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A las puertas del “infierno” del casco antiguo de Mosul

Un vehículo de las fuerzas iraquíes avanza por una calle en ruinas de la Ciudad Vieja de Mosul este sábado 24 de junio afp_tickers

Escaparon de la muerte y la hambruna, pero están traumatizados. Un puñado de habitantes del casco antiguo de Mosul liberados del yugo de los yihadistas por el avance del Ejército iraquí han salido temblorosos del “infierno”.

Los blindados de las fuerzas especiales iraquíes los van dejando en pequeños grupos en la acera de una avenida polvorienta y desértica en la que sólo hay unos soldados y un hospital de campaña.

A unos cientos de metros de allí, se libran combates encarnizados en los barrios de la Ciudad Vieja de Mosul, un laberinto milenario de callejuelas y casas de piedra.

El Ejército progresa en los últimos kilómetros cuadrados todavía en poder de cientos de yihadistas del grupo Estado Islámico (EI), asediados pero determinados a luchar hasta el final, es decir, hasta la muerte, en medio de decenas de miles de civiles prisioneros entre dos fuegos.

Cada casa recuperada permite a los soldados liberar a civiles, encerrados por miedo a los ataques que diezman al casco antiguo: bombardeos aéreos iraquíes y de la coalición internacional, obuses y francotiradores yihadistas que no dudan en abrir fuego contra quien ose escapar.

Los soldados verifican la identidad de los civiles y los depositan en la clínica, tras repartir agua y galletas que devuelven la sonrisa a los niños hambrientos. Los adultos están traumatizados. Todos describen un “infierno”.

– ‘Venimos de la muerte’ –

“Demasiados inocentes han muerto”, grita una mujer vestida de negro. “Venimos de la muerte”, afirma temblando Amir, de 32 años. Tiene dos hijos de dos y cuatro años, Qusai y Hasán. Muestra un viejo vaso metálico en el que quedan unas migas de pan guardadas como un tesoro. “Esto es lo que comemos desde hace semanas”.

Durante semanas, Um Nashuan, de unos 60 años, alimenta a su familia con una cocción de “harina mezclada con agua”. Sólo pensaba en una cosa: “Olvidar el hambre”.

Los civiles viven “enclaustrados en los sótanos y prácticamente mueren de hambre”, afirma un oficial. “Algunos comen hierba; otros, perros”, añade.

“La mayor parte sufre deshidratación, desnutrición, sobre todo los niños. Con frecuencia los adultos están histéricos, porque han perdido a tres o a cuatro miembros de su familia”, explica Ahmed Diran, uno de los cooperantes de la clínica.

“Y lo peor quizá esté por llegar, porque cuanto más avance el Ejército más civiles hay hacinados con los yihadistas en un número reducido de edificios y, por lo tanto, son muy vulnerables”, explica.

Expulsar al EI del casco antiguo de Mosul permitirá al Ejército iraquí recuperar el control de la totalidad de la segunda ciudad de Irak, caída en junio de 2014 en manos de los yihadistas.

– ¡Tomen toda mi sangre! –

La acogida de los desplazados de la Ciudad vieja transcurre en medio de cierta tensión. Parte de la población los considera sospechosos de ser indulgentes con el EI e incluso de simpatizar con el grupo por haber tardado tres años en huir de los yihadistas.

Además, el jueves un suicida del EI que logró colarse entre los civiles que huían del casco antiguo cometió un atentado en un barrio aledaño. Balance: 12 muertos.

Un enésimo blindado llega con las sirenas abiertas y deja a un matrimonio que carga el cuerpo inerte y ensangrentado de un niño. La mujer, con túnica negra y velo rosa, se deja caer sobre una silla gritando a los soldados: “Llevábamos meses esperándoles, ¿por qué han tardado tanto?”

Sus brazos están manchados de sangre de su hijo único, de unos 6 años, alcanzado por un disparo procedente de no se sabe dónde en una callejuela del casco antiguo. Tendido sobre una camilla, el pequeño se debate entre la vida y la muerte.

Su madre golpea la cabeza contra la pared. “Es mi hijo único, sálvenlo, se lo suplico. ¡Tomen toda mi sangre si hace falta!”, grita. Cuenta que pese a las amenazas del EI, ella y su marido decidieron huir tras la muerte de dos allegados en un bombardeo.

El niño estaba encantado, cuenta llorando la madre. “Tenía hambre, decía: ‘Quiero ir a saludar a los soldados y que me den galletas'”, comenta.

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