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Una reunificación alemana a marchas forzadas

La bandera alemana ondea en Berlín, el 11 de mayo de 2016 afp_tickers

La reunificación de Alemania, dividida desde la Segunda Guerra Mundial, fue una proeza del fallecido excanciller Helmut Kohl, que logró superar las reticencias internas y la preocupación internacional.

Considerado un político provinciano por algunos en el microcosmos de Bonn, la capital federal por aquel entonces, adquirió una nueva talla durante los 11 meses transcurridos entre la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, y la fusión, el 3 de octubre de 1990, de la República Federal de Alemania (RFA), capitalista, y la República Democrática Alemana (RDA), comunista.

Al hacer realidad su sueño de una Alemania unida, integrada en Europa y en la OTAN, se ganó el apodo de “canciller de la reunificación”.

El 10 de noviembre, después de pronunciar la palabra “reunificación” en un discurso a los berlineses, Kohl recibió una sonora pitada de la muchedumbre que le escuchaba y que había aplaudido con entusiasmo un poco antes al exalcalde de la ciudad y excanciller socialdemócrata Willy Brandt.

Sin embargo, el canciller no se dio por vencido y el 28 de diciembre presentó en el parlamento un programa de reunificación de 10 puntos, proponiendo primero la instauración de estructuras confederales. “En unas semanas empieza la última década de este siglo, el siglo de tanta miseria, de sufrimiento y de sangre”, dijo en el hemiciclo.

“Hoy, hay señales prometedoras que muestran que los años 1990 pueden ser portadores de más paz y libertad en Europa y en Alemania. Es necesario -todo el mundo lo siente- aportar nuestra contribución, debemos aceptar juntos el desafío de la Historia”, agregó.

La Unión CristianoDemócrata (CDU) de Kohl ganó las primeras elecciones libres en Alemania oriental, el 18 de marzo de 1990, con el 40,8% de los sufragios, un resultado que para el canciller equivalía a un plebiscito. La población de la RDA cree en los efectos positivos de una unificación rápida.

Propone la paridad entre el poderoso Deutschemark occidental y el Volksmark del este, una iniciativa duramente combatida por el Bundesbank, el banco central de la RFA, que considera con toda la razón la situación económica de la república comunista mucho más desastrosa de lo que puede dejar pensar sus clasificación de décima potencia económica mundial.

El gesto es tanto una medida de solidaridad hacia los alemanes del este como una decisión destinada a evitar su éxodo masivo hacia el oeste.

“El precio político -y económico- de una unificación alemana todavía retrasada había sido con toda seguridad mucho más alto que el lastre financiero que aceptamos al optar por la vía rápida de la reunificación”, escribió Kohl en 1996, cuando el Estado federal había pagado ya unos 480.000 millones de dólares a las regiones de la exRDA.

“Incluso si hubiera sabido estas cifras [el balance económico de la RDA] en la primavera de 1990, no hubiera actuado de otra manera en los principales puntos”, agregó entonces.

La promesa de transformar los nuevos Länder (estados) del este en “paisajes florecientes” no se cumplió y Alemania estuvo durante muchos tiempo lastrada por el enorme peso financiero y social de una transición brusca.

En el extranjero, el canciller también tuvo que emplearse para convencer a sus aliados, en particular al presidente francés François Mitterrand y a la primera ministra británica Margaret Thatcher, ambos con muchas reservas sobre la reunificación.

Pudo apoyarse, sin embargo, en la estrecha relación que había trabado con el presidente de Estados Unidos George H. W. Bush (padre), y también utilizó los vínculos de confianza que había tejido con el ruso Mijaíl Gorbachov para lograr que retirara las tropas soviéticas.

Gracias a la reunificación, su “gran obra”, Kohl abandonó la cancillería en 1998 con la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania, con corona de laurel, una distinción que antes que él sólo había obtenido el canciller de la posguerra, Konrad Adenauer.

Ese mismo año fue recompensado con el título de Ciudadano de Honor de Europa, una distinción reservada hasta entonces solo a Jean Monet. Y desde el final de su carrera política, cada otoño, el nombre del canciller que reunificó Alemania 45 años después del nazismo, aparecía en las quinielas para el Premio Nobel de la Paz.

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