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Nigeria no sabe cómo salir del azote de la droga

Un vendedor mete cannabis en una bolsa, en Lagos, el 11 de noviembre de 2019 afp_tickers

Jagunlabi cayó en la droga hace diez años, el día que le dejó su mujer. Desde que sufrió un ataque cardíaco, quiere parar, pero no sabe a dónde ir: “No confío en los centros de desintoxicación en Nigeria. Pueden hacerte cualquier cosa”.

Este antiguo músico ha descubierto en la prensa, como todo el mundo en el país, la existencia de los “centros del horror” a donde son enviadas personas psicóticas o dependientes de las drogas o el alcohol.

En las últimas semanas, centenares de jóvenes ha aparecido en centros religiosos de todo el país –la mayoría ‘escuelas’ islámicas o a veces iglesias evangélicas– atados, maltratados o sometidos a tratamientos inhumanos para ‘curarlos’ de sus dependencias.

Los tratamientos tradicionales o religiosos siguen siendo los primeros a los que acuden las familias desamparadas.

“Hace dos días, mi madre quería llevarme a un campamento de su iglesia Mountain of Fire (Montaña de fuego) para curarme… pero estoy demasiado débil. ¡Una semana de oración y ayuno me van a matar!”, dice Jagunlabi, bajo los árboles del parque de la Libertad de Lagos, megalópolis infernal y tentacular de 20 millones de habitantes.

“Era conocido antes”, dice un poco tímido. “Me gustaría que volvieran a confiar en mi algún día”, dice a la AFP, mostrando artículos que hablan de él a principios de los años 2000. “Lo que necesito son medicinas y poder dormir”, dice.

El presidente Muhammadu Buhari declaró que “no tolerará la existencia de estas cámaras de tortura” y exigió el cierre de estos centros, pero muchas asociaciones, como la ONG Human Rights Watch, lamentan la falta de estructuras competentes.

En Kano o en Kaduna, en el norte del país, no todas las familias que habían enviado a sus allegados a estos “centros correccionales” cerrados por las autoridades, vinieron a recoger a sus familiares.

– 300 psiquiatras para 200 millones de habitantes –

“Nigeria tiene menos de 300 psiquiatras para una población de 200 millones de habitantes”, dice HRW en un informe publicado a mediados de noviembre.

La doctora Ogonnaya Ndupu es una de ellas. Después de trabajar durante seis años en un hospital psiquiátrico público, ahora es médico en la pequeña clínica de desintoxicación privada LifeCrest, en Lekki, un barrio de clase media de Lagos.

“No hay ningún control de las estructuras de salud mental”, lamenta. “Incluso los centros de tortura estaban registrados como centros de tratamiento. Y las instituciones públicas están en un estado lamentable”, dice.

No obstante, la psiquiatra es categórica: “El abuso de la droga está en aumento en Nigeria. La situación económica es muy difícil, los tiempos son duros para todo el mundo”.

En particular en Mushin, un barrio pobre y peligroso de Lagos, donde los gramos de crack y las botellas de codeína circulan tanto como las armas.

“Cannabis, éxtasis, cocaína, codeína, tramadol, colorado, K2, bonzai, arizona, SK…”, Lala enumera con una sonrisa todas las drogas que se encuentran en el barrio.

Es mediodía y adolescentes, ancianos, jóvenes madres están aturdidos por las volutas de humo y el aire abrasador de este fin de la temporada de lluvias.

Fuman para descender de los ‘trips’ de éxtasis o de tramadol, en un ciclo de drogadicción sin fin.

Nadie ha vuelto desde hace tiempo a este gueto de Mushin. Ni la policía ni el gobierno.

– “Encontré a Jesús” –

Nadie, excepto el pastor Keji Hamilton. Nunca abandona su Biblia cuando sale a merodear en el barrio, pero está convencido de que “hay que formarse para hacer este trabajo, se necesitan conocimientos”.

Exmúsico del rey de la ‘afrobeat’ Fela Kuti, Keji Hamilton ha “encontrado a Jesús” cuando estaba con tres prostitutas inhalando crack.

Sintió un inmenso dolor en el tórax, se vio morir y pidió a Dios, en el que nunca había creído, que lo salvara.

“A cambio, le prometí pasar el resto de mi vida sirviéndole”, cuenta este pastor con una gorra en la cabeza.

Keji se formó en psicología y asuntos sociales y abrió su propio centro de desintoxicación profesional.

Es el único que ha sido aceptado en Mushin. Y el único que no se ha desanimado. “Los otros pastores dicen que pierdo el tiempo pero he sacado a entre 80 y 120 jóvenes de la droga”, asegura.

Aunque no hace otra cosa que estrechar manos durante sus paseos por Mushin, quiere ser un punto de contacto para los que quieren salirse. Que sepan que hay solución.

“La droga se ha convertido en el problema número 1 en Nigeria actualmente”. “Y el gobierno no se interesa”, lamenta.

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