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Después de 900 km de marcha, un “chaleco amarillo” francés lucha contra el desaliento

José Manrubia habla con unas mujeres durante una concentración contra el Gobierno francés y la violencia policial, el pasado 20 de enero en París afp_tickers

El extorero José Manrubia caminó 900 kilómetros entre rotondas, carreteras y peajes de toda Francia para recoger las reivindicaciones de los “chalecos amarillos” y llevarlas hasta París. Un año después, este franco-español hace un balance agridulce de la protesta.

“Ha habido una desmovilización porque la gente no ve futuro en este movimiento”, resume de forma sencilla este “chaleco amarillo” de 54 años, que participó en los primeros bloqueos en la ciudad de Arles, en el sur de Francia, antes de emprender su recorrido hacia la capital.

Para este extorero que hoy se gana la vida como artista plástico, lo que fue en un inicio la “fuerza” de este movimiento, es decir su estructura horizontal, fue también su “debilidad”. “Faltaron directivas para decir ‘vamos a seguir la lucha de esta manera o de esta otra'”, dice a la AFP, con cierta amargura.

El movimiento de los “chalecos amarillos”, que debe su nombre a esta prenda obligatoria en todos los vehículos en Francia usada en caso de accidente, nació hace un año en las redes sociales. Su detonante fue el alza del impuesto a los carburantes, pero rápidamente destapó un rechazo generalizado a la política social y fiscal del gobierno de Emmanuel Macron.

– ‘Vivir mejor’ –

José Manrubia se movilizó desde el primer día: el 17 de noviembre de 2018. Pero este hijo de inmigrantes españoles se dio a conocer a nivel nacional cuando en diciembre decidió emprender, junto a un grupo de compañeros, una marcha a pie de casi 900 kilómetros, de Arles a París, en pleno invierno, visitando en el camino algunos de los puntos más calientes de las protestas.

“Llevábamos un mes ocupando las rotondas, necesitábamos cambiar de estrategia”, explica este hombre de cabello negro sembrado ya por algunas canas.

“De ahí vino la idea de hacer una marcha pacífica hasta París, pasando por los lugares ocupados en todo el país” para recoger las reivindicaciones de los manifestantes y compartir experiencias, cuenta.

En su marcha conoció a cientos de “compañeros de lucha”, obreros, jubilados, desempleados, jóvenes o madres solteras con los que habló de impuestos, poder adquisitivo, democracia y medioambiente. “Me di cuenta de que todos teníamos las mismas preocupaciones y deseábamos lo mismo: vivir mejor”, dice.

Lo que más le marcó de su periplo de 34 días fue ver “tanta miseria humana”. “Nunca había visto tanta gente con necesidad, fue un choque para mí. Soy de una familia humilde, pero no sabía que en Francia había tanta miseria”, relata este hombre que vive de su arte, hecho únicamente con material reciclado.

– Con la mirada en Chile –

Varios meses después de su marcha, José Manrubia lamenta que pese al hartazgo generalizado ante la subida de impuestos y la pérdida de poder adquisitivo los franceses “no se hayan volcado masivamente a las calles”.

“Creo que lo que faltó es más fraternidad entre los franceses. Una mayoría de la clase media piensa que como no le va del todo mal, tiene qué comer o medios para irse de vacaciones no tiene razones de ir a luchar con los que tienen menos”, estima.

“Cuando veo lo que está pasando en América Latina, sobre todo en Chile, ese apoyo masivo del pueblo que no tiene otra alternativa más que unirse, me doy cuenta de que el futuro está allá”, dice.

Para él, “Francia fue el detonante de un movimiento que se está haciendo mundial, que cristaliza un desacuerdo de los pueblos con sus gobernantes”.

Y no descarta que la “chispa” vuelva a encenderse en Francia, una chispa que “haga que la gente se eche realmente a las calles pero de forma más masiva”.

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