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El CICR se adapta a cambios en conflictos

Una de las misiones del CICR es la de llevar ayuda a los heridos de guerra. Reuters

Tras 12 años al frente del Comité Internacional de la Cruz Roja, Jakob Kellenberger deja la agencia humanitaria con un mayor presupuesto y una creciente asistencia individualizada, pero también más vulnerable en las actuales zonas conflictivas.

Diplomático de carrera, Kellenberger tomó la dirección del CICR –cuya sede está en Ginebra-, cuando corría un año de violencia aguda, sobre todo en el Cuerno de África.

El presupuesto del CICR en el año 2000 ascendió a 1.000 millones de francos (unos 1.400 millones de dólares); o sea, un 30% más que en 1999. Desde entonces ha sufrido fluctuaciones leves que, sin embargo, no han afectado el alto nivel de estabilidad conseguido bajo la administración de Kellenberger.

“El presupuesto actual es un 40% más que el de los años de 1990”, dijo Kellenberger a los periodistas congregados en la última conferencia de prensa dada en Ginebra como jefe del CICR. “Eso refleja un aumento de la labor humanitaria asumida por la organización desde entonces”.

No es sencillo medir la asistencia humanitaria, pero una mirada al Informe 2002 del CICR muestra que 400.460 personas acudieron en ese año a las oficinas de la Cruz Roja en busca de ayuda (en el 2011 fueron 703.807). El CICIR pudo visitar en el año 2002 a 448.063 detenidos; en el 2011 lo hizo a 540.828. Las operaciones quirúrgicas en ese mismo lapso aumentaron de 90.361 a 138.200.

Todo esto se hizo a pesar de un ambiente incómodo por la creciente falta de respeto a la neutralidad del símbolo de la Cruz Roja y las Naciones Unidas. En muchos de los conflictos existentes, los empleados de asistencia humanitaria se ven con más frecuencia ante grupos armados que luchan por el poder interno sin sujetarse a las reglas establecidas por la comunidad internacional.

“Nunca he considerado el emblema de la Cruz Roja como la protección principal de nuestras misiones”, señala Kellenberger a swissinfo.ch.

“Es importante, pero la protección esencial es garantizar el respeto a nuestra labor y nuestras actividades. En todo caso, la política del CICR, la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (FICR) y de las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y la Media Luna Roja es seguir repitiendo que hay que respetar las Convenciones de Ginebra”.

Secreto

Lo más conocido del trabajo realizado por el CICR en el terreno son las visitas a los presos y el tratamiento médico. Esa ayuda es cumplida por los “delegados” que informan a la oficina central de Ginebra sobre lo visto en el sitio. Según los informes de la Primera Guerra Mundial, los delegados del CICR medían las celdas de los prisioneros y probaban la comida de éstos.

Gilles Carbonnier es hoy en día catedrático de desarrollo económico en el Graduate Institute de Ginebra, pero entre 1981 y 1991 fue delegado del CICR en Irak, Ecuador, Sri Lanka y Etiopía.

No puede hablar con detalles sobre lo visto, porque los conocimientos acumulados en el terreno deben ser mantenidos en secreto.

“Tenía la sensación de estar haciendo un trabajo útil. Claro que también hubo frustración al no poder llegar hasta la gente que necesitaba ayuda”, cuenta a swissinfo.ch. “Pero el éxito -por ejemplo al conseguir acceso a donde antes no pudiste-,  ayuda a superar alguna de las frustraciones”.

De acuerdo con el antiguo delegado, el éxito del CICR en el terreno no lo debe a su neutralidad, sino a su eficiencia. “Si el CICR es neutral, pero poco activo,  no creo que hubiese sido fructuoso en alguna parte”.

Diplomáticos serenos, muy trabajadores

Si bien los métodos del CICR para el trabajo en el terreno se desarrollan con lentitud, la política de discreción es permanente. El CICR instruye a su personal que no debe convertirse en un blanco de los combatientes, cosa que podría ocurrir si se sospechara que el personal del CICR pueda terminar testificando en una corte.

El silencio que casi siempre debe mantener en público es el precio que el CICR suele pagar para estar presente, aunque Kellenberger precisa que “hay una gran diferencia entre el estar en el terreno y hacer algo y el hablar y organizar debates”.

Niega con vehemencia que el CICR pueda comprometer su trabajo a cambio de acceso a los países. “Nosotros no abandonamos nuestros principios estando en el terreno. Sí, estamos en Siria, pero no tenemos guardias armados. Hacemos nuestros recorridos de inspección con la Media Luna Roja de Siria sin escoltas armados. Pedimos que la visita al detenido sea de acuerdo con las normas establecidas para todos en donde sea. De lo contrario, no se lleva a cabo”.

Pero el hecho de que el CICR sea la única organización presente, como en el caso de Siria, no significa que le muestren lo que quiere ni le guste lo que ve. “Yo he visto muchísimas situaciones donde los civiles son el blanco por falta de esfuerzo para distinguir a los civiles de los combatientes. Ese es un problema extendido”, remarca Kellenberger en la parte más sentida de sus palabras de despedida.

En cierta forma, este no es un nuevo dolor de cabeza para el CICR, ya que desde hace mucho tiempo trata de asegurar mayor protección para las víctimas de guerra que nada tienen que ver con ninguno de los bandos en conflicto.

Hallar soluciones

En las últimas dos décadas, el CICR se ha desplazado también a otras áreas complejas de la ayuda humanitaria.

Marie-Servane Desjonquères es portavoz del CICR para el África sub Sahariana. Ella apunta en el mapa para mostrar con entusiasmo donde planta el CICR mandioca resistente a algunos virus, en pleno centro del  Congo.

La idea era ofrecer a los habitantes en la región de Likouala un medio para producir su sustento alimentario. En el año 2009, tras la violencia en los límites fronterizos de la República Democrática del Congo, los refugiados cruzaron la frontera buscando seguridad.

Pero los nuevos habitantes llegaron a las manos con los residentes, porque sencillamente las existencias de alimentos no abastecían para todos. Otro golpe fue la mandioca, el alimento básico del lugar que fue infectado por el virus mosaico y causó la pérdida de la cosecha. “En situaciones como esa no se puede llegar sólo con bolsas de arroz y considerarlas como una solución”, sostiene Desjonquères.

El CICR llevó plantas de mandioca resistentes al virus y también material de pesca con la finalidad de construir cierta estabilidad en el abastecimiento alimentario. El CICR cerró en 2011 el proyecto Likouala. El esquema ha beneficiado a unas 100.000 personas.

Después de dirigir el CICR durante 12 años, ¿lamenta Kellenberger algo al entregar las  riendas a otro diplomático suizo: a Peter Maurer?

“Dejo una organización con buen recorrido, con un presupuesto sólido y un buen sucesor”. ¿Cuáles serán los retos más urgentes para el sr. Maurer? “¡Ah!, él los conoce”.

El Comité Internacional de la Cruz Roja nació por el deseo de mitigar los efectos de la guerra en todos los frentes del conflicto. El movimiento humanitario actual trata de prevenir y aliviar el sufrimiento humano, sin distinción de raza, credo, género, nacionalidad o convicciones políticas.

En 1859, el hombre de negocios suizo de Ginebra Henry Dunant presenció las secuelas de la guerra en la batalla de Solferino, Italia. Horrorizado de lo visto escribió el libro, ‘Un Recuerdo de Solferino’ que fue muy leído y causó revolución por la barbarie del conflicto.

Dunant se dedicó a persuadir a los Estados y conseguir respaldo para una sociedad que luchara por el trato humano a las víctimas sin importar el bando al que pertenecieron.

En 1863 se creó en Ginebra el Comité de Asistencia a los Heridos. La neutralidad y la imparcialidad formaban parte desde el principio de la sociedad. Su símbolo es la bandera suiza con los colores invertidos.

Su nombre fue modificado en 1876 y pasó a ser Comité de la Cruz Roja.

Las sociedades nacionales funcionan en 188 países. El CICR trabaja habitualmente junto con ellas, pero la sociedad local puede hacerlo por cuenta propia y ofrecer ayuda directa al gobierno que la necesite.

El CICR puede ofrecer asistencia con medicinas, alimentos, frazadas, tiendas de campaña u otros artículos necesarios. En la misma forma trata de visitar los lugares de detención y asegurarse de que tengan las condiciones adecuadas. De no ser así informa al Estado de sus obligaciones, aunque cualquier cambio depende de la voluntad del Estado.

Es muy raro que el CICR haga públicos sus informes, pero los comparte con el Estado concernido.

El CICR se distingue de otras organizaciones de asistencia por su neutralidad, imparcialidad y discreción. Cree que todas las víctimas del conflicto deben ser tratadas con dignidad y humanidad, y en ese sentido trata de educar a los Estados y ejércitos.

Su poder procede de las Convenciones de Ginebra, los acuerdos internacionales sobre el tratamiento a las víctimas de guerra. El CICR es nombrado en la primera de las convenciones como una organización imparcial que no debe ser tomada como un blanco.

Traducción, Juan Espinoza

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