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«Venimos a presionar», indígenas de Latinoamérica desembarcan en la COP30 para hacerse oír

Carlos Meneses

Belém (Brasil), 1 nov (EFE).- Por tierra, agua y aire, pueblos indígenas de toda América Latina empezaron a llegar este sábado a Belém, en Brasil, para hacerse oír más que nunca en la cumbre climática de la ONU (COP30), que comenzará a partir de la próxima semana en la puerta de entrada a la Amazonia.

Una barcaza de tres alturas acaba de atracar a orillas del río Guamá. Lleva banderas de varios países, a babor y estribor, y pancartas con un mensaje claro en letras rojas y negras: «Exigimos financiación».

A bordo del «Golfinho Mar II», cerca de doscientos indígenas, miembros de otros pueblos tradicionales y activistas socioambientales de veintiún países, entre ellos México, Colombia, Brasil y Chile, acaban de terminar una travesía simbólica de resistencia, organizada por la Alianza de los Pueblos por el Clima.

Decenas de hamacas coloridas se cruzan en el interior, algo tradicional en este tipo de navíos amazónicos sin camarotes que conectan distancias enormes.

Piden voz en las negociaciones

Han sido dos días de viaje desde Santarém hasta Belém por las aguas dulces de la imponente cuenca amazónica. Dos días de discusiones y debates sobre cómo afrontar la COP30. Tienen claro dos puntos: quieren estar en el centro de la toma de decisiones y que el dinero de los proyectos de desarrollo sostenible llegue a la base.

«Estamos preparados para hacer de esta COP la COP del pueblo. Es un momento único para que denunciemos las violencias que sufrimos y exigir lo que queremos: financiación climática para quienes defienden el territorio y que llegue a la base», dice a EFE la líder indígena Val Munduruku.

El pueblo Munduruku es uno de los más hostigados de la Amazonia brasileña, cercados por madereros, mineros y otro actor ilícito recién llegado: el crimen organizado.

De Oaxaca a Barranquilla

Problemas parecidos enfrenta Mario Quintero, originario del estado mexicano de Oaxaca. Vestido con un sombrero de vaquero y una camiseta negra con la inscripción «Virgen de las Barricadas», una reformulación de la Virgen de Guadalupe, Quintero encabeza una comitiva de unas treinta personas.

Su camino hacia Belém empezó el pasado 4 de octubre. Le acompañan miembros de las etnias yaqui, purépecha y zapoteca, entre otras. No fue fácil llegar hasta la capital de Pará.

Nicaragua les negó el ingreso, lo que los obligó a volver a Honduras y tomar un vuelo a Costa Rica.

«Fuimos detenidos durante unas 4 horas. En esas 4 horas nos retuvieron el pasaporte. Creemos que investigaron los perfiles de cada persona -algunos tenemos un perfil político que destaca- y una compañera en específico que estuvo dos veces allí pudo ser la alarma», explica a EFE.

Como Val, Quintero también reivindica el papel central de los pueblos originarios en las discusiones climáticas.

«El 80 % de la biodiversidad sigue resguardada por comunidades indígenas y es donde justamente se están realizando megaproyectos», que solo favorecen a grandes «consorcios industriales», denuncia Quintero, coordinador de la Asamblea de los Pueblos Indígenas del Istmo en Defensa de la Tierra y el Territorio.

En este contexto, el activista mexicano recuerda que en su región hay veintiún parques eólicos y proyectos mineros de los que solo se benefician grandes corporaciones, y alerta de los impactos negativos que puede acarrear el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, que pretende ser una alternativa al Canal de Panamá.

«Pedimos paz, justicia, libertad y mecanismos que permitan a las comunidades su proceso de libre autodeterminación sin presiones de Estados, empresas o grupos paramilitares», demanda.

Jason Salgado nació en Belice, pero vive en Colombia y representa a la organización Barranquilla +20, dedicada al empoderamiento de mujeres y jóvenes.

«Queremos ser parte de la toma de decisiones» que «determinan nuestro futuro», exige el activista.

Advierte de los cada vez más visibles efectos de la crisis climática acelerada por la acción humana. Pone como ejemplo la Ciénaga de Mallorquín, una joya ecológica donde el agua dulce del río Magdalena se mezcla con las corrientes saladas del mar Caribe.

Relata que los manglares están siendo deforestados por la expansión del urbanismo y por el propio cambio climático, lo que está afectando a «muchas familias de alrededor que viven del turismo y la pesca».

Son las duras realidades que trae este barco cargado de reivindicaciones que esperan que se concreten en la COP30 porque están cansados de participar apenas como «oyentes» de discursos bonitos que no se materializan.

«Hasta el momento hemos tenido una treintena conferencias del clima y ninguna trajo respuestas concretas», resalta Ana Rosa Calado, activista de los pueblos terreiros de matriz africana y directora ejecutiva de la organización Engajamundo. EFE

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