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Rabia e indignación en Italia contra “los vertederos humanos” de inmigrantes

Migrantes cerca del centro de Cona, cerca de Padua, en Italia, el 10 de julio de 2017. Entre cultivos de soja y maíz, protegido por altos muros con alambre de púas, el centro se creó hace dos años afp_tickers

Protestan y se indignan contra “los vertederos humanos”, los enormes centros de alojamiento temporales para inmigrantes que Italia ha instalado en el noreste de la península.

“Esto es un campo de concentración moderno”, protesta el alcalde de Cona, Alberto Panfilio indicando la exbase militar del caserío de Conetta, no muy lejos de Padua, que acoge a unos 1.400 refugiados e inmigrantes, la mayoría africanos.

“Sí, protesto contra un lugar en el que han sido hacinadas vidas humanas, sin un proyecto, sin expectativas”, dice el regidor.

“No se puede en un mundo moderno tratar a las personas como se trata a los desechos. Se transportan y como nadie los quiere, los devolvemos o los almacenamos”, se lamenta el aguerrido alcalde bajo el sol asfixiante que azota la llanura padana, el granero de Italia, donde la humedad llega al 90%.

Perdido entre extensos cultivos de soja y maíz, protegido por altos muros con alambre de púas, el centro, creado hace dos años, transmite la desolación y soledad que sienten sus huéspedes, todos hombres, la mayoría negros.

Kaba Aissata Mohamed, de Guinea Conakry, Diabate Yarou Venant y Moussa Bamba, de Costa de Marfil, quienes no superan los 35 años y tienen historias terribles a sus espaldas, gozan como todos de la libertad para salir y entrar.

Vestidos con ropas impecables y hasta a la moda, no temen hablar ante AFP-TV de la vida que llevan dentro del centro, de cuyo interior pudimos ver fotos y sobre todo vídeos tomados con un móvil, en los que se ve un enorme galpón dividido con mantas para obtener pequeñas habitaciones y así lograr algo de intimidad, filas para entrar en baños, charcos de agua.

– “Somos nada sin papeles” –

“Sé que me costarán caro estas declaraciones”, reconoce Bamba, de casi dos metros de altura y físico atlético.

“Yo pido una sola cosa, formación, que nos enseñen algún oficio mientras esperamos aquí: albañil, electricista, mecánico.. Para poder integrarnos si nos quedamos y de lo contrario regresar con la idea de que hemos aprendido algo”, dice Bamba, quien trabajaba en el sector del comercio en su país.

Las duras condiciones de vida en el centro, al que la policía impide la entrada a la prensa, han generado desde hace meses varias protestas de los migrantes y refugiados que esperan hasta dos años para obtener el estatuto de asilado político o la orden de repatriación.

Sin hacer casi nada o muy poco durante las largas jornadas, los cursos de italiano y las salidas en bicicleta para pedalear entre extensas llanuras son una de las pocas diversiones.

“Las condiciones aquí son precarias. Nosotros queremos integrarnos, vivir con ustedes. Necesitamos conocer la cultura italiana y viceversa. Pedimos integración y papeles, porque sin papeles somos nada”, explica Aïssata Mohamed, periodista radial en su país.

Pese a que el gobierno de centro-izquierda liderado por Paolo Gentiloni ha prometido cambiar el sistema de acogida en gigantescos centros y distribuirlos por toda la península según el principio de casi 3 migrantes por cada 1.000 habitantes, no dejan de llegar africanos y subsaharianos a esas estructuras ya sobrecargadas.

– Un pueblo fantasma –

A unos 10 kilómetros de Conetta, en Bagnoli di Sopra, otros 700 migrantes son alojados en otra exbase militar.

“Aquí se siente mucha tensión. Son tantos que es imposible crear lazos y la desconfianza es mutua”, explicó al teléfono el alcalde de Bagnoli di Sopra, Roberto Milán, al frente de una localidad de 3.500 habitantes.

A mediodía el calor implacable del verano italiano obliga a los comerciantes a cerrar sus puertas, la localidad se convierte en un pueblo fantasma.

“Pasan en bicicleta, grupos de cuatro o cinco personas. Saludan. No suscitan problema. Están allá, hacinados, creo”, comenta Pietro Grapeggia, restaurador de obras de antiguas, de 75 años, desde su apacible residencia en medio de un pequeño bosque.

“El problema es que no sabemos cómo va a terminar esta historia. No es justo. Se necesita una política diferente. Este es un problema europeo e Italia está penalizada”, dice.

“Siguen llegando y llegando. Son buenos muchachos, llenos de energía (…) Cuando el gobierno no saque más dinero para mantenerlos, ¿qué hará toda esa juventud?”, se interroga como muchos en Italia, país que ha recibido desde el 2014 a cerca de 600.000 emigrantes y refugiados que huyen del hambre y las guerras.

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