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Los refugiados se hacinan en la isla griega de Samos

Varias tiendas de campaña, donde viven refugiados recién llegados, instaladas en los bosques de la isla griega de Samos, el 13 de octubre de 2017 afp_tickers

Está amaneciendo en la idílica isla griega de Samos. Naween Rahimi, un afgano de Kabul, sale de su tienda y se lava la cara con las últimas gotas de agua que le quedan en la botella.

Cerca de 300 sirios, iraquíes, afganos y africanos de varios países malviven en este campamento improvisado, situado en una colina de olivos en esta isla griega.

Llegaron en los últimos meses, con un nuevo flujo de refugiados que salió desde las costas turcas aprovechando las temperaturas estivales, y a pesar del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, que frenó drásticamente las llegadas.

Descalzo, Naween se pone una segunda camiseta, para hacer frente como puede a las temperaturas de octubre, en torno a unos 15 grados.

“Llegamos la pasada noche, 42 en una pequeña embarcación. Unos chinos me vendieron una tienda por 10 euros”, explica en inglés este exintérprete del ejército estadounidense en Afganistán, de 28 años, que vino junto a su mujer.

A su alrededor, varios niños caminan en medio de la basura, de bolsas y botellas de plástico y latas de comida vacías que desprenden un olor nauseabundo. La mayoría de ellos llevan sandalias, los más afortunados tienen calcetines.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), que ha instado al gobierno griego a “acelerar los preparativos para el invierno”, “5.000 personas llegaron en septiembre” a las islas griegas, un aumento de 35% respecto a septiembre de 2016, según un cálculo de la AFP.

– ‘¿Qué hacemos aquí?’ –

“No hay baños, no hay agua, la comida no es buena para el bebé”, se lamenta en árabe Saura, una iraquí, mirando a sus tres hijos, de entre dos y diez años.

Fueron registrados a principios de octubre. Pero su primera entrevista con el servicio de asilo griego está prevista para el 3 de enero.

“¿Qué hacemos aquí? ¿Y si empieza a llover?”, se pregunta Naween. Él intenta ir hasta Londres, donde vive su tío.

A unos 100 metros de allí, las alambradas rodean el campamento de acogida oficial de Samos, totalmente saturado: más de 2.500 personas para 700 plazas. La prensa tiene prohibido acceder a él.

Los recién llegados al campamento vecino van cada día al centro oficial para buscar un litro y medio de agua por persona, según Saura, y una porción de comida.

“Estamos en un callejón sin salida. Se tienen que desplazar los refugiados hacia la Grecia continental”, advierte Manos Logothetis, médico coordinador del centro helénico de prevención de enfermedades (Keelpno), aunque destaca que se tiene que respetar el procedimiento de asilo.

Además de Samos, otras cuatro islas griegas del mar Egeo (Lesbos, Kos, Quíos y Leros) tienen centros de acogida, donde están bloqueados 11.722 refugiados, para una capacidad de 5.576.

Sin embargo, según el tratado UE-Turquía, Grecia tiene que mantener en sus islas a los refugiados mientras no hayan obtenido asilo, un proceso que puede ser muy largo.

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