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¡Los derechos políticos no son una herramienta para la inclusión!

Demi Hablützel
Serie Inclusión, Episodio 4:

Demi Hablützel es presidenta de la Juventud de la Unión Democrática de Centro (JUDC) del Cantón de Basilea-Ciudad. En el siguiente artículo, la jurista en formación expone las razones por las cuales los derechos políticos se deben conceder únicamente a los ciudadanos suizos, una opinión mayoritaria en Suiza.

La ciudadanía suiza se concede por descendencia, es decir, se adquiere de los padres (en aplicación del principio de descendencia o ius sanguinis) o se obtiene en un momento posterior a través de la naturalización.

La nacionalidad conlleva el uso de derechos políticos a partir de una edad determinada. Permite al titular de la misma ejercer el derecho de voto y de elección y, por tanto, ser parte de la sociedad en un país (¡democrático!), sea de manera activa o pasiva.

Algunos acontecimientos recientes nos permiten reflexionar sobre las causas de las crisis que han afectado a Europa y al mundo en los últimos años. Refiriéndonos a Suiza, hay que plantearse la pregunta: ¿Cómo debemos organizar nuestra democracia en el futuro y qué alcance deben tener los derechos de participación política para que seamos capaces de superar aún mejor o incluso impedir colectivamente —como país o como equipo— futuras crisis mediante el uso de las estructuras democráticas?

Aquí entra en juego como opción a discutir el concepto de la inclusión en el sentido de un “punto de destino” en el camino que conduce de la exclusión a la separación e integración.  Inclusión es un término que encontramos cada vez con mayor frecuencia en la política y la sociedad.  La inclusión aspira a una forma de sociedad en la que cada persona pueda participar e intervenir sin ningún tipo de obstáculos; es decir, una sociedad en la que cada persona puede ser o devenir una parte valiosa, con independencia de las normas y de los esfuerzos individuales.

Las democracias de todo el mundo están en crisis. Desde hace unos 15 años, existe una tendencia hacia el autoritarismo y las dictaduras.

Suiza, en cambio, es un remanso de estabilidad. Casi todos los partidos se sientan juntos en el gobierno, nunca hay elecciones anticipadas y, sin embargo, los ciudadanos con derecho a voto pueden votar sobre distintas cuestiones en iniciativas y referendos con más frecuencia que en cualquier otro país del mundo.

Pero la historia de la democracia suiza es también una historia sobre a quién se permite opinar y a quién no. Cuando se fundó el Estado federal en 1848, solo el 23% de la población tenía derecho a voto, y durante más tiempo en su historia, la democracia suiza excluyó a la mitad de la población: las mujeres solo han tenido derechos políticos durante unos 50 años. Sin embargo, hoy en día, muchos suizos siguen sin poder expresar su opinión.

Quién puede opinar y quién no es políticamente controvertido. Hasta ahora, la clara mayoría de la población suiza siempre ha rechazado una ampliación de los derechos políticos, por ejemplo, a los extranjeros asentados. Como la política y abogada del Partido UDC (Unión Democrática de Centro) Demi Hablützel, que escribe en su artículo de opinión: “Los derechos políticos no son una herramienta para la inclusión”.

Pero las democracias tienen que enfrentarse una y otra vez a la delicada cuestión de quién puede opinar y hasta qué punto. Especialmente cuando la democracia liberal ya no es la norma mundial indiscutible, los Estados democráticos deben estar a la altura de sus propias expectativas.

Por eso SWI swissinfo.ch dedica esta serie a la inclusión política. Examinamos los debates y discusiones sobre quién tiene voz en Suiza y en qué medida. Hablamos con expertos. Presentamos a personas y movimientos que trabajan por la plena inclusión política de diversas minorías y personas marginadas en Suiza.

Por cierto, los suizos residentes en el extranjero también estuvieron excluidos durante mucho tiempo: solo se les permitió votar a partir de 1992.

La democracia directa como garantía de éxito

Pero lo que suena romántico desde el punto de vista de la ética social, tiene naturalmente sus trucos. Frente a las crisis mencionadas hay activistas que exigen una democracia más robusta y más posibilidades de participación política para cada individuo. ¿Una democracia más robusta? ¿Más robusta que la nuestra en Suiza? ¿De verdad?

Evidentemente, una democracia estable y una participación directa de la población en el proceso político son de importancia central y una de las razones por las cuales existen aquí en Suiza condiciones paradisíacas si hacemos una comparación internacional.

Sin pilares democráticos no existirían muchas cosas; conocemos de sobra la situación en muchos países del mundo, que no necesitamos exponer en este lugar.

En resumidas cuentas: ¡Suiza es un modelo de éxito que la democracia directa garantiza! Permite a todos los ciudadanos y ciudadanas participar a corto, medio y largo plazo en las decisiones políticas (y, por consiguiente, económicas) para desarrollar nuestro futuro.

Reconocer las derrotas en las votaciones y elecciones forma parte de ello, al igual que aceptar las mayorías. Esto a veces es desesperante porque es algo que nos remite a una “sentencia” irónica que conocemos del deporte: unas veces se pierde, otras veces ganan los otros…

Sociedad típica de la inmigración

Sin embargo, grupos de la izquierda ecologista reiteran cada vez con mayor frecuencia su demanda de integrar en el proceso político de Suiza (casi) sin obstáculos a los residentes extranjeros, y eso ya antes de su naturalización. Las consecuencias serían una mejor integración y, finalmente, una inclusión completa. Por lo tanto, la máxima consistiría en una participación total con independencia de la cultura y la nacionalidad.

Suiza es una típica sociedad de la inmigración, de lo cual resulta un crecimiento demográfico dinámico. La emigración y sobre todo la inmigración son un hecho cotidiano de este Estado.

¡Hay que aprovechar las oportunidades de la naturalización!

La consecuencia de ello es que cerca de una cuarta parte de nuestra población residente no puede participar en el proceso político. Los partidos de la izquierda utilizan palabras drásticas para referirse a esta situación: dicen que las personas están excluidas de nuestra sociedad.

Por eso es, desde luego, legítima la pregunta si es necesario introducir el derecho de voto para los extranjeros. ¿Es el principio del ius sanguinis un modelo anticuado? ¿Y sería, por el contrario, el ius soli, es decir, el principio por el cual la ciudadanía se concede según el lugar de nacimiento, más conforme con el espíritu de la época actual?

En mi opinión, sin embargo, no se plantea precisamente la cuestión de si los extranjeros y extranjeras con su estatus se encuentran fuera de nuestro proceso político. Porque, efectivamente, están excluidos de él, y con justo título.

La cuestión es más bien por qué los residentes extranjeros no aprovechan —después de cierto tiempo— la oportunidad que les ofrece la ley para obtener el pasaporte suizo, ¡si es que lo quieren realmente! Las opciones existen y están también asociadas a determinadas condiciones, que en su mayoría son razonables. No todas, estoy de acuerdo. Y en este sentido puedo imaginarme algunas correcciones, sin lugar a duda.

La democracia significa, entre otras cosas, que todos tienen las mismas oportunidades para hacer valer su derecho a la autodeterminación y la coparticipación en la comunidad política local y en el Estado.

Recompensa merecida por la integración

Tanto el principio del ius soli como el derecho de sufragio de los extranjeros por sí solos no garantizan una integración exitosa. La integración es, en primer lugar, una cuestión de la voluntad propia de cada uno y del empleo de todos los recursos individuales posibles en un “terreno de juego” dado.

Por eso, los derechos políticos no deberían ser una herramienta de la integración. ¡Deberían ser más bien el objetivo meritorio al final de un proceso individual de integración! En cambio, el hecho de haber nacido y haberse criado en Suiza no es, evidentemente, una señal inequívoca para una integración exitosa. 

La aplicación del ius soli significa que la naturalización sea automática. Los Estados Unidos, por ejemplo, lo introdujeron para promover la inmigración. ¿Pero quiere precisamente Suiza aplicar este sistema? ¿Precisamente nosotros, que no carecemos de personas de todo el mundo dispuestas a inmigrar a nuestro país?

La introducción del ius soli en detrimento del ius sanguinis iría en contra del objetivo de un control de la política de inmigración y naturalización razonable y útil para los intereses reales (¡que no determinadas por ideologías subjetivas!) de Suiza.

El voto extranjero no tiene ninguna perspectiva en una democracia directa

Tanto en el ámbito municipal y cantonal como en el nacional, los partidos de la izquierda ecologista ponen encima de la mesa electoral reiteradamente el derecho de sufragio de los extranjeros, a pesar de no tener ninguna posibilidad de ser aprobado por el pueblo que lo ha rechazado rotundamente en repetidas ocasiones.

¿Qué motivación hay detrás? Pues, como acabamos de exponer, ¡objetivamente Suiza no sacaría beneficio alguno del ius soli!

O dicho de manera distinta y más gráfica: ¿Por qué dar una recompensa sin aportación previa? ¿Por qué conceder derechos políticos sin integración?

Es obvio, por tanto, ¡que la concesión prematura de derechos políticos no garantiza en absoluto una inclusión útil para Suiza y las personas que viven en este país!

Adaptado del alemán por Antonio Suárez

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