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A la sombra de los picos himalayos, una carretera destinada al trueque

Mercaderes del norte de Pakistán trepan por un camino peligroso, en altitud, para abastecer a los habitantes aislados del corredor de Wakhan, en el noreste de Afganistán. Foto tomada el 11 de octubre de 2017 afp_tickers

El mercader Afzal Baig aguijonea en vano su caballo. El animal se niega a dar un paso más por el peligroso sendero de montaña que escala, cargado con mercancías destinadas al trueque en Afganistán.

A casi 5.000 metros de altura, el paso de Irshad, antaño un tramo de la Ruta de la Seda, es hoy la frontera física entre Afganistán y Pakistán.

Este inhóspito lugar es uno de los pocos puntos de acceso al corredor de Wakhan, una remota y estrecha franja de territorio situada en el noreste de Afganistán.

Generaciones de mercaderes como Afzal Baig recorrieron este corredor con sus animales de carga. Un simple tropiezo en el paso estrecho puede provocar una caída de cientos de metros.

Mientras Afzal Baig se enfada con su caballo, se levanta una ventisca.

“No te fíes de este camino”, grita a un periodista de la AFP que sigue a su pequeño grupo. “Te puede traicionar en cualquier momento”.

Los vendedores se dirigen al encuentro de la tribu wakhi, que vive en Wakhan, para canjear su cargamento por ganado.

Apenas un puñado de personas hacen cada año este vertiginoso trayecto en el corazón del “nudo de Pamir”, el punto en el que convergen tres de las cordilleras más altas del mundo.

– Desaparecidos en avalanchas –

Baig rasca la nieve de los cascos del caballo y prosigue el viaje. El temporal impide ver a más de unos pocos metros, obligando a los hombres a guiarse con el ruido del caballo que los precede.

Cráneos y huesos humanos yacen en las cuevas que aparecen a lo largo del camino. Según Baig, son los restos de mercaderes que fallecieron al intentar cruzar el corredor.

Él mismo perdió a seis de sus compañeros de viaje, desaparecidos en avalanchas. Tres de ellos murieron en un accidente. Hubo que esperar casi un año para encontrar sus cuerpos.

Baig y sus clientes en Wakhan no tienen dinero. Todos los intercambios se basan en el trueque de ganado. Tres sombreros valen un carnero; media docena de relojes de plástico valen dos ovejas o una cabra; y 10 kilos de té o cinco de harina valen un yak.

La otra moneda de intercambio es la mantequilla de yak, conservada en odres hechos con vísceras de cabra o de carnero.

– Mantequilla de yak por calcetines –

La mantequilla de yak es un bien muy apreciado. Una bolsa puede cambiarse por 10 cajetillas de tabaco, tres pares de zapatos o seis a ocho pares de calcetines.

“Espero obtener tres yaks”, dice Baig, sentado junto a una hoguera, mientras bebe té mezclado con copos de nieve.

El comercio con Wakhan es “su herencia ancestral”, explica. Su padre y su hermano mayor recorrieron ese camino antes que él, pero ahora son demasiado mayores para hacerlo.

Los habitantes de Hunza, un antiguo principado situado al otro lado del paso y que ahora forma parte de Pakistán, cuentan que la tradición del trueque con Wakhan comenzó hace varios siglos y contribuyó a consolidar la paz entre los pueblos.

Para Aziz Ali Dad, un antropólogo que estudió las tribus de esta zona conocida como Alta Asia, esa vía comercial representa una arteria menor de la Ruta de la Seda.

“Antaño, las tribus de la frontera entre China, Tayikistán, Afganistán y Pakistán comerciaban entre ellas”, explica a la AFP.

La invasión soviética en Afganistán acabó con esos intercambios. Pero la ruta que enlaza Wakhan con Hunza sobrevivió, probablemente porque el paso de Irshad es una de las pocas vías de acceso al corredor y porque la región permaneció al margen de la guerra.

“La gente de ambos lados de la frontera comparte la misma cultura, la misma lengua y parentesco y es una ventaja adicional”, dice.

– Botones coloridos –

Cuando Baig llega a la primera aldea en Wakhan, los habitantes se precipitan hacia él. Los hombres lo abrazan y toman las riendas de su caballo, y las mujeres le besan las manos, una forma de saludo tradicional en la tribu wakhi.

“¿Me has traído los botones que te encargué el año pasado?”, pregunta una de ellas mientras le sirve té.

Las habitantes de Wakhan mantienen una relación especial con el tiempo. Muchas ignoran su edad, pero los relojes de plástico que traen los comerciantes son su adorno favorito.

Cosen todo tipo de objetos coloridos, botones o botellas de plástico, incluso cortaúñas, en su ropa para embellecerla.

Una mujer, que ya lleva cuatro relojes de plástico en un brazo, le pregunta a Baig si le ha traído más. “Necesito más para el otro brazo, quizá tres o cuatro”, dice.

Su familia negocia un yak, un odre de mantequilla y cuatro carneros a cambio de botones, relojes, unos pares de calcetines y sombreros de lana.

Los mercaderes dejan dos yaks a crédito. Un hombre de la familia prevé viajar a Hunza en los próximos meses para conseguir harina y arroz.

“Este [sistema] se basa en la confianza”, explica Baig. “Es tan viejo como el propio comercio”.

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