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Bélgica exhibe los trenes lujosos que sustituyeron las carrozas de los reyes

Bruno Fortea Miras

Bruselas, 8 jun (EFE).- Los trenes de lujo que utilizaba la familia real de Bélgica para desplazarse durante los siglos XIX y XX, y que sirvieron para dejar atrás la época de carrozas y carruajes, centran una exposición en Bruselas que repasa el fuerte vínculo histórico que la monarquía de este país mantiene con el ferrocarril.

La muestra estará abierta hasta principios del año que viene en el Train World, el museo de la compañía ferroviaria pública belga (la SNCB), donde se exhiben seis de los antiguos trenes usados por la realeza, con luz eléctrica en el interior de los vagones, ya por aquel entonces, y también decorados a base de maderas nobles, cristal veneciano y pinturas exclusivas en los techos.

En declaraciones a EFE, el director del Train World y también responsable de patrimonio histórico de la SNCB, Thierry Denuit, apunta que los reyes se enfrentaban a trayectos muy “lentos” e “incómodos” en carros de caballo, hasta que la llegada del tren les permitió “ir mucho más lejos” sin la necesidad de planificar.

“Por ejemplo, si necesitaban ir a unos funerales reales en el extranjero, podían decidir rápidamente: ‘cojo mi tren y voy hacia allí’. Y así ellos podían reunirse más a menudo con otros reyes y reinas, y eso realmente unía a todas las coronas”, apunta Denuit.

El responsable del museo asegura que los trenes reales fueron diseñados “para que la vida cotidiana de la corte pudiera continuar mientras (los monarcas) viajaban”, y es por ello que contaban con diversas estancias a bordo.

“Hay de todo. Se puede desde comer y cocinar, hasta descansar en un sillón leyendo un libro o dormir. Incluso se podía trabajar y tener reuniones de trabajo a bordo”, detalla Denuit.

Sin embargo, matiza que, al principio, el traqueteo de las vías del tren aún generaba un poco de incomodidad a los reyes belgas y, por esta razón, rápidamente implementaron un sistema de bogies con el objetivo de estabilizar la tracción, montando un conjunto de dos pares de ruedas bajo un eje que se desliza más suavemente.

“Primero se desarrollaron para los trenes de la realeza, para que les fuera posible comer o que no se les cayeran las gafas, y más tarde se utilizó para el resto de trenes. Si pensamos en el hecho de tener aire acondicionado o electricidad a bordo, por ejemplo, esto también son invenciones que fueron desarrolladas por primera vez para los trenes de los reyes”, añade Denuit.

Lo cierto es que, según comenta este experto en patrimonio histórico, “el Reino de Bélgica se diseñó en torno a los trenes”, ya que, tras la independencia del país, la monarquía apostó por la expansión del ferrocarril desde muy temprano, empezando por el primer rey de los belgas, Leopoldo I, en la década de 1830.

“Nuestro primer rey, que estaba vinculado con Victoria de Inglaterra, le escribía cartas diciéndole: ‘Tienes que asegurarte de que Bélgica crezca lo suficiente en las negociaciones internacionales como para no perder trozos de territorio, porque quiero construir un ferrocarril en mi país'”, cuenta el director del Train World.

Siguiendo los pasos del Reino Unido, Bélgica se convirtió en el primer país de la Europa continental en construir una línea de tren, cuando en 1835 Leopoldo I inauguró la conexión entre Bruselas y Malinas, con un recorrido de 22 kilómetros.

Según Denuit, además de contar con el aval de los reyes, en la sociedad también existía “un entusiasmo o curiosidad general por los ferrocarriles”, aunque, puntualiza, algunas personas también temían que este nuevo invento hiciera perder puestos de trabajo en el sector de los carros de caballos o los servicios postales.

En el caso de la monarquía, el idilio con los trenes se alargó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando la destrucción de las vías fruto de la contienda bélica, combinada con el auge de los automóviles y la aviación, desbancaron al ferrocarril como el medio de transporte preferido de la realeza belga.

Antes de que eso ocurriera, los monarcas tuvieron tiempo para diseñar, entre finales del siglo XIX y principios del XX, rutas ferroviarias exclusivas que conectaban su corte con otros palacios, casas de campo o fincas de propiedad real.

Destaca el proyecto de Leopoldo II, iniciado en 1890, para hacer llegar el tren hasta su palacio de Laeken, a las afueras de Bruselas.

El responsable del museo comenta que “cuando Leopoldo II murió, el Parlamento paralizó el proyecto. Dijeron que el rey se había vuelto loco”. Su sucesor en el trono, Alberto I, aceptó la decisión de los líderes políticos y esta obra quedó, en la memoria de los belgas, como el sueño faraónico de un rey. EFE

bfm/cat/jac

(foto) (vídeo)

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