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Un sirio vuelve a la prisión en donde el Estado Islámico lo torturó

Una bandera del Estado Islámico, pintada en un muro fuera del antiguo hotel Manbij en la homónima ciudad siria, utilizado como prisión por el grupo yihadista, en una imagen del 25 de septiembre de 2016 afp_tickers

Ahmad Othman mira impasible el cuarto de hotel en donde durante 32 días sufrió el suplicio del “Balango”, las manos atadas detrás de la espalda y el cuerpo suspendido a una cadena, infligido por los yihadistas del grupo Estado Islámico en Siria.

Durante las sesiones de tortura, “mis pies no tocaban nunca el suelo. A veces, tiraban de la cadena y luego la soltaban” para acentuar el dolor, explica este hombre de unos 30 años que acompañó a la AFP en la visita del antiguo hotel Manbij, el siniestro lugar en donde estuvo encerrado durante tres meses a finales de 2015.

“Después, durante un tiempo, no podía caminar ni concentrarme en lo que fuera”, recuerda este exestudiante de literatura francesa, acusado por los yihadistas de haber colaborado con las fuerzas kurdas, enemigo del EI en Siria.

Sin pruebas en su contra, Ahmad fue liberado, tras lo cual se unió a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza árabo-kurda que expulsó a EI de Manbij en agosto, con ayuda de los bombardeos aéreos estadounidenses.

Las bombas pulverizaron una parte del hotel de cinco pisos, en el que se alojaban sirios pero también turistas extranjeros antes de que la guerra estallara en 2011.

Tras pasar una puerta negra de hierro, Ahmad atraviesa un pasillo con, de ambos lados, sombrías células. Avanza con prudencia, como si temiese que en cualquier momento aparezca un yihadista.

En una de las paredes se pintó una inscripción en negro: “el sol del califato se levantó”. “Nosotros en todo caso aquí no podíamos ver el sol”, recuerda Ahmad con amargura.

– ‘Comer o rezar’ –

Desde 2014, Manbij, situada en la provincia septentrional de Alepo, fue para el grupo ultraradical una ciudad crucial para el suministro desde Turquía, hasta que fueron expulsados.

Los yihadistas habían transformado los subsuelos de este exhotel en sala de tortura y centro de detención, con diez celdas colectivas y otras para aislar a los detenidos.

También había celdas de 80 centímetros de altura y 50 centímetros de ancho “en donde nos dejaban sentados durante días para hacernos confesar”, precisa Ahmad.

Ahmad cuenta que los detenidos tenían sólo unos minutos por día en los que debían escoger entre comer o rezar. Los que osaban por la mañana comer su porción en vez de rezar eran golpeados.

Sobre el suelo polvoriento aún hay trozos de ropa y botellas de plástico. Aún hay esposas enganchadas a las puertas negras de metal.

“Nos golpeaban en todo el cuerpo y en la cabeza”, recuerda Ahmad.

Ahmad estima, no obstante, haber tenido suerte, ya que escuchó decir que hubo prisioneros “que fueron suspendidos durante más de seis meses y ya no podían caminar por la congestión sanguínea”.

Otros fueron ejecutados, dice. “Inventaban cualquier tipo de acusación y luego decapitaban a la gente”, agrega el joven. “¿Cómo osan hacerse llamar Estado Islámico?”, se pregunta.

Las nuevas fuerzas que controlan la ciudad prometieron transformar el hotel Manbij en un centro para niños.

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