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El muro del Sáhara Occidental, fuente de sufrimiento

Zghala, una mujer saharaui, el 3 de febrero de 2017, junto a una columna de flores falsas frente a un puesto de soldados marroquíes en la región de El Mahbes, cerca del muro que separa el Sáhara Occidental bajo control marroquí y del Frente Polisario afp_tickers

“¿El muro? Es muy difícil, crecí detrás de él y mis hijos nacieron a su sombra”, explica Anzuga Mohamed Ahmed, una refugiada saharaui que espera poder un día pasar al otro lado, en las tierras del Sáhara Occidental.

Esta mujer de 36 años, que viste una ‘melhfa’, el vestido tradicional de la región, vive en un campo de refugiados saharauis en Tinduf, en el suroeste de Argelia.

El campo está a 100 kilómetros del muro, una estructura de “defensa”, como la llaman las autoridades marroquíes, construida a lo largo de 2.700 kilómetros en los años 80 para cortar el Sáhara Occidental en dos, de norte a sur.

Según Brahim Gali, el líder del Frente Polisario, el movimiento independentista saharaui, el muro “divide una tierra y separa a las familias”.

Para acceder a él desde Tinduf hay que cruzar primero una gran extensión de desierto de color ocre, veteada de vez en cuando por el verde de las acacias o el blanco de un lago de sal.

Después de tres horas de camino, el ‘muro de arena’ se erige en pleno desierto en la zona de El Mahbes, rodeado de trincheras, alambradas y campos de minas. Tras él, se pueden ver los soldados marroquíes.

Zghela, de 45 años, ha venido hasta aquí a enseñar a su hijo Abdelá, de 14 años, el muro “detrás del cual vive su familia, que no ha visto jamás”.

Desde 1975, la mayor parte de la excolonia española del Sáhara Occidental, cuya independencia reivindica el Frente Polisario, está controlada por Marruecos, que propone a los saharauis una autonomía bajo su control.

Tras un alto el fuego en 1991, la ONU desplegó una fuerza de paz (Minurso) y propuso un referéndum de autodeterminación, que todavía no se ha podido celebrar por los continuos desacuerdos para elaborar el censo de los votantes.

– Familias separadas –

“Queremos que lo supriman”, reclama Demaha Labchi, que vive en otro de los campos de refugiados de la región de Tinduf.

Este mujer de 66 años recuerda con emoción una visita organizada por la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) para reunir a las familias saharauis separadas por el muro. “Nos dieron cinco días pero fue muy poco. Llegamos llorando y nos fuimos llorando”, recuerda.

Entre 2004 y 2014, ACNUR supervisó más de 20.000 visitas familiares, según el coordinador del Frente Polisario dentro de la Minurso.

Cerca de 165.000 saharauis viven en campos de refugiados en Argelia, y la población del Sáhara Occidental está estimada en medio millón de personas.

Por el momento, los contactos entre las familias separadas se hacen a través de internet y de las nuevas tecnologías.

Es lo que tiene que hacer Mohamed el Haiba Ahmed Fal, un ingeniero que se vio obligado a cruzar clandestinamente el muro en 2001.

“[Las autoridades marroquíes] me iban a encarcelar por organizar manifestaciones. Un amigo me acompañó hasta el muro y me enseñó por dónde pasar”, explica este hombre, que se presenta como militante pacifista. “Me aterrorizaba la idea de caer sobre una mina, pero no tenía otra opción”, recuerda.

El Sáhara Occidental es uno de los territorios con más minas explosivas del mundo, con varios millones de estos artefactos diseminados por toda la región. Estas minas antipersonas están presentes sobre todo junto al muro.

En el sector de El Mahbes, una ONG española ha depositado simbólicamente flores de papel y de tela con el mensaje: “Plantemos flores en lugar de minas”.

El dirigente militar saharaui de la zona, el jeque Bechri Mhamed, explica que todo aquel que vea una mina tiene la orden de avisar a sus hombres para evitar un drama.

“Desde el alto el fuego, más de 300 personas han muerto o han resultado heridas por la explosión de minas y bombas de racimo”, dice Aziz Haidar, presidente de una asociación saharaui de víctimas de minas, que advierte de que “la lluvia arrastra las minas a zonas consideradas como seguras”.

Las minas complican mucho la vida a los nómadas saharauis al haber dividido el muro sus zonas de transhumancia y de abastecimiento de agua, a lo que se suma, según varios testimonios, la muerte de miles de camellos en los últimos años a causa de los explosivos.

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