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Un mes después de los atentados, París debe vivir de otra manera

"Sal. Bebe. Escuha música. Baila. Come. Habla. Haz el amor. Desnúdate. Sé libre. Vive", se lee en un cartel colocado junto a un ramo de flores en la Plaza de la República de París el 6 de diciembre de 2015 afp_tickers

Los yihadistas que hace cuatro semanas atacaron terrazas típicas de café, el estadio más prestigioso de Francia y una sala mítica de conciertos de París han impuesto desde entonces a la capital francesa una vida diferente.

La segunda ola de atentados en Francia en diez meses, que dejó 13 muertos y cientos de heridos, tuvo como blanco la juventud. En enero, la primera (17 muertos en tres días), apuntó a periodistas (Charlie Hebdo), policías y judíos (supermercado kósher).

“Un 11 de septiembre a la francesa”, se dijo a principios de año. La referencia a los atentados de 2001 en Nueva York se impuso nuevamente en noviembre, pero por sus consecuencias: estado de emergencia, bombardeos en Siria contra el grupo Estado Islámico (EI) que, al igual que en enero, reivindicó los atentados.

“Francia está en guerra”, declaró François Hollande, como lo había hecho el entonces presidente norteamericano George W. Bush en 2001. A Estados Unidos le llevó diez años terminar con Osama Bin Laden, que al frente de Al Qaida se había convertido en el enemigo público número uno de las potencias occidentales. Cabe preguntarse si Francia necesitará también tanto tiempo para vencer a Abu Bakr Al Bagdadi, al que Hollande calificó de jefe de un “ejército terrorista”.

– “Vivir a medias” –

Entre tanto, la vida en París está condenada a no ser la misma y a tener en cuenta la amenaza diariamente.

“Escapar, esconderse, alertar”, el Gobierno difundió esa consigna a los parisinos en caso de otros ataques, que algunos expertos consideran inexorables. Próximamente se pondrán carteles con esas instrucciones en una serie de edificios públicos.

Pese a todo, la vida “debe reanudarse”, estima David, de 45 años, que prefiere no dar su apellido. “No hay que ceder al miedo, hay que luchar” y “no vivir a medias”, añade este vecino de uno de los cafés atacados por los yihadistas.

“Queremos demostrarles que somos más fuertes que ellos”, dice Audrey Bily, gerente del bar La bonne bière, uno de los establecimientos atacados, que volvió a abrir a principios de diciembre, siendo el primero en hacerlo.

Pero en París hay militares que patrullan en las calles, guardias en las entradas de las tiendas, incluso en pastelerías y ópticas, viajeros que aparecen como sospechosos para los otros, sobresaltos por el ruido de una moto o de una sirena de bomberos… “Presto más atención a la gente que sube al metro con maletas”, reconoce Pierre Bréard, ingeniero de 24 años que trabaja en la región parisina.

“Miro el vientre de la gente”, afirma Aurélie Martin, maestra de 24 años que el 13 de noviembre salió del Estadio de Francia con las manos en alto a petición de la policía, después del estallido de los cinturones explosivos de los yihadistas.

Después de la primera conmoción, las actividades profesionales se reanudan y también el entretenimiento y la vida cultural. Pero la despreocupación ha desaparecido y hay como un peso en la atmósfera.

Los jóvenes han quedado afectados, los psicólogos están sobrecargados de trabajo y los turistas vienen menos a la ‘Ciudad Luz’.

El estado de emergencia, vigente hasta finales de febrero, podría ser prolongado. La medida autoriza a la policía a realizar registros y detenciones domiciliarias sin control judicial.

– “Reparar a los vivos” –

La insurgencia de enero, ilustrada por una gigantesca manifestación por la libertad, parece haber dejado el lugar a la fatalidad.

La oposición de derecha y de extrema derecha acusó al Gobierno de no haber adoptado ninguna medida desde enero. Se abrieron entonces proyectos de educación, de información y de gestión de los suburbios difíciles para promover el “vivir juntos”. Pero la “revolución” no tuvo lugar.

Los atentados de noviembre dejaron noqueada a Francia. Los franceses aprobaron masivamente la respuesta organizada por el presidente François Hollande. Pero la extrema derecha gana terreno entre el electorado, beneficiándose del miedo al desempleo, a la inseguridad, al futuro.

“¡Ni un poco de miedo!”, proclama empero, fanfarrona, una pancarta desplegada en la estatua de la Plaza de la República, convertida en lugar de memoria y homenaje a las víctimas de los atentados.

“Después de haber enterrado a los muertos, habrá que reparar a los vivos”, dijo recientemente Hollande.

“La vida continúa y no estamos a cubierto de nada. El peligro puede estar en cualquier lado”, resume Aurélie Martin.

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