de los labios menores, con o sin ablación de los labios mayores.

Infibulación (o ablación faraónica): Consiste en el estrechamiento de la abertura vaginal a través de la creación de un sello que la cubrirá. Éste es conformado cortando y luego recolocando los labios interiores o exteriores. Algunas veces se acompaña de la remoción del clítoris.

Otros: Cualquier procedimiento que generan daño a los órganos genitales femeninos y que sea ajeno a un propósitos médico se inscribe en esta categoría, que incluye por ejemplo las perforaciones, incisiones, raspados y cauterizaciones, entre otras prácticas.

En lo inmediato,  las consecuencias de una MGF pueden incluir dolor severo, hemorragias, infecciones, retenciones de orina, heridas abiertas y daños en los tejidos genitales.

En el largo plazo, puede provocar la llamada vejiga recurrente, infecciones urinarias, cistitis, dolor durante los intercambios sexuales, infertilidad y un riesgo mayor de complicaciones durante el parto o de muerte del recién nacido.

 Fuente: Organización Mundial de la Salud (OMS).

Traducción, Andrea Ornelas

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