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Asad en camino a una fácil reelección, tras 10 años de guerra

El presidente sirio Bashar al Asad durante una entrevista en Damasco, el 28 de noviembre de 2019 afp_tickers

Contra viento y marea, el presidente sirio Bashar al Asad se ha mantenido en el poder a lo largo de una década sangrienta que transformó a su país en un campo de ruinas. Ahora, avanza hacia una presidencial que tiene prácticamente ganada.

Hace diez años, en un juego de dominó regional, sus días en el poder parecían contados: la ola de la primavera árabe ya había derrocado al tunecino Ben Ali y al egipcio Hosni Mubarak.

Pero, tras haber perdido el control de la mayoría del territorio sirio, y pese al aislamiento internacional, el hombre fuerte de Damasco permaneció al mando, a costa de una guerra civil y una tutela extranjera.

Cuando estallaron las manifestaciones prodemocracia en marzo de 2011, hubo dudas sobre la capacidad de resistencia de Asad, un oftalmólogo formado en el Reino Unido, y de la minoría alauí, a la cual pertenece, que detenta el poder.

Pero “Bashar”, que sucedió a su padre Hafez en 2000 después de tres décadas de un reinado de hierro, salvó su poder gracias a su resistencia y sangre fría, combinados con otros factores, como la influencia sobre los aparatos de seguridad, retirada de Occidente, apoyo determinante de Rusia e Irán.

“Años después de haber reclamado su salida y pensado que iba a ser derrocado, el mundo quiere hoy reconciliarse con él. Asad ha sabido jugar a largo plazo”, subraya el político libanés Karim Pakradouni.

– Cerca de 400.000 muertos –

A mediados de marzo de 2011, dos meses después del comienzo de la “Primavera Árabe”, hubo manifestaciones por la libertad y la democracia en Siria.

Pero Asad no titubeó: la represión fue sangrienta, provocando una militarización del levantamiento y luego su transformación en una guerra compleja que implica rebeldes, yihadistas, potencias regionales e internacionales.

En 2015, la intervención militar de Rusia fue decisiva para el régimen, que invirtió la tendencia y encadenó victorias. Hasta la fecha, sólo un puñado de regiones, entre ellas el bastión yihadista y rebelde de Idlib (noroeste), se le escapa todavía.

En una década, el conflicto causó la muerte de 387.000 personas, de ellas un gran número civiles, desplazado y empujado al exilio a más de la mitad de la población de antes de la guerra (estimada en más de 20 millones). Decenas de miles de sirios están encarcelados.

La gran mayoría de sirios sobrevive en la pobreza, golpeados por un colapso económico atribuido por las autoridades a las sanciones occidentales.

Imperturbable, Asad “se ha mantenido firme, sin hacer concesiones”, resume Pakradouni.

– “Miedo al caos” –

Pese a decenas de miles de deserciones, el ejército tuvo un papel fundamental en la supervivencia de Asad, a diferencia de Túnez y en Egipto, donde los militares abandonaron a Ben Ali y a Mubarak.

En Siria, “la jerarquía militar permaneció fiel” porque había sido copada “por allegados a Asad y los alauíes”, explica Thomas Pierret, del Instituto de Investigación y Estudios de los Mundos Árabe y Musulmán.

Los miembros de esta minoría religiosa cercana al chiismo “representaban probablemente más del 80% de los oficiales en 2011 y ocupaban prácticamente todos los puestos influyentes”, agrega.

Bajo anonimato, un investigador sirio que vive en Damasco señala “la determinación y el rigor” de Asad. “Logró centralizar todas las decisiones”, afirma.

El presidente apostó por la sociología siria -divisiones entre árabes y kurdos, divergencias entre sunitas, su clan alauí y otras minorías-.

“Se benefició del miedo al caos” entre los sirios y “del miedo por la supervivencia de su propio campo” alauí, añade el investigador.

Instrumentalizando el auge de los grupos yihadistas, el régimen se erigió en protector de las minorías, en particular de los cristianos.

Asad se benefició de la ausencia de una oposición política creíble, incluso cuando se volvió un paria, cuando muchos países impusieron sanciones en 2011.

En 2012, más de 100 países reconocían una “Coalición Nacional de Fuerzas Revolucionarias y de Oposición” como única representante del pueblo sirio. Pero, pese a los esfuerzos internacionales, la oposición en el exilio y los rebeldes en Siria no lograron formar un frente unido. En el terreno, las facciones armadas se fragmentaron.

Asad también se aprovechó de las dilaciones de Occidente a la hora de pesar militarmente, con Estados Unidos a la cabeza, después del fiasco libio. Y, a lo largo de los años, adquirió la certeza de que ningún avión estadounidense bombardearía Damasco.

– “Decepción” –

Ahora, la atención está en las elecciones presidenciales del verano boreal, que serán una simple formalidad, en ausencia de competencia seria para Asad, quien, a los 55 años, debería ganar holgadamente un cuarto mandato.

Los países occidentales, antes intransigentes sobre la salida de Asad, se contentan con reclamar un fin negociado del conflicto.

La culminación de estos esfuerzos es un comité constitucional patrocinado por las Naciones Unidas, que reúne a representantes del régimen, la oposición y la sociedad civil. Pero también aquí se perfila un fracaso para los occidentales, que acusan a Damasco de sabotaje.

“No podemos seguir así”, advirtió recientemente el enviado de la ONU, Geir Pedersen, expresando su “decepción”.

“Este proceso es una broma desde hace tiempo. El régimen sirio y sus padrinos van a decir al mundo: ‘se celebraron elecciones, el juego terminó, saquen sus chequeras y financien las infraestructuras que hemos bombardeado durante una década'”, afirmó una fuente diplomática occidental.

El gobierno sirio asegura que las presidenciales no tienen relación con las negociaciones en Ginebra.

Para el investigador anónimo en Damasco, la situación es “inextricable”. “El régimen sirio no puede ser reintegrado en el sistema internacional, pero tampoco puede permanecer excluido”, dice.

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