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La vía Cupa de Roma, callejón sin salida de los migrantes en tránsito

Migrantes duermen en la calle Vía Cupa de Roma, junto al antiguo centro de migrantes Baobab, el 8 de agosto de 2016 afp_tickers

Cada noche, la escena se repite en la calle Cupa, de Roma: uno tras otro, los migrantes extraen un colchón viejo y sucio de un montón y se echan junto a una fachada, transformando el callejón sombrío en un albergue al aire libre.

Son unos 100, 200, en ocasiones 300, la mayoría hombres, aunque también hay mujeres y niños: provienen de Eritrea, Etiopía, Somalia o Sudán.

Casi todos abandonaron voluntariamente su primer refugio y calculan permanecer allí una o dos noches antes de continuar su viaje hacia el norte de Europa, sin ser conscientes de que las fronteras están cerradas para ellos.

“Cuando se reanudaron los desembarcos hace tres meses, en primavera, vimos aparecer primero una tienda de campaña, luego dos, sucesivamente tres y así siguió”, cuenta Andrea Costa, de la asociación de voluntarios Baobab, que ayuda a la autogestión de vía Cupa.

El dueño de unos locales y de un centro de alojamiento que se encontraba en esa vía, cerrado el año pasado, quiere recuperar sus propiedades e impide su uso.

Las negociaciones con las autoridades de la ciudad para encontrar una salida se han prolongado y los migrantes optaron por instalarse en la calle, delante de la puerta del viejo centro, único punto de referencia para ellos.

“¡Cuidado, caliente!”, grita uno de los voluntarios que aparece con una olla pesada de arroz hirviendo, que coloca en una suerte de mesa de comedor. Se forma rápidamente una fila india, cada uno llena su plato de plástico.

Dos jóvenes suizos que llegaron de los campos de Calais y Grande-Synthe (en Francia) son los encargados, gracias a una cocina móvil, de garantizar al menos una comida diaria.

Tienen mucha experiencia después de haber estado en Como, cerca de la frontera con Suiza, donde alrededor de 500 migrantes acampan en un parque cerca de la estación, del que son sistemáticamente desalojados.

La situación también es tensa en Ventimiglia, cerca de la frontera francesa, donde 600 migrantes esperan en un campo montado por la Cruz Roja.

Los campamentos ilegales se multiplican igualmente en Milán, donde 3.300 migrantes y refugiados viven en tiendas de campaña montadas dentro de la estación central de tren y en las calles, con la esperanza de tomar un tren que los lleve al norte de Europa.

Más de 100.000 migrantes han desembarcado este año en las costas italianas. Si bien el número es casi el mismo del año pasado, la situación a la que deben enfrentarse ha cambiado.

– Como Idomeni, un aparcamiento de seres humanos –

“Toda la frontera norte está cerrada, los migrantes no podrán pasar. Temo que en Ventimiglia, Como, Milán, Roma, se formen pequeños campos informales, como el de Idomeni”, advierte Costa al referirse al campo en la frontera griega con Macedonia, convertido en febrero en un aparcamiento de seres humanos tras el cierre de la ruta balcánica, hasta que fue desalojado en junio.

Si bien los cerca de 35.000 refugiados e inmigrantes que pasaron el año pasado por el Centro de Baobab ya se han ido de Italia, este año muchos han tenido que regresar a la calle Cupa después de haber sido rechazados en la frontera.

Maroma, de 19 años y proveniente de Sudán, llegó hasta Ventimiglia, pero fue detenido por la policía y devuelto al “punto de entrada”, es decir al centro de identificación de Taranto, en el extremo sur de la península.

Una vez allí volvió a salir, llegó de nuevo a Roma y ahora planea irse al norte.

Mahmad Karim, otro sudanés, saca un cuaderno de anotaciones de debajo de su colchón: quiere aprender inglés, y por eso repasa el alfabeto latino. “El obstáculo para mí es el idioma, no las fronteras”, dice con una estruendosa carcajada.

Todos han pasado semanas, meses o incluso años atravesando a pie o en camiones el desierto; en la travesía se han visto sometidos a traficantes en Libia y tuvieron que navegar en barcazas para cruzar el Mediterráneo rumbo al viejo continente.

“No tienen dinero y nada que perder. Tratar de cruzar la frontera se vuelve casi un juego”, advierte Andrea Costa.

Desde finales del 2015, por presión de la Unión Europea, Italia aceleró la tarea de identificar sistemáticamente a los migrantes que llegan a sus costas, por lo que estos no pueden presentar solicitud de asilo en otro país de Europa.

Salvo si forman parte de un programa especial para reubicarlos en otros países, el cual está atascado.

“Necesitan información, más que comida”, admite Andrea Costa.

Después de la cena, ante un enorme mapa de Europa, el voluntario trata de explicar a aquellos que planean irse al día siguiente que Italia no tiene fronteras con Inglaterra.

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