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Médicos de Mosul prestan ayuda a sus antiguos vecinos

Unos médicos tratan a un civil herido en los combates entre las fuerzas iraquíes y el grupo yihadista Estado Islámico el 29 de marzo de 2017 en un hospital recientemente abierto en Athbah, al oeste de Mosul afp_tickers

En un hospital de campaña que acaba de abrirse cerca de Mosul, cada herido que llega es como una historia íntima, como sus “vecinos” y sus “familias”, para los médicos y enfermeros iraquíes originarios de esta ciudad.

Sentado en una cama, un adolescente se retuerce de dolor. “La bala atravesó el brazo sin tocar el hueso ni ninguna arteria o nervio”, diagnostica con alivio el médico Faruk Abdelkader, de 29 años.

A unos metros de ahí, el doctor Sultán se afana en torno a un cuadragenario con heridas en la cara. “Su estado es estable”, asegura el cirujano de 43 años al soltar la muñeca ensangrentada de su paciente.

Esos dos médicos originarios de Mosul huyeron del grupo Estado Islámico (EI), que tomó la ciudad en 2014. Pero ahora han regresado y el doctor Abdelkader considera que tuvo suerte, a pesar de haber perdido ados de sus amigos médicos. “Uno de ellos fue abatido por los yihadistas, el otro por un bombardeo”, cuenta.

En el hospital de campaña de Athbah, reciben cada día a víctimas de los combates que oponen a las fuerzas progubernamentales y a los yihadistas del EI en Mosul, a una veintena de kilómetros más al norte.

Su misión consiste en estabilizar los heridos antes de que sean transferidos hacia un verdadero hospital, a menudo en Erbil, la capital de la región autónoma del Kurdistán iraquí, al norte.

El centro, vigilado por hombres armados, dispone de dos bloques operatorios y de una ducha de descontaminación para las víctimas de ataques químicos.

“Es muy, muy doloroso para nosotros (…) Mucha gente -muchos niños- deben ser amputados o quedaron paralizados”, lamenta el doctor Sultán.

– ‘Caso negro’ –

Su hermano y su hermana viven en una parte del oeste de Mosul que sigue en manos de los yihadistas. Al temor de verlos aparecer un día en una camilla se une el miedo de no volver a verlos nunca. “No tengo noticias de ellos”, explica.

“El EI utiliza a civiles como escudos humanos y muchos edificios fueron destruidos por los bombardeos. Quizá estén bajo los escombros”, susurra, mientras sus ojos azules reflejan su cansancio. “¿Han muerto? ¿Tienen hambre? (…) Me siento impotente”, reconoce.

Según la ONU, al menos 307 civiles murieron entre mediados de febrero y finales de marzo en el oeste de Mosul, último bastión iraquí del EI, que las fuerzas iraquíes intentan retomar con el apoyo de una coalición internacional dirigida por Estados Unidos, tras haber reconquistado la parte oriental de la ciudad en enero.

Un tercer paciente llega al hospital con el rostro cubierto de vendas ensangrentadas. Sus huesos se marcan a través de la piel. Las fuerzas iraquíes sitian los barrios de Mosul en poder del EI, la comida se agota y los precios se disparan.

“Casi todos nuestros pacientes sufren de malnutrición. No podemos hablar de hambruna, pero es muy preocupante. Sobre todo por los niños”, lamenta Taryn Anderson, enfermera jefa en este hospital de campaña abierto con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud a finales de marzo.

Al cabo de una hora, los médicos deciden no inyectarle sangre. Es un “caso negro”, condenado a morir, y la sangre es un bien escaso, reservado para los pacientes que tienen alguna opción de sobrevivir.

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